Pepa: “Pepe, me llevo las llaves del coche”.
Pepe: “Si no tienes carné, un día nos vas a meter en un lío”.
Pepa: “Pero si es por el barrio”.
Reconozco que hace mucho tiempo que no me engancho a ninguna serie española. Esos capítulos interminables, esos rellenos innecesarios, esas tramas con poco riesgo… Nada, que lo intento, y no lo consigo. Y me parece que no soy el único. El curso se cierra con más fracasos que éxitos en el terreno de la ficción nacional. El público no se enganchó a las historias costumbristas de ‘Familia’, al humor exagerado y repetitivo de ‘Fenómenos’, al retrato grotesco de ‘Stamos okupados’ o al rollo paranormal de ‘El don de Alba’. A estas se une la caída de audiencia que ha experimentado ‘Gran Hotel’, que se cierra precipitadamente, al igual que hubo que hacer con ‘El barco’ o ‘Luna’.
Ya hemos analizado en este blog en alguna ocasión los problemas que presentan los títulos españoles, que los hace quedar a años luz de series extranjeras como ‘Mad Men’, ‘The walking dead’ o ‘Juego de tronos’. Si le preguntas a un productor o guionista enseguida te contestarán que no se pueden comparar los presupuestos nacionales con los estadounidenses. Y tienen razón. Pero no todo es cuestión de dinero. A veces una idea se puede llevar a cabo con poquitos medios. El principal problema que se plantea en la mayoría de series es que nada nos sorprende y todo nos recuerda irremediablemente a tramas ya vistas.
Hay como una especie de vergüenza de retratar con naturalidad a la sociedad española para que el espectador se identifique (pero sin sentirse un tonto) y a transgredir algunas normas establecidas. Cuando surge este tema no puedo evitar acordarme de ‘Pepa y Pepe’. ¡¡La gran ‘Pepa y Pepe’!! Serie de culto donde las haya. Sí, así como te lo digo.
Corría el año 1995 y Televisión Española estrenaba una comedia sin demasiadas pretensiones que intentaba reflejar a la familia típicamente española. Y cuando digo típica es típica, no una cutre imitación de una familia neoyorquina pero hablando castellano. Con sus buenos gritos e insultos y con un montón de conflictos domésticos cotidianos. Como debe ser.
Pese al esperpéntico panorama que presentaba, aquellas tramas transmitían verdad por todos los lados. Tú veías una pelea entre las hermanas o una discusión con los padres y rápidamente te reconocías. Por bestias que en ocasiones pareciesen. Y es que ¿quién no se ha pasado alguna vez hasta límites poco confesables en una bronca con su hermano o su padre?
‘Pepa y Pepe’ era de todo menos políticamente correcta. Esta familia pasaba apuros económicos, se enfrentaba constantemente por el mando de la tele, vivía en una casa que casi nunca estaba ordenada (como la tuya y como la mía), y se quería, aunque raramente lo parecía.
Pepe (Tito Valverde) era un calzonazos de cuidado, bonachón y básico a más no poder. Amante del fútbol y de los animales (regentaba El zoo de Pepe) debía lidiar cada día con los caprichos y cambios de humor de su mujer y el ninguneo de sus retoños. ¿Y Pepa? Pues Pepa (Verónica Forqué) era la que en realidad llevaba los pantalones en la casa. Aunque, la verdad, no podríamos decir que los llevaba muy bien. Nadie le hubiese dado el título de madre del año, aunque se desviviese por los suyos. Tampoco lo habría querido. ¡Cómo nos reíamos cuando buscaba excusas para que sus hijos no fuesen al colegio o no estudiasen! O cuando pedía pizza un día sí y otro también en lugar de procurar una dieta equilibrada. O cuando se ponía a ver junto a sus hijos ‘La cosa’ (sí, la peli de terror de John Carpenter) por la mañana antes de desayunar porque había que devolverla al videoclub.
La mayor de los tres hijos era María (María Adánez), pija, presumida y únicamente preocupada por los chicos y por tener una moto. Y con neurona y media. Las discusiones con su padre eran épicas. No fueron pocas las veces que llegaron incluso a las manos. Seguramente hoy en día sería imposible evitar que después de cada capítulo miles de asociaciones emitieran un comunicado poniendo el grito en el cielo por los ‘valores’ que transmitían. Como si los valores hubiera que buscarlos en la tele.
Clara (Silvia Abascal) era la antítesis de su hermana. Pesimista, irónica y con un sentido estético poco convencional para una niña de su edad (o al menos para las que hasta entonces salían por la tele), se pasaba el día utilizando su inteligencia para menospreciar a todos los que la rodeaban. María Adánez y Silvia Abascal son desde entonces hermanas para siempre. El más pequeño, Jorge (Carlos Vilches), representaba al típico chaval con pocas luces que recibía por todos los lados y cuyo única motivación era jugar con coches y con metralletas.
De su mano asistíamos a tramas cotidianas tratadas con una naturalidad que las hacía frescas a más no poder. El principal fuerte de la serie era desconcertar al espectador. Cuando creíamos que no podían superarse lo hacían. Llegaban al extremo de un modo tan sencillo que asombraba. Recuerdo aún un estupendo capítulo en que Antonio Resines (sí, el que va a hacer esa serie de gemelos en Telecinco) traspasaba la pantalla del televisor y aparecía en el salón de Pepe y Pepa para reprender a la propia Verónica Forqué actriz por estar haciendo una serie en la que se burlaban de él. Una patada mágica a la cuarta pared.
Pepe era un tarugo que creía que podía hace feliz a su mujer comprándole un lavavajillas, pero a la vez un moñas incapaz de contener las lágrimas viendo ‘Memorias de África’. Pepa lo mismo se comportaba como una chabacana que sacaba uñas y dientes por defender sus derechos que perdía el control y se enfadaba por cualquier tontería como si fuese más infantil que sus hijos.
A este clan se unieron rápidamente otros personajes excéntricos como la tía Julia, mística y despistada, que hacía de la libertad su bandera. Desde entonces Isabel Ordaz ha representado en televisión siempre el mismo papel. O Lola (Gracia Olayo), la vecina altiva y distinguida que en realidad escondía tantas miserias como cualquiera. Ignacio (Lucas Martín), el medio novio de Clara, con quien coincidía en gustos musicales, literarios y cinematográficos, por extraños y peculiares que pareciesen, y gorroneaba desayuno todos los días en casa Pepe. Fermín (Jesús Bonilla), el jefe ligón venido a menos del bar en el que trabajaba Pepa. O Pol (Roberto Enríquez), el novio hippy-polígamo y gangoso de María.
Un mosaico excelente para contarnos historias sencillas y crudas pero sin envolverlas con trampas. Historias de nuestro mismo rellano. Nada de hoteles que se parecen a ‘Downton Abbey’ ni gladiadores como los de ‘Roma’ ni médiums como la de ‘Entre fantasmas’, personajes de carne y hueso con los que nos divertimos media hora cada semana durante 34 capítulos. ¡¡Benditos capítulos de solo media hora!!
Grandes Pepa y Pepe. Reposición YA (o a buscar en youtube, que están todos los capítulos íntegros).
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