Tenía pendiente este post desde hace más de una semana. Justo el tiempo que llevo intentando esconder, con cierta vergüenza y paso charlotero, mi dolorosa cojera por las calles logroñesas. Es consecuencia del sobreesfuerzo de correr y saltar más de la cuenta, llevado por la emoción de la causa, del lugar, de la compañía y de un público que se dignó a ver lo que pretendía ser un espectáculo baloncestístico entre amigos. Espectáculo fue, baloncestístico es más discutible.
No ha sido por pereza. Las elecciones me han comido el tiempo, el ánimo y las ganas en estos días. Pero esta mañana, tumbado en la camilla del fisioterapeuta, mientras Sergio Vicens ponía su empeño y su saber en arreglar un cuerpo que ya tiene pocas partes que salvar (gracias, Sergio, por intentarlo), he recordado que debía este post. Me lo debía a mí, se lo debía a todos aquellos que participaron, de una manera u otra, en el partido benéfico organizado por la Federación Riojana de Baloncesto a favor de la Asociación riojana de familiares y amigos de niños y niñas con cáncer (FARO). Y se lo debía, sobre todo, a alguien que hizo especial el día y que me hizo sentirme orgulloso de lo que es, de lo que soy y de ese maravilloso deporte que compartimos.
Porque, aunque lo que iba a pasar en el polideportivo de Lobete por la tarde ya fue especial, lo de la mañana lo fue todavía más. Puede parecer una tontería, un hecho anecdótico, pero realmente era uno de esos momentos que se convierten en recuerdos fundamentales, en anclajes vitales al pasado, en puntos de encuentro futuros y en centro de conversaciones venideras.
Fue el primer partido de baloncesto que vi de Mateo.
El año pasado ya disputó alguno suelto, pero este año comenzó su andadura dentro de una estructura de equipo, con dos entrenamientos semanales y liga cada dos semanas. Entre viajes, fiestas y descansos, no había podido estrenarse todavía este año con su camiseta con el número 15, como su padre. Dio igual cómo lo hizo (yo creo que muy bien, ¡qué voy a decir!), o el resultado (no ganaron). Lo mejor fue lo contento que salió, su satisfacción por lo que había hecho y la pasión con la que contaba cómo lo había vivido o lo cerca que había estado de meter una canasta. Ni por un momento se preocupó del resultado. Daba saltos y corría, se acercaba, se alejaba, repetía los gestos realizados en el partido mientras lo intentaba explicar todo. “¿Has visto, papá…?”. “Y he corrido mucho…”. “Y casi la meto… pero da igual”. Todo expresividad, todo pasión. Genial.Iba a analizar ahora las cosas que me encantaron de su forma de jugar pero, ¿para qué? A quién le importa. Con seis años, tiene toda la vida por delante para aprender, para desaprender, para acertar y equivocarse… para JUGAR. Y tiene unos entrenadores que son los encargados de enseñarle -gracias, Sergio; y gracias, Licet, (que te vaya todo muy bien, pero ya tenemos ganas de que vuelvas)-. Lo importante, lo fundamental es la felicidad que transmitía. Mateo representaba en ese momento el claro ejemplo de lo que es la esencia del deporte, del baloncesto en estado puro, del espíritu deportivo.
Y yo, mientras, en mi faceta de gozoso padre, henchido de orgullo por los siglos de los siglos.
Por eso, todo lo demás, por más excitante que fuera para mí, no podía alcanzar lo vivido en uno de los cientos de partidos de minibasket que se disputan a lo largo del año en La Rioja, pero que para mí fue el más especial.
Pero lo de la tarde no desmereció. Lo dicho, un partido entre periodistas, entrenadores y viejas glorias. Una lista de clásicos del baloncesto riojano.
Todo fue bueno. Todo, salvo la lesión de Ángel (‘Sheriff’, dale tiempo, toma aire. Sólo hay que esperar un poquito más para que el cuerpo se rearme totalmente y todo vuelva a tu loca normalidad). Fue el único punto negro de un choque entretenido, divertido, con cierta emoción en el marcador y en el que el resultado era lo de menos… Ya sé que muchos estarán pensando ahora en las artimañas oscuras de los periodistas para confundir, de manera maledicente y con números erróneos, a los lectores en las redes sociales y en las distintas crónicas del partido en los medios de comunicación. Pero qué le vamos a hacer. Cada uno usa sus tretas como puede para salir dignamente y con la cabeza alta después un largo esfuerzo con la evidente recompensa moral conseguida pero con las cifras torcidas en el marcador. Así son las cosas y así se las hemos contado… como hemos querido (es lo que tienen las tradiciones navideñas, por malas que parezcan).
El fin merecía cualquier esfuerzo. El partido tenía también un aliciente especial para mí y para Carolina, una de las glorias del adversario. Pocos pueden decir que han visto a sus padres enfrentarse en una cancha de baloncesto. Los nuestros podrán hacerlo. Cierto es que tuve que aguantar las bromas del más pequeño al final. “Mamá, very good (y dedo para arriba); papá, very bad (dedo para abajo, lengua fuera y un ¡buhhhh1 extra para el menda lerenda)”. Mi orgullo herido en inglés por el análisis certero y concreto de un canijo de cuatro años que domina como puede el español… ¡Habrase visto!Por lo demás, la suma de elementos positivos no pudo ser más satisfactoria. Fue un placer estar a las órdenes de Espi, al que otrora surtía de balones desde el poste alto al poste bajo (sí, Félix, yo sí que te pasaba, no como otros); un gusto repetir con Quique, que demostró no estar demasiado bien cuando en un ataque fue capaz de darme dos balones interiores, ¡lo nunca visto! (gran sorpresa la suya tras el partido, por cierto); un gozo compartir banquillo con Toño, al que han rejuvenecido esos largos paseos matutinos y que conserva el espíritu fajador de antaño; un deleite disfrutar al lado del sempiterno Salva, gran ejemplo en muchos aspectos; un regocijo coincidir con amigos de siempre, como Vero, Ángel o Rubén, y con tantos otros, al lado y en la otra cancha (Domingo, Chus, Noe, Álvaro, Jordi,Waldo, Pedro Olalde, Eduardo, Pedro ‘Pelos’, Villa, Beatriz, Licet, Carlos, Cuca, los tres Ramos, Miguel Ángel, Javi, Nacho, Carmichael, Sagarribay -espero no haber olvidado a ninguno-), y con el silbato (Nemesio y Julio). Vamos, un no parar.
Por no hablar de la cena (conversaciones entretenidas, recuerdos de historias y batallas comunes, puestas al día, e impagables tirones musculares de ellos, entre plato y plato, para las risas de ellas), de los bailables y de los refrigerios varios.
Fantástico día, tan divertido como la noche… Todavía lo estoy pagando…