EL EXTRANJERO(II)
Por fin abordo (lo señalo como un abordaje pirateril el término) la pista de cemento ardiendo; en este caso mío de salida ,atrás queda el tiempo en el que el pasajero accedía siempre (ahora no) por un túnel directamente al avión.
Por cierto, yo siempre me acordaba de la baronesa Thyssen, esa señora que se ataba a los árboles del paseo de Recoletos para evitar que, el entonces alcalde Gallardón, se los quitara para dar más paso a los vehículos; vehiculos que incendian la atmosfera madrileña, poniendo carbonilla negra sobre las plantas del Botánico y me acordaba porque esos pasillos aviónicos los construía la empresa del mismo nombre político adosado que su excelente marido, el barón catador de buenos riojas, decían. Cosas de la memoria que se desvía.
Arde, decía, el cemento de la pista de calor valenciano, ese que es húmedo y sin dar un paso te moja la espalda y la camisa que te habías puesto, de las monas para aparecer bien, queda casi perjudicada.
Los diversos pasajeros se constituyen en una masa que arrastra pesadas maletas comprimidas hasta casi estallar, maletas que las líneas aéreas permiten para llevar en la mano con una bolsa más- a veces no vale la pena si no tardarán tanto en salir por la cinta luego.
Ahí frente a la cinta crees que ya pierdes el tiempo porque cuando estás en el extranjero el tiempo te lo comes y parece más escaso, más caro, que cuando está en tu casa oyendo como el calvo Zidane ejerce con valentía su adiós, un adiós para muchos, aferrados al cargo, incomprensible.
La masa humana frente a la escalerilla es contemplada con cierta ironía por la azafata y el azafato, que, a la sombra del aire acondicionado del avión, te esperan arriba.
Como soy un tipo antiguo me hago cargo de la maleta de mi acompañante femenino( y no noto en ella sentimientos de violencia de genero) y me deslomo más subiendo esa empinada escalera metálica y envidio a los jóvenes ,ellas y ellos, atletas que se marcan una subida de anuncio aromático y saltarín.
No pierdo la compostura, pero se me acaba de bajar media bragueta y soltado un tirante, pero sigo incólume ante la hazaña de llegar arriba y la señorita y el señorito, con cierto tono de escuela de azafatas, me dan la bienvenida a bordo y yo respondo con una semisonrisa y una caída de la repleta bolsa sobre la cadera del azafato que no se inmuta, el tío.
Hay atasco en el pasillo porque hay un señor de generoso cuerpo que no hace más que mirar su billete y comprobar su asiento colapsando el pasillo que no fluye.
No lo hago más largo, pero añado que por fin llego a mi asiento y compruebo que o he engordado, cosa posible por los armorsarets o estos tipos de las líneas aéreas han estrechado la distancia entre asientos y con cierta dificultad encajo mientras el sudor corre por mis pilosa extremidades inferiores y ruego al señor todopoderoso que el tercer viajero de la fila no tenga problemas de próstata y le de por levantarse dos o tres veces en pleno vuelo…seguiré con permiso de mis sufridos lectores.