¡A LA COLA!
Te lo he dicho cariño. No pasa nada. ¡Soy el alcalde! – esto último dicho con autoridad y cierto orgullo institucional que puede certificarse con algún “taco” suave y coloquial.
Esta podría ser, por ejemplo, la última parte de una conversación entre la máxima autoridad municipal y su esposa en estos días de comienzo, días de los primeros pasos de la esperada vacunación.
Están nerviosos. En el fondo les alegra ser los primeros y sin embargo una cierta duda íntima sobre si está bien o no, puede atenazarles.
Puede más el miedo y la certeza de que estando vacunados corren menos riesgo, lo que, por otra parte, es cierto. Parece claro, históricamente, que las vacunas previenen y no deben asustarnos o sembrar la duda que manifiestan con sus carteles y marchas los negacionistas..
Por cierto, no me parece bien que, además, en su avance urbano y pancartil se lleven por delante un puesto de vacunación prendiéndole fuego…en Bruselas que se sepa.
Puede que todo se propague y algunos violentos y aficionados a las manifestaciones se acojan al sacrosanto deber de la libertad de expresión en forma física y veamos en nuestras calles negacionistas perturbadores. Creo que no. El miedo al COVID es mayor que la ilusión de unos cánticos y unas pancartas.
El marido alcalde ya está más tranquilo y su señora esposa también. Una vez que sienten el ligero pinchazo cerca del hombro no hay vuelta atrás y un profundo suspiro de “por fin” y un íntimo convencimiento de que ahora no pasa nada se ha instalado en el matrimonio.
Hay prisa por vacunarse y somos capaces de perder la compostura, apoyándonos en razones peregrinas para justificarnos.
Se ha extendido como una nube de certeza el que la vacuna nos protege.
Creemos en un escudo biológico y compartimos un resquicio negacionista cuando pensamos aquello de que: primero que se vacunen los políticos, lo que es contradictorio porque cuando algún miembro de la casta se vacuna, echamos los pies por delante y aprovechamos para seguir metiéndonos con ellos.
Y si se quejan de los ataques pensamos o verbalizamos aquello de “va en el sueldo”; también nos alegramos mucho cuando son fulminados de inmediato porque se han saltado el protocolo que, pese al tiempo que ha pasado, sigue estando incompleto Va en el sueldo dirán unos.
Quienes en este momento ejercen el mando se sienten satisfechos al percibir que ni el JEMAD se salva y se regodean en su capacidad de mando y ejecución. ¡Qué bien sí esta se aplicase a traer más vacunas y posibilitar los recursos para su aplicación intensiva!
Hay otras posturas en quienes se han vacunado fuera del protocolo previsto.
Otro caso es del munícipe que mirándose al espejo se dice:
¿No soy la máxima autoridad en el pueblo? ¿No es lógico que sea el primero en la vacunación?
Estas dos posturas suponen la verbalización moderna de un clásico país de tendencias picaras en nuestro territorio. Se sabe que aquí que el que no corre vuela y no hace falta que sea para este asunto tan vital como el de vacunarse o no como tabla de salvación antes de que venga el COVID y te contagie. Lo es para todo. Unos dicen que es genético y otros que es el Mediterráneo. Yo que sé.
Las disposiciones protocolarias que marcan quienes son los primeros y porque, no están claras y el debate está en la calle o menos en la calle y más en los despachos del Ejecutivo.
Es una costumbre nacional, en estos tiempos de relativa y temprana democracia discutirlo todo. Basta que una disposición, un punto de vista, una orden se cristalice en forma de norma para que la ola de controversia salte a los medios que encuentran en esas circunstancias un alimento constante para su supervivencia y para adquirir el sello de liberales.
Lo cierto es que estaría bien que algún jefe nos dijera que hay que hacer además de confinarnos prácticamente. Estaría también muy bien que, si saben, nos dijeran la verdad.
Por ejemplo, contestarnos, si saben, a las preguntas inmediatas. ¿Por qué no hay vacunas disponibles? ¿Si hay viales o no? ¿Sí son adecuados? ¿Sí tenemos bastante personal instruido para inyectarnos? Esa sinceridad es buena. Es un ejercicio de humildad necesaria y sirve para hacer `piña en un país individualista. Muy buenas.
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