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Mikel Labastida

El síndrome de Darrin

El Gobierno que acabó con 'L'Alqueria Blanca'

“L’Alqueria Blanca és part de tu”

Anuncio de Canal 9

 

 

La pantalla vestida de luto en la que se quedó Canal 9 el viernes 29 de noviembre, a las 12.19 horas, no cambió de color el domingo por la noche a eso de las diez de la noche, franja en la que solía empezar semanas atrás ‘L’Alqueria Blanca’. No quiero decir que la mayor pérdida con el cierre de la televisión autonómica sea la célebre serie. Ni mucho menos. La importancia de una cadena pública va (o debe ir) más allá de una ficción amable. Pero lo cierto es que ‘L’Alqueria’ era uno de los pocos productos (por no decir el único) que había logrado aunar a la mayoría de espectadores valencianos. ‘L’Alqueria’ era un símbolo, el último símbolo con fortaleza que le quedaba a una emisora gravemente herida.

En los días posteriores al anuncio del final de la emisora los trabajadores buscaban en la calle opiniones anónimas en torno a esta decisión (curiosamente no se toparon con nadie que se manifestase a favor del cierre, que también los hay, nos consta a todos). La mayoría aseguraban que echarían en falta no poder ver qué tiempo iba a hacer en su pueblo, otros se preguntaban por la retransmisión de la Mascletà y unos cuantos criticaban lo que esto significaría para la pilota. Pero si ha habido un lamento que se ha repetido hasta la saciedad ha sido el de la pérdida de ‘L’Alqueria Blanca’. Era tal la identificación que los espectadores tenían con los personajes de la serie que estoy seguro de que para muchos la imagen que más les impactó de las horas anteriores al esperpéntico cierre fue la de ver a Tonet sentado en el plató protestando por la clausura. “Mira lo que le están haciendo al pobre Tonet”, se diría más de uno y de una en sus casas, ajenos a la verdadera trascendencia del apagón.

 

L’Alqueria’ era ese producto bien hecho, amable, con un poso conservador, que conseguía buenas audiencias, gustaba a todo el mundo y por el que podían sacar pecho los políticos de turno. Y será ahora el que se les vuelva en contra a los que tomaron la decisión de poner fin a Canal 9. Porque éste, para muchos, será el Gobierno que acabó con ‘L’Alqueria’.

El domingo por la noche los seguidores, a través de las redes sociales y otros foros, se quejaron por no poder encender la tele para ver a sus personajes favoritos. La productora Trivisión intentó paliar la pérdida alojando en su web un nuevo episodio (de los que ya estaban grabados), para saciar la ración semanal de los Pedreguer y los Doménech. Para frenar el mono, vamos. Pero el intento resultó vano. Fueron tantos los que acudieron a la web, que ésta se desbordó y no dio abasto (el capítulo se podrá ver a lo largo de la semana, no obstante).

Nunca he sido seguidor fiel de este título, lo cual no me impide reconocer el mérito de haber conseguido una audiencia leal y haber agitado, aunque sea un poco, el pobre panorama audiovisual por estas tierras, donde rodar es un milagro por mucha Ciudad de la Luz que hubiese (¿o hay todavía? Nadie lo sabe bien). Agrada a jóvenes y a mayores, a hombres y mujeres, a rojos y a azules, en las ciudades y en los pueblos. Esta unanimidad es, cuanto menos, extraña en un lugar en el que cuesta ponerse de acuerdo en todo y en el que surgen opiniones enfrentadas con cada tema.

¿Cómo se consigue tal hazaña? ¿Cuáles han sido las claves de la popularidad de ‘L’Alqueria Blanca’? El triunfo de la serie de Canal 9 bebe de otros aciertos televisivos, adaptando la fórmula a la realidad valenciana. Sólo hay que recordar un éxito de los años setenta como es ‘Crónicas de un pueblo’, que emitía TVE. En aquel título la historia se desarrollaba en un pueblo de Castilla, donde vivían, entre otros, el alcalde, el cura, el cartero, la boticaria y el maestro, con los que el espectador se identificaba rápidamente. Este mismo esquema siguieron otros canales autonómicos para fabricar sus propias gallinas de los ‘shares’ de oro. Así en ETB se emite desde 1994 ‘Goenkale’, que comenzó centrándose en las malas relaciones de la familia Lasa. En Andalucía tienen ‘Arrayan’, que sitúa sus tramas en un hotel de lujo. ‘Nissaga de poder’ fue una de las series con mayor relevancia en Cataluña, donde quien más y quien menos estaba pendiente de los propietarios de los Cavas Montsolís. En Galicia, por supuesto, la ficción que mejor ha funcionado ha sido ‘Mareas vivas’. Todas coinciden en mostrar los conflictos en un pequeño lugar, normalmente entre los miembros de una familia o de dos clanes encarados. Y en la mayoría el campo suele estar presente.

 

 

Fijándose en éstas, a Canal 9 le costó más dar con la tecla acertada. Probó suerte con ‘Herència de sang’ o ‘Negocis de família’, pero no fue hasta que llegó ‘L’Alqueria Blanca’ cuando consiguió un producto con repercusión. La serie de Trivisión enlaza también con un referente valenciano como es Blasco Ibáñez y títulos como ‘La barraca’ o ‘Cañas y barro’, pero con menores tintes dramáticos.

Y es que, por encima de todo, ‘L’Alqueria’ resulta amable, huye de las polémicas, de temas peliagudos, de posicionamientos políticos y de tragedias excesivas. Es una serie fácil de ver, con la que nadie puede sentirse contrariado y que permite encariñarse rápidamente con sus personajes. Se supone que está ambientada en los años sesenta, pero apenas aparecen connotaciones sociales ni se contextualiza en épocas históricas concretas. No hay memoria histórica aquí, que ya se sabe que es un tema que levanta ampollas. Los problemas de los protagonistas son los mismos que podría padecer cualquiera hoy en día, pero se modifica el marco para darle un tono más ambiguo. Y aunque esto a veces la hace inverosímil, el espectador lo pasa por alto sin problemas.

 

Gran parte de los personajes son estereotipos claros y buscan parecerse a referentes que cualquier valenciano tiene presentes, bien porque le recuerden a alguien o porque encajan con roles de los que nos han hablado siempre, instalados en el imaginario colectivo. En su afán por contentar a todos hasta es bilingüe, algo que no sucede con las ficciones de otras regiones, pero que aquí se ajusta a la realidad de cómo se vive el idioma. A ‘L’Alqueria’ podría reprochársele ciertos tintes conservadores y su escasa ambición por alcanzar algunos objetivos que de un producto de una televisión pública cabría esperar, reivindicaciones sociales, perfil histórico… Pero esto la mayoría de los espectadores lo obvian, ya que, con ‘L’Alqueria’, consiguen algo también bastante complicado: entretenerse con una trama que sienten cercana.

En esto ha contribuido mucho el reparto, formado, en su mayoría por actores valencianos. Esta circunstancia ha propiciado que la profesión teatral, tradicionalmente convulsa y crítica con la política valenciana, se volcase con el proyecto. La repercusión de la serie ha beneficiado sus carreras, les ha otorgado popularidad, ha colaborado en que puedan dotar de relevancia a otros trabajos (obras teatrales) y ha permitido el salto de algunos intérpretes a las cadenas nacionales (Álex Gadea, Miguel Barberá…).

 

Una de las finalidades de la ficción en un ente público, no lo olvidemos, es la de servir como motor del panorama audiovisual, generar una industria, no sólo de actores, sino también de técnicos, maquilladores, guionistas, realizadores… Si acaso cabe decir que, en una cadena pública, el nivel de riesgo y de compromiso a nivel de estructura y de contenidos debería ser mayor y no conformarse con los resultados puramente comerciales (eso para las privadas).

Pese a esto ‘L’Alqueria Blanca’ ha funcionado y se ha erigido como un emblema. Un producto digno en medio de una programación habitualmente acusada de lo contrario.

Muchos espectadores no sentirán la ausencia de los informativos de Canal 9, ni de algunos programas de debate o incluso de las películas (aunque sean las del Oeste). Pero más difícil será que perdonen no volver a encontrarse con su ficción favorita. Ese título con el que unos cuantos políticos solían llenarse la boca y que ahora puede volvérseles en su contra.

 

 

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Sobre el autor

Crecí con 'Un, dos, tres', 'La bola de cristal' y 'Si lo sé no vengo'. Jugaba con la enciclopedia a 'El tiempo es oro' imitando al dedo de Janine. Confieso que yo también dije alguna vez a mi reloj: "Kitt, te necesito". Se repiten en mi cabeza los números 4, 8, 15, 16, 23, 42. Tomo copas en el Bada Bing. Trafico con marihuana en Agrestic y con cristal azul en Albuquerque. Veo desde la ventana a mi vecino desnudo. El asesino del hielo se me aparece en cada esquina y no me importaría que terminase con mi vida para dar con mis huesos en la funeraria Fisher.


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