“No puedo morir, aún no he comprendido nada”
George Christopher
Estaría bien que hoy leyesen el blog con esta canción de fondo.
Tomen asiento. Lo que van a ver ustedes en su pantalla es la muerte. Se van a reír, van a llorar, se van a desesperar, reflexionarán, dudarán, se emocionarán, se sentirán identificados. Pero no nos engañemos este espectáculo que van a presenciar es la muerte. Todo acabará ahí. Habrán disfrutado. Habrán aprovechado oportunidades o las habrán dejado escapar. Habrán sentido. Se habrán equivocado. Habrán amado. Habrán follado. Incluso habrán follado amando. Habrán tomado decisiones difíciles. Habrán dejado trenes pasar. Esos ya no volverán. Porque todo termina ahí. En la muerte.
¿Y después? No sabemos. Nadie ha venido a hacer una serie sobre lo que hay después.
Se puede llegar a la muerte vestido de gala y sentarse a esperarla. Se puede asomar uno al abismo y lanzarse a buscarla. Te puede sorprender subido en un autobús. O en medio de una autopista, mientras comes, cuando paseas por la montaña o bailas la canción que llevarás. ¿A dónde? A dos metros bajo tierra, donde culmina todo.
Algunos le recordarán por lo que les produjo. Otros le odiarán por lo que no les dio. Algunos le olvidarán. Para otros será imposible. Provocará lágrimas, despertará la rabia, arrancará alguna sonrisa, producirá dulces evocaciones. Reaparecerá en sueños, conducirá a pesadillas, servirá de guía. Y tal vez también de lastre.
Pero eso será después. Hay algo que hacer antes de morir: vivir.
Viven Ruth, Nate, David y Claire Fisher. Viven Brenda y Billy Chenowith. Viven Keith Charles, Federico y Vanessa Díaz. No vive Nathaniel Fisher, pero a veces parece que sí. Todos ellos viven conviviendo con la muerte. Y no está tan mal.
Quizá no entiendan de lo que les hablo. A mí me pasa en ocasiones conmigo mismo. Después de ver ‘A dos metros bajo tierra’ lo comprenderán un poco mejor. Y vista un par de veces comenzarán a tenerlo más claro. Lo digo por experiencia. Esta serie permite varios visionados. Lo pide y se lo merece. Porque esta serie es LA SERIE.
Hay series sobre el trabajo de los bomberos, sobre extraterrestres, sobre consultas de psicólogos, sobre asesinos, sobre superhéroes. Y luego está ‘A dos metros bajo tierra’, que habla de nuestro día a día. De las carreteras que tomamos aunque sepamos que están llenas de curvas que nos marearán, de las relaciones que minamos a fuerza de ponerlas a prueba, de los miedos que escondemos y terminan apareciendo, de la capacidad para perdonar que en determinados momentos tenemos, de la necesidad de sentirse queridos. Vamos, de la vida. De las cosas trascendentales y de la mundanas. Del coche que se estropea, del examen que apruebas, de la mudanza que se hace eterna, de la cena a la que no quieres ir, del polvo que deseas repetir.
Y si entras en el juego de la vida, tarde o temprano llegas a la casilla de salida.
Tras la casilla de salida se halla la funeraria Fisher. Viven allí y por eso están acostumbrados. Esa casilla la conocen perfectamente aunque luego se pierdan por el resto del tablero.
Durante cinco años nos dejaron mirar lo que sucedía. Descorrieron sus cortinas para que observásemos lo que sucedía dentro, pero ellos ni se inmutaron. No trataron de aparentar ser más cuerdos, más bellos, más simpáticos o más aseados. Es lo que hay y decida usted si quiere mirar. Tal vez hasta se reconozca.
Las cortinas se hicieron a un lado tras la muerte del patriarca de la familia. Allí estaba la madre, medio apesadumbrada, medio liberada; un hijo, heredero del negocio, encerrado en un hermetismo que lo atormenta; otro hijo, el pródigo, que regresa para tomar las riendas, aunque jamás ha tomado las riendas de nada; una tercera hija, empeñada en buscar objetivos que le orienten sobre lo que quiere ser.
Y todo esto con un fundido a negro cada día. Con millones de extraños que interrumpen sus desayunos, sus charlas, sus siestas, sus discusiones, para meterles la muerte en el salón. Perfectos desconocidos que se presentan en uno de sus peores días en busca de consuelo o de lavados de conciencia. Buscando respuestas a preguntas que nunca dejamos de hacernos. Ni cuando pasa un año, ni dos, ni cuando llegan fechas (como esta semana) en las que el calendario pide que recuerdes la muerte.
Como si no estuviese ahí siempre, como si no rondase aunque nadie la llame. Como si no formase parte de la vida. De la vida.
Hay que vivir, vivir, vivir.
La vida te pone en el camino joyas como ‘A dos metros bajo tierra’. Con eso, ya podemos morir a gusto.
Títulos de crédito: Para quejas, sugerencias y otras necesidades humanas mi correo es mlabastida@lasprovincias.es