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Mikel Labastida

El síndrome de Darrin

¿Es tan buena 'El tiempo entre costuras'?

“Todo comenzó por algo tan pequeño como aprender a enhebrar una aguja”

Sira Quiroga

 

 

No tengo ninguna intención de ir a la contra ni de ser la nota discordante. Llevo una semana escuchando halagos y encendidas alabanzas hacia la serie ‘El tiempo entre costuras’, que Antena 3 estrenó el pasado lunes 21, dos años después de que acabase su rodaje. Dicen que es sublime, que nunca antes se había visto algo así, que técnicamente es insuperable. Bueno. Pero también se ha llegado a decir que esta serie marcará un antes y un después en la ficción española. Y esto, creo yo, que es ya pasarse.

¿Es que acaso me parece mala ‘El tiempo entre costuras’? Ni mucho menos. Pero vayamos por partes. Como todo el mundo sabe la serie es una adaptación de la famosa novela de María Dueñas, que arrasó en las librerías y se convirtió en un ‘best seller’ con más de dos millones de ejemplares vendidos. Cuenta con una horda de admiradores pero también con un buen número de detractores. Lo que es indiscutible es que la autora consiguió llegar con el personaje de Sira Quiroga a miles de lectores, que a través del boca-oreja triplicaron la popularidad del libro. La trama es la de una joven modista, entre los años treinta y cuarenta, que pierde la cabeza por un hombre por el que lo deja todo y con el que se instala en Tánger. Pero cuando él la abandona no le queda más remedio que rehacer su vida y reinventarse. Una historia de superación femenina con buenas dosis de romance salpicadas con misterios y espías.

 

 

Es cierto que la nueva apuesta de Antena 3 presenta una factura técnica muy por encima de la de títulos vistos en los últimos años y que se han cuidado los detalles de vestuario, ambientación o iluminación. Pero también es verdad que pocas ficciones pueden presumir de haber contado con un presupuesto tan elevado, con 100 localizaciones diferentes, con 254 decorados, con 2.500 figurantes o con siete meses para rodar once episodios. Por lo tanto no se puede comparar. Para confrontar series deberían estar en igualdad de condiciones. ¿Qué diferencia a ‘El tiempo entre costuras’ con el resto de ficciones vistas en televisión en los últimos años? Que ha contado con más dinero. Y con dinero, ya se sabe.

Pero ¿ha servido esa inversión para crear un producto diferente a lo que ya hayamos visto mil veces? No. ‘El tiempo entre costuras’ está mejor realizada en la forma pero no aporta ninguna novedad en el fondo,ni supone un avance sin precedentes en la ficción patria. La historia de esta serie la hemos visto ya en ‘Amar en tiempos revueltos’ o en ‘El secreto de Puente Viejo’, títulos de época que no están a su altura, pero simplemente porque cuentan con un presupuesto bastante más ajustado y con menos posibilidades, por tanto, de rodar en exteriores y con todo lujo de detalles.

 

Y ahí es cuando nos damos cuenta de que ésta ha sido una oportunidad perdida. Para una vez que una cadena nacional se lanza a rascarse el bolsillo con una serie sus responsables deciden no asumir ningún riesgo y limitarse a ser absolutamente fieles a la novela original de una manera pulcra. No es la primera vez que un libro llega a la pequeña pantalla. Lo que se ha hecho con ‘El tiempo entre costuras’ ya se hacía hace 30 años. La gran revolución en la ficción resulta que es calcar un modelo que triunfaba en la tele en los años ochenta y noventa.

 

Porque hubo un tiempo en que Televisión Española nos regalaba de vez en cuando brillantes adaptaciones literarias. Así pusimos rostro a ‘La Regenta’ de Clarín en la brillante producción que firmó Méndez Leite, a ‘Los jinetes del alba’ de Jesús Fernández Santos dirigida por Vicente Aranda, o a ‘La forja de un rebelde’ de Arturo Barea realizada por Mario Camus. Esta última, sin ir más lejos, costó 2.300 millones de pesetas y contó con más de 20.000 extras. Para ‘Fortunata y Jacinta’ se construyeron 20.000 metros cuadrados de decorados en Prado del Rey y se vendió a 30 países. El propio Torrente Ballester supervisó en 1981 la adaptación de ‘Los gozos y las sombras’. Por tanto, ‘El tiempo entre costuras’ no ha logrado nada que no se hubiese hecho ya. Hay que agradecer que Antena 3 haya apostado económicamente para este nuevo traslado de un libro a la tele, pero el resultado es similar a lo que podíamos contemplar en la pequeña pantalla hace tres décadas. Porque no hay que olvidar que mucho antes de que se emitiese ‘Médico de familia’ ya se producían series de éxito en este país y con bastantes menos tópicos. En la prehistoria en España no hacía falta que los actores se quitasen continuamente la camiseta, no era necesario que todos los argumentos incluyesen un romance imposible y era posible escribir un libreto que no incluyese a niños y abuelos.

No entraremos en pequeños errores de cásting que tiene la propuesta de Antena 3 (como Raúl Arévalo o Rubén Cortada) o en los errores de realización en algunas escenas (como la llegada en barco a Tánger en el primer capítulo). Vamos a centrarnos en por qué esta serie no marcará un antes y un después. Porque no hay novedad, ni riesgo ni sorpresa. En Antena 3 han recordado aquello de que los experimentos con gaseosa. La acción se narra de un modo plano y en ocasiones lento. Los diálogos son sencillos y lineales. La excesiva duración de cada capítulo obliga a colar secuencias que no aportan demasiado. Y algunas transiciones están resueltas de un modo atropellado para, supuestamente, imprimir ritmo (como la del abandono del personaje de Ramiro).

 

 

Da rabia que esta inversión, que estas buenas intenciones, que esta ocasión no haya servido para dar un impulso y aires verdaderamente inéditos a la ficción nacional. Miremos a la BBC, por ejemplo. Ellos también se convirtieron en expertos en adaptaciones literarias. Cómo olvidar su ‘Yo Claudio’. Ahora han vuelto a echar mano a la biblioteca, han puesto dinero sobre la mesa pero han buscando distintos planteamientos a la hora de adaptar. Miren lo que hicieron con ‘Bleak house’ de Dickens, con capítulos de treinta minutos, escenas cortas y un uso de la cámara completamente innovador. O echen un vistazo a la reciente ‘Peaky Blinders’, que no es una adaptación pero sí un título de época (una banda de mafiosos en el Birmingham de los años 20). Todo en ella es atrevido, desde sus guiones hasta la elección musical, con una banda sonora completamente anacrónica.

En ‘El tiempo entre costuras’ los encargados están demasiado felices de sí mismos por el presupuesto concedido y han decidido darse el gusto de hacer una “serie de las de toda la vida” con vestidos perfectamente diseñados, decorados que no parecen de cartón piedra y efectos especiales para poner y borrar edificios. Y se han olvidado de que estamos en 2013.

 

La serie, no obstante, cumple los requisitos para enganchar a la audiencia. Más de cinco millones de espectadores vieron el estreno. Sí. Para la cuenta de Antena 3 el negocio ha sido redondo. Pero quienes vemos ficción en este país debemos exigir más. No podemos conformarnos con que nos sirvan como novísmo algo con olor a naftalina. No es lógico avenirse con tan poco. Ocurrió hace unos días también con ‘Niños robados’ en Telecinco. Elevada a los altares sin merecerlo del todo. Es verdad que el arranque fue prometedor por sus soberbias interpretaciones pero el desenlace rozó la vergüenza ajena, con la manera rocambolesca en que la protagonista descubre que fue arrebatada de su madre natural. ¿Una factura guardada de hace treinta años de una minifalda de tenis? ¿En serio?

Que inviertan dinero sí, pero no para hacer lo de siempre. Demos voz y libertad a los guionistas españoles, esos grandes maltratados y escondidos. ¿Quiénes son los guionistas de la adaptación de Antena 3? Ni idea, ¿no? Yo se lo digo: Susana López Rubio, Alberto Grondona y Carlos Montero. Vamos a dejar a los que escriben que plasmen ideas, que las desarrollen, que prueben, que arriesguen. Que tampoco estoy pidiendo que se inventen un ‘Breaking bad’ o un ‘Mad Men’ (que sé que, pese a su prestigio, apenas reúnen a tres millones de espectadores en Estados Unidos). Que les dejen probar con argumentos inéditos que seguro que se puede empatizar con el público español con algo más que retratos de barrio e idilios tormentosos. Y con modos de narrarlos no convencionales. No les obliguemos a ir sobre seguro, a que copien lo que funciona en otros países o a que incluyan (sí o sí) a personajes de todas las edades. Será necesario tener paciencia para testar y tropezar y, por supuesto, remunerar como se merecen a los que delinean el folio en blanco para que se motiven y se crezcan.

 

Y no estaría mal que, como ocurre en otros países, los profesionales del cine se planteasen (y les permitiesen con libertad) explorar en este medio. ¿Para cuándo una serie firmada por Amenábar? Apuesto a que de su particular universo saldrían ideas interesantes y particulares. O una de Álex de la Iglesia (sí, otra además de ‘Plutón BRB Nero’, que tampoco fue tan mal intento) o de Sánchez Arévalo, que han demostrado que funcionan bien en taquilla. O del mismísimo Almodóvar, que lleve a sus mujeres al borde de un ataque de nervios a la tele. Que seguro que también hay un amplio número de espectadores que se identifica con la portera cotilla Chus Lampreave, con la alocada Julieta Serrano o con la obsesa de los tuppers Rossy de Palma. Qué serión sería, sí señor. Ojalá.

 

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Sobre el autor

Crecí con 'Un, dos, tres', 'La bola de cristal' y 'Si lo sé no vengo'. Jugaba con la enciclopedia a 'El tiempo es oro' imitando al dedo de Janine. Confieso que yo también dije alguna vez a mi reloj: "Kitt, te necesito". Se repiten en mi cabeza los números 4, 8, 15, 16, 23, 42. Tomo copas en el Bada Bing. Trafico con marihuana en Agrestic y con cristal azul en Albuquerque. Veo desde la ventana a mi vecino desnudo. El asesino del hielo se me aparece en cada esquina y no me importaría que terminase con mi vida para dar con mis huesos en la funeraria Fisher.


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