“Los humanos hemos tomado el impulso sexual y lo hemos convertido en una experiencia irreconocible. Romance, cortesía, códigos de etiqueta, qué corbata debería llevar… ¿Qué pasaría si pudiésemos cortar todo ese laberinto y volver a lo esencial?”
William Masters
“Hay bibliotecas enormes sobre cómo nacen los bebés pero no sobre cómo se hacen”. Lo dice enfurecido William Masters, un ginecólogo asombrado por la falta de información que existe en torno a la sexualidad humana. Son los años cincuenta en Estados Unidos, una época en la que se podía practicar sexo pero no hablar sobre él, en la que los hombres no sospechaban ni remotamente que una mujer supiese fingir en la cama, en la que los matrimonios apagaban la luz cada vez que iban a quitarse la ropa. Una época de contradicciones, hallazgos y liberaciones. La sociedad avanzaba. La modernidad había entrado como un torbellino, pero casi nadie sabía qué hacer con ella.
En esta época Masters se formuló una pregunta: ¿qué pasa en el cuerpo humano durante el estímulo sexual? Una cuestión que alguien debía haberse preguntado mucho tiempo atrás, teniendo en cuenta que el deseo existe desde el principio de los tiempos. Ni siquiera Masters, experto en reproducción humana, podía acercarse a una respuesta concreta. Ni de lejos. Para llegar a esa respuesta debería hacerse antes muchas más preguntas. Y él estuvo dispuesto, pese a las cánones que rigen la sociedad en la que le toca vivir, pese a las alarmas de sus compañeros, pese a las propias inseguridades que a él le generará esta investigación.
“¿Qué siente durante un orgasmo?”. Es una de sus primeras preguntas. La respuesta no será desde luego nada reveladora. “Es como describir cómo sabe la sal a alguien que no la ha probado”, le indica una prostituta. “Yo la he probado”, le replica él. “No como yo”, claudica ella.
Con preguntar no va a ser suficiente. Será necesario poner toda la maquinaria de la ciencia al servicio de esta investigación. Y Masters estuvo decidido a llevarlo a cabo. Quería viajar al fondo del cuerpo humano y observar cómo se comporta cuando se excita. En un mundo en el que los hombres ostentan el poder (también en la cama) llegar a la sexualidad femenina resultaba prácticamente imposible. Las mujeres eran las primeras que no querían implicarse en ese terreno. Eso se hacía, pero no se reconocía. “No sé qué mujer podría mantener la cabeza en alto teniendo que transcribir toda la semana obscenidades”, exclama alterada una secretaria cuando comienzan las preguntas. “Ningún médico con faldas va a mirar debajo de mis faldas”, apunta una mujer ante la posibilidad de que sea otra la que trabaje en el campo de la medicina.
Demasiadas barreras y demasiadas preguntas para un hombre dispuesto a alcanzar el clímax de su carrera. El resultado fue el libro ‘La respuesta sexual humana’. Quizá hayan oído hablar de él. A pesar de que fue escrito hace 46 años sigue conservando vigencia. Al fin y al cabo hoy en día, que supuestamente hemos avanzado, seguimos planteándonos las mismas dudas. Estamos más experimentados y hemos derribado un buen número de tabúes, pero continuamos necesitando respuestas.
Esto no es pornografía. Es ciencia. ‘La respuesta sexual humana’ mide, explora y certifica qué ocurre cuando nuestro cuerpo se altera por estar cerca del de otra persona, cuando ambos entran en contacto y cuando las piezas encajan hasta construir un puzzle perfecto. O casi. Eso ya depende de ocasiones.
En este manual se basa la serie ‘Masters of sex’ (a estas alturas no hace falta explicar el doble sentido del título), una de las propuestas más excitantes (sí, el calificativo es fácil) de la temporada. Retrata el modo en que un hombre se propuso enfrentar al ser humano con la realidad de su sexualidad. El primer escollo que tuvo que superar fue encontrar una ayudante capaz de sacar adelante el proyecto. Y ahí jugó un papel muy importante Virginia Johnson, una joven que de manera casual entra en contacto con él, se interesa por la investigación y le apoya y ayuda para darle forma. Su mentalidad moderna, su manera relajada de afrontar la sexualidad le hacían la candidata perfecta. Aunque nada de eso fue algo que supiese Masters al toparse con ella. Ella tampoco podía imaginar que acabaría convertida en la psicóloga Virginia Eshelman, coautora de ‘La respuesta sexual humana’ y de otros tantos volúmenes que vendrían después.
Masters y Virginia existieron. Nos hallamos ante una serie basada en hechos reales, aunque al principio cueste creerlo. Es complicado pensar que fuese cierto que un doctor se dedicara a ir a burdeles a observar, detrás de una mirilla, a dos personas copular y que controlaría la calma y el sosiego para cronometrar los tiempos y otros indicativos sexuales. Pero eso sólo fue el principio. Después llegarían los electrocardiógrafos y los electroencefalógrafos, decenas de cables para colocar a parejas mientras mantenían relaciones. Once años pasaron ambos evaluando la respuesta fisiológica de las parejas frente al estímulo sexual.
El reto era grande. El tema es atractivo y crea expectativas, pero ¿sería posible hacer una serie interesante y capaz de enganchar al espectador narrando esta historia? Durante el primer capítulo saltan las dudas. El personaje de Masters es taciturno y poco empático. El desarrollo de las primeras pruebas que acomete es casi irrisorio. La manera en que algunas personas se prestan al experimento, los métodos burdos que utiliza para sus análisis, incluso los objetos con los que se ayuda a alcanzar el coito (ese aparato fálico bautizado como Ulises en honor a la película de Kirk Douglas) dan lugar a dudas. La estética de la ficción es perfecta, quizá demasiado. Las tramas se describen de forma evidente, hay poco espacio para la insinuación. Todo esto se agolpa cuando uno visiona el episodio piloto de ‘Masters of sex’. Y sin embargo, al final, todo encaja. Como en el sexo. Y va mejorando y haciéndose más sugerente y adictivo a medida que avanzan los capítulos. Como cuando vas repitiendo sexo con una persona y cogiendo confianza.
¿Recuerdan a Elena Ochoa en los noventa con aquel aspecto casto y aséptico hablando con naturalidad de masturbación, posturas y zonas erógenas? Era didáctico pero nada excitante. Aquí sucede igual. Hay desnudos, conversaciones explícitas y distintas perspectivas sexuales, pero todo planteado como un gran estudio físico, aunque las rudimentarias maneras de los orígenes impidan adivinar a dónde conducirá todo eso.
El resultado final arrojó a una de las parejas científicas más controvertidas y aplaudidas de la historia. Los autores de la revolución sexual de los sesenta. Escribieron otros cuantos trabajos y se enriquecieron a base de terapias. Pero eso, en la serie, lo descubriremos mucho más adelante, según avancen las temporadas. Que serán unas cuantas, seguro. De momento la cadena americana Showtime en la que se emite (en España lo hace Canal +) ya ha anunciado una segunda tanda de capítulos, ante la buena respuesta de crítica y público.
En los primeros episodios vamos a ser testigos de los reparos de la Universidad para auspiciar la investigación, de los problemas familiares que ocasiona a sus promotores, de las dudas de los compañeros, de la dificultad de localizar conejillos de indias idóneos, de la ignorancia del propio doctor sobre la sexualidad y las diferentes variantes que lo rodean. De la química que se origina entre el doctor y su ayudante.
Pero, sobre todo, encontraremos una serie de personajes que están por encima del experimento y que son los que en definitiva dan cuerpo a la serie. Él, Bill Masters, un hombre ególatra y reservado, obsesionado por alcanzar el Nobel, incapaz de gestionar los sentimientos con su esposa y sus propias frustraciones y traumas. Ella, una joven adelantada a su época, con una carga familiar que, pese a todo, no le impide llevar una vida desinhibida, y con una mentalidad abierta y preparada para ayudar a dar el paso de eso que se llamó “la liberación de la mujer”. “Los amigos no tienen sexo, los enamorados sí”, le echa en cara uno de sus amantes cuando ella le aclara que no quiere mantener una relación seria con él más allá de la cama. Alrededor de ellos pululan una esposa abnegada, un trepa obcecado, una prostituta atrapada en sus miedos, decanos que ocultan sus deseos, médicos que trabajan mejor con la bragueta que con el bisturí y secretarias sorprendidas por unos tiempos que les van a exigir que tomen el papel protagonista.
Esto es ‘Masters of sex’, lecciones de sexualidad y de buena ficción. Un nuevo título que unir a nuestras adicciones catódicas y al que, como el buen sexo, hay que darle tiempo para alcanzar la compenetración perfecta. Auguro convulsiones, exaltaciones y espasmos entre los espectadores. Y unos cuantos finales felices. Ya me entienden.
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