CARLOTA
EL CASO DE LA NIETA DE MI AMIGO JULIO.
(Al parecer ya lo han resuelto, pero no me resisto a enviarlo al diario. Hoy son las rampas, pero mañana quien sabe)
Acabo de comer con mi amigo Julio y otros, la mayor parte con gentes de la llamada “canallesca” y algún miembro destacado del foro.
No he podido casi terminar el postre de la indignación que he visto en su cara y por el tono de voz que encerraba una cierta ira contenida.
Julio tiene una nieta que se llama Carlota que ha tenido un accidente-incidente que le ha dejado semiparalizada de cintura para abajo; una paralización temporal debida al envoltorio de yeso que la sujeta que le impedía andar y que espera poder romper esa jaula cuando, acometan “su reparación”.
Entretanto, como no puede, ni quiere, quedarse en casa, sus papas han pensado y entre todos le han acoplado un sistema que le permite “deslizarse”, pero que la convierte en una invalida provisional.
Hasta aquí la descripción que Julio hace de su guapa nieta a cuyo abuelo hay que limpiarle la baba , como viene a ser natural a cuantos abuelos en el mundo son.
En sus traslados y con grandes esfuerzos paralímpicos usan de vez en cuando el autobús. Al parecer” los hombres de Giuseppe Grezzi” tienen problemas de clasificación entre coches de bebé y otros adminiculos.
Al solicitar que abran y extiendan la rampa para que la semirigida nieta de Julio, Carlota, pueda bajar el conductor analiza y decide que Carlota no es para rampa y califica de “carrito de bebe” a la instalación personalizada de la niña.
Madre y pasajeros organizan una “perfomance” de requerimientos salpicada de algunas protestas de los más aguerridos, entre ellos su propia madre.
El conductor arguye que es sancionado si le ven “rampeando” sin motivo y esa acción le hace perder la escala horaria.
Finalmente y tras un enfrentamiento, sin sangre, la rampa se extiende y Carlota- que no sabemos, al menos yo, lo que piensa de todo este extraño mundo de mayores acelerados- puede bajar para alivio de ella, de su madre, de los pasajeros e incluso de mí mismo, aunque yo no estaba allí.
Esto se ha repetido hasta tres veces parece ser y es el caso que mi amigo Julio ha constituido un frente familiar (letrado y periodistas, un peligroso núcleo que, en forma de piña, ha querido informar del asunto) dispuesto a poner orden en esas dinámicas que obligan a los conductores a llevar en sus cerebros un reloj que marca sus horarios y entorpece, por lo visto, el normal razonamiento a la hora de clasificar al invalido frente a otros casos de dudosa relevancia.
Aunque ya lo han resuelto, dicen, me pregunto:
¿Para qué coño, permítanme el exabrupto, están las rampas?
¿Son piezas a enseñar a los visitantes de extranjeros de la EMT o a visitantes patrios de otras ciudades y presumir de rampa?
¿Son plataformas de entrenamiento para jugar a tú la llevas o para hacer ejercicio mientras consultando el reloj el conductor sometido al tictac de un “Giuseppe el anticoche”?
La cosa acaba de empezar y si ya no teníamos bastante con las altas velocidades de “busrayo” que atraviesan la ciudad en largas filas, a veces, de números que se repiten.
Dejo a Carlota en manos de su papas, de su abuelo y en la memoria de los que como yo ayer escuchamos la historia y nos dejamos el postre y el café por la indignación.
Se acaba de abrir una nueva posibilidad para bajar con el carrito de la compra de muchas, o muchos, que los cargan demasiado.
Ya tenemos una cabeza de playa tomada en esta guerra rampera. Sigamos.
Lo siento Carlota, pero tu abuelo se tiene que pagar una ronda compensatoria.