Nunca me he sentido especial, quizás por ser la tercera de cuatro hermanas. No reconocía en mí ninguna virtud. Silvia, mi hermana mayor, era la más inteligente. Mónica era la artista, con ese aire bohemio que los hace un poco bipolar … ( je, je, cuando lea esto me mata) y Míriam era la nena de la casa, sólo por eso ya era especial, aunque luego ha demostrado serlo por otras muchas cualidades …
Manuel, mi padre, valenciano de pura cepa, se vio obligado a emigrar a Estados Unidos, a “hacer las américas” como se decía entonces y allí conoció a Connie, mi madre, nacida en Nueva York, en el barrio de Queens, hija de un emigrante gallego y una exiliada cubana. Como pareja, un desastre, quizás por el choque cultural, entre el libertinaje americano y la dictadura española. Pero a pesar de todo, si a ambos les preguntan, no se arrepienten del matrimonio, ya que fruto de éste llegamos nosotras … así de caldosos somos los padres.
Nuestra infancia no fue idílica ni fácil, la falta de entendimiento entre nuestros padres no era un escenario muy propicio para cuatro niñas. Mi padre siempre ha sido muy autoritario, por no decir machista (esto era lo normal en los 80) y mi madre no es de las que manifiestan sus sentimientos con facilidad, pero aun así, gracias al don que tenemos los niños para hacer lo feo bonito, puedo decir que fui feliz, sobre todo gracias a mis hermanas, con las que creaba mundos imaginarios en los que siempre había una fiesta, alguna canción que cantar o algún disfraz que ponerse … Debo decir que mi madre colaboró a construir este mundo paralelo desde la distancia y mi padre pensaba que, trabajando de sol a sol, aportaba todo lo que necesitaba la familia. Era su forma de pensar, lo que le enseñaron de pequeño y a lo que siempre se ha aferrado.
Fuimos creciendo y la vida nos distanció. Silvia comenzó sus estudios de veterinaria en Murcia, Mónica partió a Madrid por amor y Míriam, gracias a otra de sus cualidades consiguió una beca de deportista de élite en Softball y estuvo interna en Cheste. También por aquella época, llegó la separación definitiva de mis padres. Yo, por mi parte, seguía estudiando en Valencia. Nunca he sido una estudiante ejemplar, no es que se me diera mal, pero en muchas ocasiones de mi vida, si he tenido que elegir entre estudiar y dejarme llevar por los impulsos, siempre he elegido la segunda opción. Lo reconozco, soy un poco visceral, pero no me arrepiento, ya que esta cualidad me ha llevado a conocer a David, a tener dos hijos estupendos, a salir como una guerrera en las carreras a pesar de las lesiones y en última instancia a pelear contra esta enfermedad asquerosa que es el cáncer a base de zancadas…
No se si creéis en el destino, yo sí. No se me ocurre otra explicación por la que David y yo nos conociéramos aquel día de septiembre y que casi por accidente surgiera ese primer beso de los millones y millones que nos hemos dado hasta ahora. Él ha sido siempre el que me ha dado el empujón final, ya que soy muy indecisa, no os podéis imaginar lo que tardo en elegir hasta un champú…, es mi apoyo incondicional y con firmeza os digo que es el hombre de mi vida. Es una suerte haberlo encontrado, porque hacerlo ya me hizo estar cerca de la felicidad, y con el tiempo juntos la aproximación a ésta ha ido creciendo. Hay personas que se pasan la vida buscando su media naranja sin éxito y por ello me siento tan afortunada, digamos que es … mi otra zapatilla del par.
Bueno, pues además de muchas otras cosas, si algo debo agradecerle a David es que empezara a correr. Él llevaba ya 10 años haciéndolo cuando le conocí y por aquella época (2004), yo no practicaba ningún deporte. Había jugado a baloncesto, voleibol, danza, pero en ese momento no hacía nada. Comencé a ver como cada mañana se levantaba temprano y salía a entrenar mientras me quedaba en la cama. Me sentía fatal, así que me apunté al gimnasio y comencé a correr en la cinta. Le dije que cuando aguantara el mismo tiempo que él en hacer el recorrido le acompañaría. Dos meses después, en Semana Santa, salí con él por primera vez. La experiencia fue positiva, no puedo decir que disfrutara, porque bien sabéis todos que para hacerlo corriendo debes tener muchos kms en las piernas, pero la satisfacción de haber acabado, hizo que al día siguiente me calzara de nuevo las zapatillas.
Aquí comenzó nuestro periplo particular en el mundo del running. Juntos hemos corrido durante 742 días, superando lesiones, festejos, defunciones (durante este periodo José Serrano Amurrio, el padre de mi marido, falleció de cáncer) e incluso durante 7 meses del primer embarazo.
Cruzamos nuestra primera meta en febrero de 2010 en la Media Maratón de La Pobla de Farnals, casi por casualidad, motivados por familiares y amigos que insistían en que participáramos en alguna carrera. Al finalizar, felices de haber corrido nuestros primeros 21,097 kms, nos informaron, para nuestra sorpresa, de que había quedado primera clasificada.
Son muchas las anécdotas que nos quedan de este mundo, el que a nosotros nos apasiona y el que nos llevó a transmitir a nuestros hijos ya desde el vientre materno. Seguramente algunos me recordéis de aquella bonita etapa.
Los beneficios del running para nosotros han sido abundantes, pero fue el pasado año, tras ser diagnosticada de cáncer de pecho, cuando percibimos todo lo que el atletismo popular nos ha regalado: amistad, compañerismo, sensibilidad, amor … Os puedo asegurar que me ha ayudado muchísimo a minimizar los efectos de la quimioterapia, con su ayuda le he quitado protagonismo a la enfermedad, luchando cada kilómetro … ¡CORRIENDO PARA VIVIR!
Esa soy yo, Natacha López, un nombre ruso … para una “americana”.