Teresa Romero ha vencido al ébola. Teresa Romero ha sobrevivido a los políticos.
El equipo médico, el tratamiento y el plasma de la hermana Paciencia han hecho posible la primera parte. La segunda ha sido un milagro.
Si la enfermera gallega es culpable, es de presentarse voluntaria para atender al misionero Manuel García Viejo, el segundo español repatriado desde África con ébola.
Teresa Romero ha sobrevivido a la falta de un material adecuado para aislarse del virus. A la escasez de información. A la insolencia del consejero de Sanidad madrileño, Javier Rodríguez, que acusó a Romero de ocultar información y le afeó ir a la peluquería días antes de caer enferma. A las especulaciones de si se tocó la cara o no con un guante. Sentenciada antes de hora. Sin escuchar su versión. Sin conocer la verdadera historia.
Personajes de lo público más preocupados en buscar culpables y asignar culpabilidades que de poner remedio. Menos mal que de eso ya se han encargado los sanitarios: médicos, enfermeras, celadores…
Los esfuerzos perdidos en reproches, excusas, (sin)razones para no asumir la mala gestión, sin admitir que en España hubo el primer caso de ébola de Europa porque la prevención no fue adecuada.
No es fácil sobrevivir a la parálisis del gabinete de crisis liderado por la ministra Ana Mato, que tuvo que ser sustituida por Sáenz de Santamaría ante la preocupante falta de reacción.
Sobrevivir a las tertulias mediáticas de florecientes expertos de ébola que nunca dijeron ni una palabra sobre la enfermedad en los 40 años que lleva castigando el África más pobre.
La superación de Teresa Romero no ha sido un milagro. Es fruto del trabajo, del esfuerzo, de la voluntad, del cariño, de la profesionalidad, de los sueños…
El mismo cariño que demostró la sanitaria sin guardar rencor a aquellos que la intentaron culpar por ayudar, por desvivirse por un enfermo, por jugarse la vida.
Lo demás, todo lo demás, sí que ha sido un milagro.