Dos días seguidos ha sido trending topic en España el enorme Antonio Mingote (el día de su muerte, a nivel mundial). No es para menos. O tan solo eso, se podría decir también. Nada para su maestría. Y a Don Antonio esto le hubiera resbalado muchísimo. No
tenía twitter, desde luego. Y fijo que no le quitaba el sueño conocer las intríngulis de los ‘hashtags’, las estadísticas de sus followers o que sufriera pesadillas por que le hicieran un unfollow. Pasaba olímpicamente de las redes sociales, no estaba tampoco en Facebook, en Google + ni en nada enredado que se la pareciera. Y ahí ha estado él: casi un siglo haciendo periodismo. Porque lo suyo también era Periodismo, así con mayúsculas.
La reflexión a la que quería llegar es: da igual que uno use la palabra, la imagen, el fotograma o el dibujo. Al final todo es lo mismo: contar historias. Y eso es lo que ha venido haciendo Mingote en todo este tiempo (muy recomendable este enlace con reportajes en video sobre cómo era su vida). Contar historias, hacer periodismo. Bienvenidos sean los avances tecnológicos, la superinformación de las redes sociales, la interconectividad y ultracomunicación
de las mismas. Pero al final, en el eterno, agorero y apocalíptico mensaje de que internet, las tablets y la madre que las parió van a acabar con el periodismo, casos como el de Mingote demuestran que no, que qué va. Que alguien que sabe comunicar bien, que sabe contar buenas historias, que sabe estar atento a la sociedad para ver qué se cuece en ella y qué le preocupa, da igual que tenga twitter o no, que use iPhone o señales de tam-tam. Al final el periodismo sale adelante. A plumilla o entre bytes. Un Mingote 2.0 no hubiera sido más o menos genial que el Mingote 1.0. El continente no hace al maestro.
Mingote forma parte de mi infancia, como persona y como periodista. Mis primeros ‘escarceos’ con la tinta y el papel fueron cuando yo tendría ¿8 años? A mediados de los 80, vaya… Los trazos y viñetas de Mingote me trasladan al agostado verano de Piqueras del Castillo (Cuenca), al frescor de la casa de mi abuelo Florentino, a su comedor en penumbra. A mi abuelo ojeando el ABC (gracias abuelo por inocularme esa pasión) y yo oteando la viñeta de Mingote por encima de su hombro mientras empuñaba en una mano un bocata de Nocilla y en la otra el ‘Blanco y Negro’. Decir Mingote también me traslada a las
mañanas de desayuno antes de la Facultad de Periodismo, con mi madre Edelia en la cocina y en la radio Luis del Olmo y su ‘El estado de la nación’, ese surreal, genial y desternillante espacio en el que resonaba el magistral coro de Ussía, Tip, Coll…. y Don Antonio Mingote.
Ya ven… Periodismo, prensa escrita, humor gráfico, genio y figura de esto de juntar letras, o trazos de viñeta, o discursos en la radio… De contar historias al fin y al cabo. Y sin un tuit, una red social de por medio ni media preocupación de si su creación iba a ser publicada en un folio, un papiro, un smartphone o una tableta, sin batallas entre medios por disputarse el nombre de un genio. Simplemente, como dice uno de los lemas de la CNN…
“It’s called journalism”