Valencia es ciudad de carpas, especialmente falleras. Durante estos días, los cámaras de Teledeporte hacen virguerías para exhibir un Open de Tenis con pizcas de dignidad. El problema viene con la apertura del plano, cuando las gradas aparecen cubiertas por una lona que simboliza la decadencia de otro de los grandes eventos que boquea con estertores, como el tic tac de una esperanza acabada. En la Valencia de Calatrava, esa ciudad de postal, han levantado una carpa churrera en el cogollo de la modernidad.
El Tomorrowland de Clooney ha dado paso a una cutrez forzada por la falta de seguridad del Ágora, una obra inacabada que alimenta las vergüenzas del despilfarro de antaño. La piel descamada de la cubierta de trencadís del Palau de Les Arts sirvió de argumento para la chanza mundial. Ahora, el edificio más inútil de toda la ciudad, el Ágora interruptus, servirá de ejemplo permanente de una gestión manirrota y alejada de la realidad. Francisco Camps, expresidente de la Generalitat, quiso culminar la Ciudad de las Artes y de las Ciencias con una construcción simbólica. Cubierta con los mismos colores que las cúpulas de las iglesias de Valencia. Excesos de irrealidad. En aquellos días de millones a borbotones, alguien debió de ser valiente y susurrarle al oído al presidente la virtud de la prudencia. Y en su defecto, si el proyecto seguía adelante, que le diera un toque de utilidad. El problema es que las decisiones no iban más allá de las cuatro paredes del Palau y la mayoría prefirió abrigarse con el sueldo público de los días de vino y rosas antes de argumentar con cordura los presupuestos de la Generalitat.
El inacabado Ágora se levantó encofrado entre los sobrecostes. Ahora, con los nuevos tiempos en el Consell, el Open de Tenis –el penúltimo gran evento que queda en la Comunitat– agoniza bajo la carpa churrera, con un torneo de segunda fila y en el que hasta las grandes figuras se han borrado del cuadro en beneficio de un peloteo entre jornaleros. Hoy, salvo sorpresa, certificará su defunción. La supervivencia pasaría por la colaboración público-privada para lograr patrocinadores que mantengan con vida el torneo. Pero siempre se impone la (i)lógica búsqueda de culpables para cincelar la frase de entre todos lo mataron y él solo se murió. Se irá el tenis.
El Ágora se quedará como un nicho vacío. Cerrado. Sin contenido, sin ganas y sin futuro. Valencia perdió una gran oportunidad para disponer de un recinto cubierto funcional, de un pabellón multiusos, de un espacio para convecinos y de un área de vida familiar. Sueños de grandeza transformados en la pesadilla manirrota de millones destinados a nadie sabe qué. No hay peor paradoja que un espacio para la vida social mudo, silenciado por los excesos de lo público.