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Mikel Labastida

El síndrome de Darrin

Detrás de todo gran hombre hay una gran víctima

“Alguien tiene que proteger a esta familia del hombre que protege a esta familia”

Skyler White

 

 

Mucho se ha analizado en los últimos tiempos a los antihéroes que pueblan las series de televisión americanas. Hombres complejos, cargados de defectos, maquiavélicos y mezquinos, que han conseguido despertar nuestro interés y que nos convirtiésemos en sus defensores más absolutos, haciendo la vista gorda a sus taras y perversiones. El tópico dice que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer. Aquí se cumple a medias. Es cierto que tras estos personajes masculinos que nos seducen hay una gran mujer, pero la mayoría ha contribuido poco a sus ‘éxitos’. En estos casos seguramente el dicho debería ser “detrás de todo gran villano hay una gran víctima”.

Son víctimas de sus acciones temerarias, de su amoralidad, de su falta de valores. Pero no sólo son víctimas de sus propios maridos, sino también de los espectadores. Sí, nosotros, los que asistimos complacientes al otro lado de la pantalla a la ruindad con que en muchas ocasiones actúan los protagonistas castigamos sistemáticamente a quienes la padecen.

 

El triunfo de quienes traspasan los límites sólo puede entenderse por su capacidad de conectar con el espectador, con esa cara que escondemos a toda costa. Si somos sinceros con nosotros mismos reconoceremos en nuestro interior varios aspectos de las reprobables conductas de estos personajes en los que podríamos vernos reflejados. Nunca lo admitiríamos en público. Jamás. Pero están ahí. Para justificarnos siempre diremos que es imposible aproximarse a los límites a los que llegan Don Draper o Tony Soprano, pero algo de ellos hay en cada uno de nosotros. En usted. En mí.

Las mujeres representan, sin embargo, la otra cara, la de quien padece, la de quien reprocha, la de quien culpa. Por eso nos resultan antipáticas, por eso toleramos menos su forma de actuar y las rechazamos. Son las madres de nuestra conciencia. Son como esas parejas en las que el padre deja al niño comer chucherías y jugar con el ordenador y la madre es la que está detrás para que haga los deberes y ordene la habitación. Ellos liberan nuestras debilidades, ellas nos devuelven a la realidad. ¿Y a quién le gusta que venga alguien a regresarle a la realidad?

El rechazo que estas abnegadas esposas provocan ha llegado a ser excesivo. Hace unas semanas la actriz que interpreta a Skyler White, la mujer del profesor-capo de ‘Breaking bad‘, escribía un artículo en el New York Times en el que lamentaba las duros opiniones que su personaje suscita. Anna Gunn confesaba que le había costado mucho asimilar las críticas que recibía, que se transforman a veces en odio. La actriz se refería a los rincones turbios que a menudo la gente ignora y se preguntaba por qué el personaje de Skyler no era juzgado con el mismo rasero que el de Walter White.

 

 

 

Levantaré el primero la mano y daré un paso al frente para admitir que yo he censurado mil veces a Skyler. Nunca he llegado a entrar en ninguna de las muchas páginas de internet que se dedican a soltarle improperios ni me he hecho seguidor de grupos de Facebook del tipo ‘I hate Skyler White’, pero cerca he andado. Representa a la aguafiestas en esa gran fiesta de maldad que propone Walter White. Ella era la que volvía a ponernos los pies en la tierra, la gran sufridora. Ha peleado y convivido con la realidad que habita en su casa como ha podido (no siempre acertadamente). Seguramente nadie se ha puesto nunca en el lugar que a ella le tocaba desempeñar, porque es infinitamente menos atractivo (televisivamente hablando) que el de su marido.

Su triunfo en los últimos Emmy, en los que ha sido galardonada en el apartado de mejor actriz secundaria (¿secundaria? ¿en serio? ¿qué broma es esa?) nos ha reconciliado a muchos de los que la hemos vilipendiado. Anna Gunn ha interpretado excelentemente su papel. Y en los últimos capítulos que se están emitiendo ahora mismo en Estados Unidos brilla. Sí, sigue resultando odiosa. ¿Y quién no lo sería conviviendo con un monstruo?

 

Hay pocas alternativas ante esta tesitura. Skyler plantó cara en un primer momento a su marido, aunque finalmente, por su propia seguridad y la de sus hijos, claudicó y se volvió sumisa. Otras mujeres tomaron esa opción mucho antes. Carmela Soprano estaba casada con un matón frío, temerario y machista. Ella prefería mirar a otro lado y hacer como que los crímenes no existían. Únicamente estallaba cuando las evidencias sobre las infidelidades eran imposibles de disimular. Aún así siempre terminaba cediendo, por lo que los espectadores la tacharon (la tachamos) de aprovechada y egoísta. ¿Tenía Carmela Soprano otra salida? ¿Qué suerte hubiese corrido si decidiese denunciar a su esposo o tratara de alejarlo de sus hijos? Posiblemente la misma que todos los que alguna vez osaron a enfrentarse con él. Suerte manchada de sangre.

Qué impresionante fue, por cierto, ver a Eddie Falco recordando a su ‘marido ficticio’ en la gala de los Emmy.

Otra que asumió el rol de florero fue Betty Draper y ha recibido palos por ello en todas partes. A Betty, en ‘Mad Men‘, le puede su actitud infantil, su espíritu caprichoso. Ella siempre soñó con la casita idílica, el marido perfecto y la familia feliz y cuando lo tuvo se cercioró de que no era tan placentero como había imaginado. Porque la casita idílica se le caía encima, el marido perfecto le engañaba indiscriminadamente y la familia feliz sólo lo era en las fotos, donde se les veía a todos bellísimos. Betty no se quiere, no se valora, no se asume. Ojalá hubiese sido una mujer con los arrestos suficientes como para dejar atrás las vejaciones que sufre y valerse por sí misma. Si ella fuese como Joan o como Peggy posiblemente lo habría hecho. Pero no, ella es débil y buena parte de su debilidad se debe a la frustración que le producen los continuos desplantes y desprecios de Don Draper. Al final huye. Pero sólo sabe huir refugiándose en brazos de otro hombre. Ella iba para princesa, pero su vida terminó pareciéndose poco a un cuento de hadas.

 

 

En la lista de ‘esposas de’ odiadas figuraría también Rita Morgan, que acabó llevando al altar al mismísimo Dexter. Nunca jamás sospechó de sus crímenes. Nunca pensó que detrás de aquel hombre que la trataba bien se podía esconder un asesino. Es cierto que desaparecía misteriosamente por las noches o que tenía modos de actuar inquietantes, pero no le convenía escarbar. No hubiese soportado enfrentarse a aquella verdad y eligió vivir en la mentira e inventarse una burbuja que ella creía inquebrantable. Y Rita, como las demás, terminó siendo una víctima del hombre al que amaba. La víctima más evidente de todas las aquí citadas.

Yo odié a Skyler. Y a Rita y sus charlas sobre cómo decorar la casa. Y a Carmela comprando collares y vestidos caros. Y a Betty protestando porque su marido no vuelve a casa temprano para poder cenar todos juntos en el salón. Las odié, lo reconozco. Nunca quise comprenderlas ni entender las razones que determinaron sus actitudes. Nunca quise que me aguasen la fiesta.

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Sobre el autor

Crecí con 'Un, dos, tres', 'La bola de cristal' y 'Si lo sé no vengo'. Jugaba con la enciclopedia a 'El tiempo es oro' imitando al dedo de Janine. Confieso que yo también dije alguna vez a mi reloj: "Kitt, te necesito". Se repiten en mi cabeza los números 4, 8, 15, 16, 23, 42. Tomo copas en el Bada Bing. Trafico con marihuana en Agrestic y con cristal azul en Albuquerque. Veo desde la ventana a mi vecino desnudo. El asesino del hielo se me aparece en cada esquina y no me importaría que terminase con mi vida para dar con mis huesos en la funeraria Fisher.


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