Los dibujos animados me están trastornando este verano. Entre Clan, Boing y Disney Channel amanezco y me acuesto al ritmo de Peppa Pig (¡oink!), Hora de Aventuras, Dora la Exploradora (la odioo, síiiii, la odioooo), Bob Esponja y toda su cuadrilla. Ahora que mi compañero Darrin está de vacaciones en proceso de desintoxicación de su síndrome, me voy a meter en su terreno como un intruso chupóptero a hablar de televisión. Un post veraniego, diría yo.
Me voy a retrotraer treinta años atrás o más, para recordar aquellos dibujos de la transición con los que crecí.
¿Quién no se acuerda de Mazinger Z? Un gigantesco robot tripulado creado por el dibujante japonés Gö Nagai. Pero eso no nos interesa. El que quiera saber datos que busque en la Wikipedia. Aquel robot tripulado tenía como piloto a Köji Kabuto, un machista en toda regla. Y no pasaba nada. Kabuto era lo que hoy se puede conocer como un machito ibérico: las mujeres, cuanto más pechugonas mejor y a fregar. A Mazinger Z, el ídolo de todos los niños al grito de “puños fuera“, sólo le faltaba el pelo en el pecho, el palillo en la boca y el paquete de tabaco como hombrera. Lo que sí que llevaba era bañador fardagüevos.
Mazinger Z contaba a su servicio con Afrodita A, pilotada por Sayaka Yumi. Las mentes calenturientas defienden que Afrodita A, concebida como un robot de carga, lanzaba sus misiles al grito de: “Pechos fuera“. No, señores. Eso es un mito. Yumi, la abnegada pareja del machista de Kabuto, nunca lanzó sus torpedos al grito de pechos fuera. Este uno de los mitos animados más extendidos que al final se han convertido en una falsa verdad. Además, Mazinger Z, cuando se cansó de ella la cambió por Diana A. Lo que sí que es cierto es que a Kabuto sólo le interesaron los pechos de Afrodita A. Fue la primera operación estética animada de la historia.
El vídeo en el que Kabuto humilla a Yumi.
Por cierto, ¿qué madre deja a su hijo de ocho años en Italia para irse nada menos que a Argentina? Pues la madre de Marco. Otro drama en versión animada. Anna, que así se llamaba la susodicha, se pira a tomar por saco mientras en Italia se queda el padre Pietro, al que la verdad nunca se le ve excesivamente preocupado ni por su mujer ni por el niño, y Emilio, el hermano mayor de Marco, que hoy sería un porrero bakalaero amante del botellón. El pobre chaval se queda solo con un mono al que han bautizado como Amelio, Imedio, Enmedio… y que casi nadie acierta a llamar por su nombre: Amedio. ¡El mono se llama Amedio! ¡Ya está bien! Además, es un mono un poco cabrocente la verdad.
El niño, harto de su familia, de la perroflauta de Fiorina y de Peppino, su futuro suegro, se va a buscar a su madre, porque madre no hay más que una aunque me haya dejado tirado como una colilla y se embarca en un buque para irse a Argentina sin comida, ni dinero, ni Dios que le asista a buscar a una madre que tiene la virtud de acabar de irse del lugar al que su hijo llega a buscarla: De Génova a Buenos Aires y de allí a Córdoba y luego a Tucumán. Encima cuando la encuentra la madre está al borde de la palmatoria. ¡Dios qué manera de sufrir!
Hoy en día, ‘Marco, de los Apeninos a los Andes’, sería motivo de comisión de investigación en el Congreso y ejemplo de manual para los responsables de los servicios sociales.
Os dejo el desgarrador: ¡No te vayas mamá, no te alejes de mí!
Luego está Calimero. Ese pollito que todavía no se ha dado cuenta de que tiene la mitad del cascarón del huevo sobre su cabeza. Se puede ser más cruel. Fue el primer ejemplo de racismo animado. Su familia no le quería porque era negro. Un pollo negro. Sus hermanos, los pijos, eran mas guays porque lucía su pelaje amarillo. Encima, los guionistas, tan graciosos ellos, le clavaron la frase lapidaria para incidir en el marcado carácter xenófobo de la serie: “Nadie me quiere porque soy pequeño y negro…” Menos mal que encontró el amor en Priscilla. Algo así como Elvis Presley.
Lo que pocos saben es que Calimero fue parido en un anuncio publicitario de un detergente italiano. Algo como el Micolor español. Al pollito negro le devolvían su pelaje amarillo gracias a “Ava”. Hay que ser cafre para meter a un pollito con cascarón en el tambor de la lavadora.
No os voy a privar del centrifugado de Calimero.
El bosque de Tallac no se queda atrás. No se crean. En el primer capítulo un cazador le descerraja un tiro a la osa Grizzlie, la mata y deja dos oseznos huérfanos como Jackie y Nuca para el disfrute de los niños de la transición. Se quedan a cargo de un indio (Senda) y una vaquera (Olga). ¡Lo que faltaba! Un matrimonio mal avenido. Al final, tras muchas penurias, los osos crecen y se piran al bosque que es donde deben estar.
Recordemos la terrible muerte de la madre.
No me puedo olvidar del clásico de Heidi. Esa niña que parece que fuera todo el día pimplada por sus mofletes vinotintos y que nadie tuvo nunca el detalle de comprarle unas zapatillas para correr por el bosque. Allí todo el mundo calzado menos la huérfana. En plenos Alpes, con el frío que hace, y en manga corta y falda. ¿Pero esto qué es? El abuelo sólo estaba preocupado de fumar en pipa. Luego había un tal Pedro, un niño pastor enamorado de sus cabras, y para acabar Clara, la niña rica pero paralítica y solitaria. Terrible.
Vamos con ese clásico: Abuelito dime tú.
Crecí con un robot machista, una cuadrilla de pollos racistas, dos osos huérfanos, una niña descalza y en manga corta en plenos Alpes, con una madre que abandonó a su hijo y que cada vez que veía que la iba a encontrar se mudaba. Y puedo hablar de Epi y Blas, que ha generado numerosos debates etílicos sobre cuál era el amarillo y cuál el naranja. He merendado viendo a un erizo rosa como Espinete que sólo se tapaba al acostarse mientras el resto del día iba en bolas; con Don Pimpón, esa cosa que nadie ha sabido identificar y con Chema y Ana, que nunca supe si estaban liados o no.
Con ustedes el erizo nudista.
Supe antes de Comado G que del Punto G, Verano Azul montó la primera PAH para evitar el desahucio de Chanquete, Los Caballeros del Zodiaco fueron la antesala de la cabalgata del Orgullo Gay y no me tiré de los pelos porque sólo había media hora de dibujos después del Telediario del fin de semana.
Un recuerdo para Julia y sus chicos como miembros de la PAH
Los dibujos de ahora me han decepcionado. Sólo salvo a Bob Esponja porque se parece a los míos.
Una esponja debajo del mar que conduce sin permiso, un bobalicón en toda regla, ese (in)feliz que ni siquiera se hincha con el agua y que se ha convertido en guía espiritual de millones de niños. Un gamberro en toda regla. En el fondo de Bikini, la isla donde vive en una piña, trabaja para el ávaro Señor Cangrejo, ese banquero de hoy en día; molesta al insociable Calamardo, depresivo crónico, y se lanza a mil aventuras con Arenita, una ardilla con escafandra que el boom por la igualdad de sexos la ha llevado a ser la más inteligente. Pero mi favorito es su mejor amigo: Patricio. Una estrella de mar con cara de sepia. Un inadaptado social, torpe, cenutrio, bobo, tonto de baba, marginado, débil. Una serie perfecta para que los dibujos, como se ha hecho siempre, enseñen a los pequeños las desigualdades sociales como algo normal en la vida. Estamos apañados.
Un homenaje a Patricio con la llegada de sus padres.
En fin señores. Me piro de vacaciones. Sé que a Darrin le queda poco para volver (lo siento chaval) y supongo que durante este tiempo de asueto me torturaré con la repipi Dora la Exploradora, su puñetero mapa, el mapa, el mapa… la mo-chila, mo-chila, y el mono pulgoso. Sólo espero que el zorro Swiper se hinche a robar por la vía del butrón.
Buen verano