“La ciudad de Nueva York es la ciudad del sexo.
Gente teniéndolo, gente tratando de tenerlo, y gente que no lo puede tener.
Por eso es la ciudad que nunca duerme.”
Carrie Bradshaw
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Este post podría titularse ‘Hay vida más allá de Sexo en Nueva York‘. Pero lo de zorras tiene más tirón, reconozcámoslo. Eso debieron pensar los creadores de ‘No confíes en la zorra del apartamento 23‘, (‘Dont trust the bitch in Apartment 23′) la nueva comedia de la ABC. Y si lo piensa la ABC no seré yo quien lo discuta. Para eso ya está el Parents Television Council, un consejo de padres que se dedica a los asuntos catódicos, y que anda muy disgustado porque el título de la ficción le parece completamente inadecuado. Llegan a venir aquí cuando estrenaron ‘Sin tetas no hay paraíso‘ y les da un síncope.
También han protestado por considerarla demasiado promiscua y por alentar el consumo de sustancias. Vamos, que dan ganas de verla ¿no? Pues que nadie lo haga con la intención de encontrarse con una versión televisiva de las obras del Marqués de Sade porque se decepcionará. Y mucho. Es más, cuando algún personaje enseña un pezón o media nalga se pixela. No vaya a ser que el espectador se altere. Si alguien quiere carne que hurgue en otro lado. Se ha montado tanto revuelo porque la serie se emite en una televisión generalista y no en una por cable (ahí sí que se permite enseñar teta).
La zorra del apartamento 23 es Chloe. Chloe es Krysten Ritter. Krysten Ritter es una diosa.
Lo es desde que interpretó brillantemente a la novia de Jesse Pinkman en ‘Breaking bad‘. Lo es pese a ese bodrio que hizo sobre suicidas anónimos llamada ‘Gravity‘, del que sólo aguanté tres capítulos. He dicho.
Uno comienza a ver ‘No confíes en la zorra del apartamento 23‘ y no espera nada. Una serie que cuenta la historia de una paleta que llega a la gran manzana a cumplir el sueño americano debería estar prohibida, por argumento manido. A no ser que la compañera de piso de esa paleta sea una arpía sin moral ni principios, sin ningún reparo para estafar y hundir a quien se ponga por delante. Vamos, una zorra. Aunque ella lo justifica y dice que forma parte de ese gran aparato digestivo que es Nueva York. Esa ciudad de los rascacielos que termina devorando al que la pisa. La cosa cambia entonces. Y si a esto le unimos la presencia de James Van der Beek, el protagonista de la empalagosa ‘Dawson Crece‘, interpretándose y burlándose de sí mismo, al estilo ‘¿Qué fue de Jorge Sanz?‘, la cosa mejora bastante. No está mal para una serie que no prometía nada.
Es justo lo contrario de lo que sucede con ‘Girls‘. Hay tantas esperanzas puestas en la última serie de la HBO que es posible que defraude inmerecidamente. Cuando se anunció el proyecto de una serie sobre cuatro amigas que viven en Manhattan saltaron las primeras alarmas. Un nuevo intento de buscar la sucesora de ‘Sexo en Nueva York‘, pensaron algunos. ¿Será tan mala como ‘Lipstick jungle‘?, se preguntaron otros. El hecho de que la nueva ficción se emitiese en la misma cadena que las historias de Carrie Bradshaw aumentaba los peores presagios. Pero llegaron los primeros avances y lo que vendían no pintaba tan mal.
Ahora ya se han emitido dos capítulos en Estados Unidos y se puede hacer un balance. Y el veredicto es claro: si las tramas transitan por el mismo camino que en el primer episodio, ‘habemus seriem’; si deambulan por donde se desviaron en el segundo, Houston tenemos un problema.
Por eso Hannah está desubicada. Lleva un año trabajando de becaria en una editorial sin cobrar un dólar y sus padres han decidido dejar de mantenerla. Ella se niega a terminar en McDonalds después de años en la Universidad. Con este panorama comienza ‘Girls‘, en un capítulo muy divertido en el que, además de a Hannah, conocemos a sus amigas, a su follamigo y a los novios de sus amigas. Treinta minutos para ver que aquí no hay excesos, ni Manolos, ni Mr. Bigs. Ni siquiera Nueva York es el mismo. No asoma el Empire State ni el hotel Plaza. Estas chicas, que tienen sus kilos y no pueden presumir de una belleza despampanante, viven al otro lado del puente de Brooklyn. Si continúan por este sendero, aquí tienen un seguidor. Pero si se tuercen y centran las tramas en su desinhibido comportamiento sexual, como sucedió en gran parte del segundo capítulo, yo me bajo. Eso ya lo vi (y disfruté) con Carrie & Co. No cuenten conmigo ahí.
Conmigo o sin mí hay vida de nuevo en Nueva York. Las chicas, zorras o no, han regresado. No toman Cosmpolitan. Ni falta que hace.