Alguien la dejó olvidada. Tirada. Como un trasto viejo. Inservible y oxidada por el paso del tiempo. La hiedra la ha hecho suya. Día a día. Trepa.
Nadie la quiere. Con miles de kilómetros a cuestas.
Le prometieron una jubilación dorada. Pero nadie ha pasado a recogerla. Con los pedales enredados entre la hiedra. Bloqueados.
Con el piñón oxidado. Y la cadena rígida. A la intemperie. Día y noche. Ajusticiada por el sol del verano. Sedienta. Aterida en las madrugadas de invierno.
La engancharon a su condena. Incluso hay quien le habla. Cada día. La toca. La mira.
En la puerta de ese hospital de referencia. Con miles de nacimientos. Y otras tantas defunciones.
Junto a la entrada del pabellón principal está la bicicleta. Quieta. En ese hospital fantasma. La Fe. Tan vieja como olvidada.
Esa bicicleta, que dicen que fue de un gorrilla, ha sido invadida por la hiedra. Por el mal que ha condenado a un barrio. A comercios y empleados.
Persianas que nunca más se subieron. Cercanas al que fue un hospital de referencia. Calles obreras desiertas. Oxidadas como la bicicleta.
La misma hiedra que invade pabellones. Salas de parto olvidadas. Habitaciones enmohecidas. Melancólica mirada perdida para un centro de primera.
La vieja Fe. Hospital olvidado. Echado a perder. Enredado en un futuro complicado. Como esa bicicleta, que aguarda atada con una cadena un futuro lejos de la hiedra.