Los problemas de visión empezaron a ser rutina. Era imposible achacarlo al estrés, ese socorrido invento moderno al que poder echarle la culpa. Las visiones borrosas llegaron en verano, en plenas vacaciones. Los días de duda se resolvieron con un diagnóstico certero: tumor cerebral. Aquel cuarentón, que de traje y corbata era un pincel, se puso en manos de la sanidad pública y del doctor Resurrección. El profesional, en honor a su apellido, vació lo que pudo y le dio vida a un cadáver seguro. Empezó a convivir con cáncer aunque el destino maldito quiso que al día siguiente del alta se amortajara a su padre, al abuelo. Empezaba la lucha.
La de aquel paciente es una historia más, como la de Markel Irizar, que es el abecé de cómo VIVIR con cáncer. De cómo abordar una enfermedad con el único fin de derrotarla y exterminarla. El reportaje de Informe Robinson (quizá uno de los mejores programas que hay en televisión ahora mismo) detalla hasta la lágrima, no por compasión sino por el afán de victoria, la historia de este ciclista, de Bizipoz, como le llaman sus compañeros, que levantó los brazos sin pancarta, sin pelotón y como público su familia, amigos y compañeros.
De Irizar, ciclista del Radioshack-Leopard, lo que más me llama la atención en el vídeo es esa mirada al frente, ese paso firme y constante bajo la lluvia. El porte de alguien que de cara superó el suicidio de su padre, afrontó con templanza el cáncer, consoló a la madre y formó una familia. Irizar es hoy un gregario del pelotón que ha enseñado a cinco estrellas como Cancellara o Schleck a disfrutar de los pequeños detalles como decir “te quiero” a tus padres, a tu pareja o a tus hijos cada día. Bicipoz también tiene palabras para Lance Armstrong, ese ídolo caído para las masas pero muy presente para Irizar porque sabe que ningún Tour le dio a su amigo tanta satisfacción como vencer al cáncer.
Aquel paciente, al que operó el doctor Resurrección, tuvo una segunda intervención. Con el paso de los años se perdieron muchas cosas por el camino. Algunas vitales. Fundamentales. Aquella operación dejó como recuerdo un cráneo soldado por una cremallera de grapas. Tal cual. La vida siguió.
Las pequeñas cosas son las más grandes. Como esa cara de payaso de Richi, un niño de siete años, que ilustra la web www.sosrichi.org. El pequeño, tras un día infernal por los efectos de la quimioterapia, dibujo la vida con cáncer con colores en su cara. Colores que sirvieron de combustible en el depósito de lucha de sus padres.
Versión del vídeo para ayudar a Richi en inglés
La bondad divina, esa que dicen que está en el Cielo, se convierte en mil preguntas al ver a un niño con cáncer. Y todas sin respuesta. Vuelves a lo terrenal para comparar debates absurdos y nimios con verdaderas batallas en primera persona. De gente que busca hasta el último euro para salvar la vida de un niño, de su hijo, que compensa el esfuerzo con una cara de payaso. Esas pequeñas cosas, como las que le enseñó Irizar a sus compañeros, son las más grandes. De personas que no entienden cómo con dinero público se compra un tanque de guerra en lugar de apostar por un viaje a Boston. En la web se puede aportar lo que sea para Richi. Un solo euro ya cuenta.
La tercera vez ya no fue posible la operación. Tampoco estaba ya el doctor Resurrección. El segundo día de Navidad la tarde de parchís y tute se convirtió en un juego de trampas. Todo ello acompañado de un movimiento mecánico y periódico de cuello. Como buscando un horizonte perdido entre ataques epilépticos.
En planta tres días y tres noches infernales. Tres días como un Quijote luchando contra molinos en forma de vías, goteros y agujas. Aquella locura tuvo un momento de lucidez. Después de amanecer. En el momento del relevo. Aquel Quijote catatónico, aparcó su locura y llamó a Sancho cuando este ya enfilaba la puerta de la habitación. No se llevaban mal pero se podían haber llevado mejor. Sin hablar, se tocó un par de veces la mejilla con el dedo para pedir un beso. Fue el último, el mejor beso, el de las pequeñas cosas, el que se queda para toda la vida. El que dio la paz a ambos.
Aquel paciente era mi padre. Al que las manos del doctor Resurección le regalaron diez años de vida, de vida con cáncer. Entró en coma un día después de aquel beso. Mes y medio después de ingresar, falleció.
Se puede vivir con cáncer. Vivir por encima de la muerte.
Mi abuela, la madre de mi padre, es la persona más fuerte que conozco. Todavía la recuerdo poniendo paños fríos en aquella frente que amenazaba con reventar un termómetro al que le faltaban grados. Paños a un tiempo casi agotado. Hoy, nueve años después de aquello y con ochenta y largos en el DNI, disfruta de esas pequeñas cosas que es un banco en el parque, de un paseo, de una partida de parchís, de un baile o de un chocolate con churros. Mi abuela es bisabuela.
La historia de Markel, de Richi, de Dioni es la de miles de personas. Historias que demuestran que se puede vivir, luchar y derrotar al cáncer.