Cada vez que hablo de Mónica Oltra cuento la misma historia. Soy repetitivo, pero aquello me fascinó. Está tan de actualidad como hace 12 años. El que no aprendiera de aquello no tendrá futuro hoy. En esa mesa de pactos. En esa negociación para cerrar la presidencia de la Generalitat.
Las elecciones de 2003 otorgaron 36 escaños al PSPV de Ignasi Pla. El último de la fila era Ramón Vilar. El acta le duró un suspiro. L’Entesa, una coalición de izquierdas como embrión de Compromís, peleó el recuento y, tras varias semanas de batalla, arrebató aquel escaño a los socialistas valencianos para que entrara Dolors Pérez. Vilar, el afectado, asumió la sentencia y anunció que esperaba volver al sillón una vez prosperara el recurso. Obviamente, nunca regresó a Les Corts.
El escaño 36 se peleó en ocho mesas electorales. L’Entesa la lideraba Joan Ribó, hoy favorito a ocupar la alcaldía de Valencia. Junto a él apareció una treinteañera menuda. Paliducha. Con una melena larga y lacia. Casi hasta la cintura. Incluso me atrevería a decir que con aspecto de novicia. Entre susurros. Una secundaria en el fango político pero causa principal de aquella decisión final que le daría el escaño a l’Entesa. La adjunta exprimió cada uno de los votos que pasó por sus manos. Le sacó hasta la última gota de jugo. A favor o en contra. Ella sola se merendó al PSPV de Ignasi Pla. La chica, abogada de profesión y con aromas de empollona, se llamaba Mónica Oltra. Fue la primera vez que los periodistas parlamentarios vimos a aquella joven que volvería a nuestras vidas cuatro años después.
En 2007, el Compromís de Glòria Marcos aterrizó a Les Corts herido de muerte. Aquella coalición antinatural -Esquerra Unida y Bloc- se forzó para ser subalternos del PSPV en el caso de una hipotética coalición electoral que nunca se dio. En ese grupo apareció Mónica Oltra. Con la misma pinta de mosquita muerta, pero más vivaracha. Distinta. Me llamó la atención que la primera persona que se acercó a ella a darle dos besos y un gran abrazo fue el popular David Serra. Compañeros del consejo de la juventud. Hoy, la vida de Serra y Oltra son antónimas.
Oltra va a hacer sudar sangre al PSPV para pactar la presidencia de la Generalitat. Como exprimió cada una de aquellas papeletas. La jugada es maestra. Apostaría fuerte a que no será la presidenta del Consell. Pero no dará el sí hasta que vea que es ella la que domina la partida. Una torsión política dolorosa para los socialistas valencianos. Que la sentirán todos los días en su propia testosterona. Puig será presidente, pero dirigido desde la cruceta de hilos que manejará Oltra. La lideresa de Compromís, la mejor valorada por el conjunto de los valencianos, sometió a Enric Morera hasta hacerle claudicar. El nacionalista fue listo al asumir que no tendría ni una sola posibilidad. Se dejó llevar. Hoy Oltra sería diputada con cualquier otro partido. Morera con su Bloc, no. Las camisetas fueron una excusa. La ventana perfecta. La estrategia era a largo plazo.
En Blanquerías tienen miedo. No desde la noche de la debacle electoral, que fue también una “hostia” para los socialistas, como se encargó de rotular su derrota Rita Barberá en brazos de Serafín Castellano, sino desde hace muchos años. Desde el día que Oltra sacó a Ramón Vilar de Les Corts. El terror se palpa en las redes sociales, donde advenedizos del puño y la rosa lanzan pulsos patéticos a las huestes de Compromís. Bravuconadas sin recorrido. Sin entender que el PSPV todavía no ha tocado fondo y la coalición aún no ha alcanzado su techo.
Mónica Oltra es una animal político. Voraz. Descomunal. Insaciable y con legítimas ansias de poder. Ella quiere ser presidenta de la Generalitat. Y así lo dijo hace ya muchos meses en la sala de prensa de Les Corts. No engaña. En realidad es todo fachada. Tan insensible en el parqué del hemiciclo como frágil en lo personal, en el tacto de la piel. Una Mónica Oltra que sólo los que quieren ver más allá descubrirán.
Ximo Puig es un buen tipo rodeado de vividores de lo público. Gente apoltronada que en derrotas hirientes ven triunfos por la mera ansia de no tener que buscar más trabajo que los garbanzos de la nómina pública. Cargos del siglo pasado perpetuados con el arma de la coacción interna. Donde el yoísmo puede al relevo generacional.
Miren, subo la apuesta. Dejen a Manolo Mata y a Mónica Oltra frente a frente en una mesa y verán como en breve habrá fumata blanca. Es el mal menor. Para no sufrir. Mata se acuerda de aquello de Vilar. Lo sufrió en sus carnes. De lo contrario, apunten, Ximo Puig sudará sangre.
La rágafa: Dije que no volvería, pero yo también digo sandeces.