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Héctor Esteban

El francotirador

¿Qué puedes esperar de un fallero?

Las comisiones falleras de barrio, las de verdad, sobreviven en su propio ecosistema. Con una hojeada de los llibrets, se observa como la tradición ha pasado de generación en generación. En muchos casos, personas que no se ven durante todo el año sobreviven en (presunta) armonía durante cinco días, el tiempo que va desde la plantà hasta la cremà. La falla, la comisión, sólo despierta dos sentimientos en la población: amor u odio. No hay termino medio. Los valencianos somos así. Con 38 años de fallero a mis espaldas (me apuntaron con año y medio) me siento autorizado para hacer esta radiografía. Una menestra de arquetipos de fallero en los que en algún caso me puedo sentir identificado.

  • El guardia urbano: Es aquel que durante los días de fiesta saca el policía local que lleva dentro. Es el encargado de parar el tráfico para que desfile la comisión en pasacalle. Con una facilidad pasmosa bracea, enseña la palma y hace el juego de muñeca como si toda la vida le hubiera dado al pito. Personaje necesario. Si no existe es importante ficharlo. Además, cuando algún conductor desesperado hace sonar el claxon harto del desfile, nuestro querido urbano es importante que le haga aspavientos grotescos y reclute a algún mozo de la comisión para amenazar al conductor con volcarle el coche como siga pitando.
  • El escaqueado: Experto en desaparecer. Nunca pone banderas. Nunca pone la mesa. Nunca ayuda a sacar la basura. Nunca colabora en la plantà. Pero siempre está en los momentos de jolgorio máximo.
  • El español: Es la versión mejorada del escaqueado. Nunca hace nada pero como buen mirón español a pie de zanja intenta dirigir la ejecución del proyecto: “Oye, oye, ese ninot ponlo un poco más para allá”. Es importante que luzca cigarrito y vaso de tubo.
  • El Miraquienbaila: Especialista en verbenas. Lo da todo. Su vida en la falla sólo tiene sentido al pie de la orquesta. Pone la misma pasión en el primer tercio de la verbena con temazos como ‘La Barbacoa’, ‘Islas Canarias’ y ‘Que viene mamá pato’ que en la recta final con Mago de Oz. Su baile nunca cambia. El mismo para todos los estilos. Un clásico. Suele ir desacompasado.
  • El playbacks: Es el coreógrafo del casal. Se pasa el día contoneándose. Un Giorgio Aresu en potencia. Se encarga del playback de infantiles y mayores. El día de la actuación suele ser el tipo que se deja ver detrás del telón y que se sabe todos los movimientos del grupo de baile. Los realiza al unísono con el intérprete que actúa. Levanta las manos, mueve la cintura, da vueltas, coge micrófonos imaginarios… Da igual que sea Falete, la Década Prodigiosa, Raphael que Abba. Su mayor reconocimiento es el ramo de flores al final de la gala.
  • El decorador: Aquel que se empeña en decorar la arena y el césped de la falla la noche de la plantà como un Vittorio&Luchino de barrio cualquiera. Un detallista, vamos.
  • El hambriento: Este come los días de fallas como si no hubiera mundo. Lo que le pongas. En cinco días suele engordar entre cuatro y cinco kilos.
  • El sediento: Este es la versión líquida del anterior. Generalmente con alcohol. Además, tiene una querencia acusada: siempre intenta tocar el bombo o la trompeta la banda de música en los momentos de mayor exceso hídrico. Suele creer que la calle es un urinario público y se excede en la exaltación de la amistad a conocidos y desconocidos.
  • El pólvoras: Suele tener mala leche. Ya es mayorcito y su especialidad es soltar algún petardo de alta intensidad cerca de un corrillo de compañeros falleros. Es un incomprendido. Nadie suele entender la gracia. Sólo él.
  • El pringado: Es fácil que sea uno de los nuevos. Durante las fiestas falleras se le suele ver portando el estandarte por encima de sus posibilidades.
  • El marginado: Otro modelo de novato. Si uno llega nuevo a una falla es imprescindible tener un contacto. Conocer a alguien. Te introduce y ya tienes medio camino hecho. Si apareces sin recomendar, durante el primer año (si es que sobrevives), eres parte del ¡Sálvame! de la comisión.
  • El pasacalles: Este también es de los de reciente adquisición. Cree que hay que ir a todos los actos y por eso suele ser, junto al padre de la Fallera Mayor infantil y el presidente de la comisión, el único varón que acompaña a las chicas por el barrio.
  • El aquímandoyo: Típico sujeto que en casa obedece y que intenta trasladar su frustración a la comisión fallera. Nadie le hace ni caso.
  • El carpas y el barras: Suelen ir juntos. Son como siameses. Su misión principal es ir a la barra, trincar un quinto, una oliva y darse un garbeo hasta que haya que ir a por otro. Siempre en viaje de ida y vuelta.
  • El forropolar: Da igual que haya una temperatura de 30 grados con un sol de escándalo. Este lleva el forro polar que identifica a la comisión aunque sus sobacos hiervan. El tío lo ha pagado y le tiene que sacar partido. Es importante que debajo lleve el blusón más pañuelo al cuello y abalorio fallero regalo de la novia.
  • El paellas: Todos los años es el voluntario para hacer la paella. Se encarga de la leña, el aceite, el fuego, se echa el arroz cuando él dice y, otro año más, la paella sale igual de mala.
  • El cucharacha: Aquel que se empeña en lucir traje negro en todos los actos, con especial interés en la Ofrenda, y que se ha convertido en la oveja negra de la comisión. Suele estar jubilado.
  • El historietas: Aquel que supera los cuarenta y que lleva como fallero desde su destete y, año a año, cuenta las mismas historias de la comisión para descojono de veteranos y novatos.
  • El gasofa: El día de la cremà es su vida. Vive para ese momento. Ni mujer ni hijos ni amantes. Un pirómano en potencia. Primero logra que la falla infantil, cargada hasta los topes de petardos, paja y combustible, pegue un bote de nueve metros debido al cóctel explosivo que ha metido. Su mejor momento viene con la cremà de la falla grande, donde su maestría logra una seta de humo negro más grande que la bomba atómica de Hiroshima.
  • El alañoquevienemeborro: Típico tipo que lleva anunciando todas las fiestas que se va a borrar y al año siguiente sigue en el mismo sitio.

Los rescoldos del monumento fallero nos devuelven a la realidad, al sosiego de la rutina, y todos los que estamos allí, en silencio viendo como termina la fiesta, nos damos un abrazo, un par de besos y prometemos vernos, como siempre, al año que viene. Las comisiones falleras, las del barrio, están vivas gracias a que allí cabe todo el mundo. Incluso yo.

Por último, en el apartado del odio, destacar a todos aquellos que aborrecen las luces de Ruzafa, los puestos aceitosos de churros y buñuelos, los petardos a deshoras, los bises de las orquestas más allá de las cinco de la mañana, las despertàs mañaneras, los pasacalles ocupando los tres carriles de la avenida, las mascletàs a la hora de comer, los castillos a la hora de cenar, las carpas desde el 1 de marzo, los cortes de calles, las vallas, al del bombo de la banda de música, el humo de la cremà, el corcho blanco…

 

 

 

 

Por Héctor Esteban

Sobre el autor

Periodista. Me enseñaron en comarcas, aprendí en política y me trastorné en deportes. No pretendo caer bien. Si no has aparecido en este blog, no eres nadie.


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