Lo confieso. Soy un aficionado con ciertos ramalazos de fanatismo baloncestístico que es capaz de chuparse un Irak-Fifji sub-20 con tal de ver unas cuantas canastas. Y reconozco que anoche, a pesar del cansancio, la hora tardía y una contractura en la espalda que me obliga a ver la tele con la cabeza apuntando a los pies y los ojos mirando al cielo, me enganché al Estados Unidos-Túnez. Y eso que, como en una mala película de acción de serie Z, sabía que los malos eran muy malos y los buenos muy buenos, y que el final estaba más que escrito.
Sentarte a ver este partido esperando alguna sorpresa es como si en ‘Titanic’ no quieres que te cuenten el final para no quitarle la emoción. Y aún así, ahí estaba yo, con mi mala postura, dispuesto a divertirme en el quizás peor partido, el más desigual seguro, de todos los Juegos Olímpicos.
Y como de todo se puede sacar una lectura positiva, hasta en este ¿choque? pude ver cosas interesantes. Hasta el partido tuvo cierto suspense. El suspense de saber cuándo el ‘USA Team’ decidiría machacar al pobre enemigo africano, si desde el primer minuto o le daría un poco de tregua. Y le concedió una primera parte, en la que los tunecinos se sintieron estrellas, se vieron como héroes. Créanme que la hipermotivación lleva a conseguir resultados momentáneos increíbles. Vino a ser la historia de los cinco minutos de gloria adaptada al deporte. Incluso dominaron al todopoderoso ‘Dream Team’ por un ratito. Tan raros se vieron en esta situación que hasta un jugador se disculpó, al estilo tenístico, cuando metió una canasta solo bajo el aro al recibir un pase inesperado de un norteamericano que intentaba evitar que el balón saliera del campo.
Estados Unidos no me pareció tan arrogante como antaño y respetó al rival, machacando desde la calidad y la superioridad, sin extravagancias, chulerías o malas caras. Además, cuentan con un técnico al que es casi tan difícil verle conceder a sus jugadores una licencia para hacer tonterías como mostrar una sonrisa.
Mike Krzyzewski me tiene ganado para su causa. Lo que hizo ‘coach K’ en el primer cuarto me pareció genial, una lección de mando y gestión de estrellas. El cambio americano -el cinco titular al banquillo de golpe para dar paso a cinco jugadores del banquillo- que realizó en el primer cuarto, fue una llamada al orden a los suyos y un motivo de orgullo para los africanos. “No queréis defender… De acuerdo, quizás estos otros cinco quieran”, parecía decir. Y esos cinco quisieron. Y volvieron los titulares, y se pusieron las pilas. Y se fueron al descanso. Y arrasaron después, sin hacer sangre.
Al final, todos contentos. Los americanos, porque quedan cuarenta minutos menos para que llegue la final y colgarse el oro; los tunecinos, porque lo que podía ser una pesadilla fue un sueño que contarán a sus nietos. Y yo, porque me entretuve y olvidé mis dolores por un rato con una película en la que ya sabía desde el principio que el barco se acabaría hundiendo.
Me enganché al Estados Unidos-Túnez. Y eso que, como en una mala película de acción de serie Z, sabía que los malos eran muy malos y los buenos muy buenos