El torero Enrique Ponce cambia la muleta por el micrófono junto al grupo Materia Prima
Después de escuchar a Jesulín de Ubrique cantando su «Toa, toa toa, te necesito toa» encima de un escenario creía que ya lo había visto todo, pero me equivocaba.
Los sublimes versos de su canción me martillearon tanto los oídos allá por 1996 y me provocaron tal ataque de risa que aún recuerdo, como si hubiera sido ayer, el momento en el que el torero subió con su traje de chaqueta blanco al escenario del Festival de Benidorm a darlo todo por su público.
Ahora, 14 años después (¡Cómo pasa el tiempo!), la sorpresa vuelve a pillarme totalmente desprevenida y a dejarme completamente ojiplática.
El culpable de todo es Enrique Ponce, uno de los matadores más apuestos y elegantes del mundo mundial, como dice el sabio Manolito Gafotas.
El diestro valenciano, marido de la también exquisita Paloma Cuevas, cambió ayer en El Corte Inglés de la Avenida de Francia, por unos minutos, la muleta por el micrófono. Y comprenderán que el momento no podía perdérmelo. Es como cuando uno se va al karaoke con amigos y disfruta viendo cómo sus compañeros se esfuerzan por coger el tono de la canción.
En la proeza musical, Ponce no estaba solo. Le acompañaban los integrantes del grupo Materia Prima, los hermanos Mónica, Juan y Pedro Fernández.
El torero ha colaborado en el último trabajo del grupo, ‘La suma de nuestros días’, con una ranchera que lleva por título «Besos» y que, además, tiene carácter benéfico al colaborar con la Fundación Madrina.
Todos ellos viajaron hasta la ciudad para presentarlo a sus fans valencianos. Y mira que había. Aunque no sé ciertamente si fueron sólo atraídos por conocer una de las facetas más ocultas del matador hasta ahora.
La tarde comenzó con un pequeño directo en el que Ponce sorprendió a todos con su voz. Y a mí la primera. ¡Nada que ver con aquel mal trago que me hizo pasar el de Ubrique!
No sé si estarán de acuerdo conmigo todos aquellos que se encontraban allí, pero en la forma de moverse , y perdónenme la comparación, hubo ciertos momentos en los que Ponce me recordó a Julio Iglesias. Tal vez me dejaría llevar por su forma de vestir. Llegó elegante, un poco tímido, ante la expectación y los gritos de «¡Torero, torero!» que soltaron algunas de sus incondicionales admiradoras. Vestía unos pantalones grises, una americana azul marino con un elegante pañuelo en el bolsillo y unos mocasines de esos que miras y dices: «¡Le deben de haber costado un pastón!».
Ni los flashes, ni las cámaras de vídeo ni los «¡olé!» que se escucharon de fondo hicieron que su voz temblara. Ponce no defraudó. ¡Que le den dos orejas!