El mayor mérito del PSPV en los últimos veinte años ha sido convertir el lermismo en un souvenir valenciano. Hoy, casi dos décadas después de la derrota electoral de 1995, tras cuatro candidatos a la Generalitat (más el que viene), cinco secretarios generales y varias gestoras, el puño y la rosa aspira a gobernar con la táctica del don Tancredo. Como le pasó a Rajoy con Zapatero, al que el tsunami de la crisis se lo llevó por delante mientras el PP engatusó a los desesperados electores. Hoy, Ximo Puig, con los peores resultados de la historia como horizonte previsible, podría llegar a ser presidente de la Generalitat.
Nunca un partido en un momento tan bajo pudo llegar tan alto. El PSPV, llamado a liderar este hipotético tripartito, es el principal lastre de ese acuerdo a tres. La pata que cojea con sus siete pecados capitales.
- Soberbia. Ni en los mayores fracasos electorales recientes ha existido una cura de humildad en Blanquerías. El envanecimiento es el problema. La corte de estómagos agradecidos que rodea a los secretarios generales les hace creer lo que no son: líderes. La amabilidad de Pla y Alarte fue siempre más próxima antes y después de su mandato. Los socialistas de cargo orgánico y nómina pública nunca aceptarán que hoy hay más parados en la Comunitat, 720.000 valencianos, que votos obtuvieron en las últimas autonómicas. Los 687.141 sufragios de Alarte son el récord negativo a batir. La paradoja es que Puig puede ser presidente de la Generalitat con un respaldo todavía más anoréxico en las urnas.
- Ira. El PSPV se desangra por la femoral. No hay torniquete que valga para taponar una fuga de militantes que preocupa a un partido que sólo propone soluciones tomboleras para sumar afiliados. Las agrupaciones, la esencia en una formación como la socialista, soportan la ira de presuntos líderes como Joan Calabuig que se pasea por las sedes al grito de amenazas y expedientes a todos aquellos que no acaten el pensamiento único. O estás con la familia o estás en contra. Remar todos a la vez es una utopía. El navajeo político es tarjeta de visita.
- Gula. El PSPV vive para el cargo. Aspirar a una nómina pública y acaparar todos los puestos posibles es el único objetivo de un partido que se ha acostumbrado a dormitar en la oposición. El intercambio de cromos, como el de Puig, Pajín y Romeu en el último congreso, radiografían la situación. Chanchullos que llevan a cargos orgánicos como Miguel Soler a ser recompensado con un sueldo de 2.000 euros al mes como asesor en Les Corts sin ir a su puesto de trabajo. Inmoralidades públicas que provocan sarpullido en una militancia que abomina de este tipo de trilerismo político. El trabajo es de todos y la recompensa para los de siempre.
- Pereza. A la dolce far niente se ha vivido bien como principal partido de la oposición hasta ahora. Con proyectos que han traicionado la confianza de los valencianos porque se optó por arrodillarse ante Madrid. Pleitesía que se ha pagado en las urnas. Sin brío, recostado en el diván del psicoanálisis buscando respuestas lustros después de la derrota. Falto de propuestas, incapaz de avivar el corazón socialista porque ha pesado más el sobrevivir que el presentar un programa sólido y de garantías para volver a ilusionar a un electorado que, elección tras elección, ha menguado en la saca socialista.
- Envidia. El ascenso de Compromís y Esquerra Unida se ve con recelo y miedo, mucho miedo. El PSPV es sistema. No le interesa que se radicalice más el discurso de la calle porque sabe que eso favorece a los otros dos. Los minoritarios amenazan la supremacía del partido bandera de la izquierda, que envida superar el millón de votos que el PP blinda elección tras elección. El voto joven se va a otras opciones o se abstiene. El PSPV es un partido del siglo pasado que todavía añora a un Lerma en vísperas de la jubilación. La envidia provocará un cambio pactado con los populares de la ley electoral valenciana para obstaculizar al máximo el ascenso de los denominados ‘antisistema’.
- Lujuria. El exceso desordenado del partido le ha llevado a la situación de bancarrota actual. Todavía no ha entendido que lleva casi dos décadas en la oposición, por lo que no se puede gastar como partido de Gobierno. Campañas electorales excesivas a golpe de crédito, cargos internos, aperturas de nuevas sedes provinciales, comidas en sitios de postín, barra libre en el bar de la esquina. El anhelo de aspirar otra vez al coche oficial. Hace tiempo que los socialistas traicionaron sus genes obreros para convertirse en nuevos ricos.
- Avaricia. Ni al baño maría se despega un socialista de un cargo público. El actual líder, Ximo Puig, lleva desde 1983 en esto. Ha sobrevivido a todos los presidentes. A los del Gobierno y a los del Consell. Lerma, Císcar, Alborch… dormitan acunados en el Senado con la nana de unos buenos euros a final de mes. Joan Calabuig fue incapaz de dimitir pese a liderar el mayor ridículo de la historia socialista en el cap i casal con sus 86.440 votos en las municipales de 2011. Dicen que ‘El Cala’ lleva como cargo del PSPV desde que lo nombraron delegado en clase. La avaricia lleva a Blanquerías a intentar controlar desde la cuarta planta el resto de las instituciones con purgas alartistas en Les Corts y golpes de estado en la Diputación con Gaspar como víctima. Una vez ejecutada la limpieza institucional la guinda se completa con esa pléyade de asesores más afines a las personas que al partido.
Arriba, parias de la Tierra
El lermismo, el causante por acción u omisión de todas las derrotas electorales desde 1995, se mantiene como un virus que lo infecta todo en la sede de la calle Blanquerías y que extermina sin piedad a todo aquello que ponga en peligro una cartera de prebendas de sueldos públicos, favores varios y sustentos familiares por los siglos de los siglos. La hornada de alcaldes jóvenes, esos que gobiernan en sus municipios pese a su propio partido, luchan contra el establishment de los dinosaurios socialistas.
A dos años vista para las elecciones, un partido en decadencia, con anemia galopante en la bolsa de militantes, que ruega que el sistema se mantenga, tiene una oportunidad única para volver a gobernar. Desaprovecharla sería morir.