El viernes comienzan oficialmente los Juegos Olímpicos de Londres pero, para entonces, algunos ya llevarán un par de días parapetados en sus sofás -el miércoles se disputaron partidos del torneo femenino de fútbol y España ya se ha llevado la primera decepción con la derrota de ‘La Rojita’ ante Japón-, encadenados al mando de la tele y con ropa cómoda para aguantar 17 días viendo todo tipo de deportes frente al televisor.
Es la ceremonia que muchos repiten cada cuatro años. Aprovechan sus vacaciones para realizar su ciclo olímpico y cumplen religiosamente con sus 16 horas diarias de sillónbol. Se convierten en acérrimos seguidores de disciplinas que hasta la misma inauguración de los Juegos ni entraban en su vocabulario. Les da igual un partido de hockey hierba entre Samoa y Kenia, o la actuación del representante sueco en piragüismo en aguas bravas, o las vicisitudes del líder del equipo indio de pentatlón moderno. Todo lo siguen.
Y qué decir del momento en el que el jinete español de doma salta a la arena a lomos de su esbelto caballo de sangre hispana. Gritos, jaleos y emoción. No hay otro como el equino patrio, y qué garbo y gallardía la del caballero castellano.
Por no hablar de los halteras. Qué fuerza, qué potencia en la arrancada, y qué músculos. Que se quiten los turcos, rusos, azerbaiyanos y chinos, mucho más toscos y rudos que los nuestros.
¡Qué orgullo! Si hasta eso que llaman ropa deportiva de diseño, que más bien parece los restos de ‘estocaje’ del Carrefour, les queda divinamente en esos cuerpos hercúleos…
Y si llegan las medallas… ¡¡¡Yo soy español, español, español,…!!! Oro en tiro con arco. ¡Maravilloso! Plata en lucha grecorromana femenina. ¡Inigualable! Bronce en tenis de mesa. ¡Qué agradable sorpresa!
Pero también hay decepciones. Fallamos en bádminton, caemos en primera ronda del peso mosca en boxeo y pinchamos en bicicleta de montaña. Esa noche no se cena.
Pasan los días entre momentos de fervor atlético y bajones por falta de glucosa. Venga una cervecita con sus aceitunas para elevar el ánimo. Y llega el 12 de agosto, y la ceremonia de clausura. La llama se marcha, dejando el pebetero frío y al pobre deportista ‘sillonbolero’ deprimido y agotado. Y vuelve el lunes, las vacaciones se acaban, y la rutina, el trabajo y el calor del verano.
Al menos, ya solo quedan unos días para que comience la liga de fútbol. Y el mundial de pentatlón y el europeo de bádminton. ¿Penta…qué? ¿Badmin…cuántos?