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Mikel Labastida

El síndrome de Darrin

¿Son todos los informáticos unos frikis?

“Hay dinero volando Silicon Valley pero nunca nos ha tocado”

Nelson Big Head

 

 

Me fue más fácil comunicarme en Moscú, desconociendo yo todo lo que tenga que ver con el idioma ruso, que hacerlo a veces con algunos amigos o compañeros de trabajo que se dedican a asuntos informáticos. Ahí donde yo veo que la página no se carga ellos vislumbran códigos HTML o PHP, lenguajes JavaScript o Objective-C, bases de datos MySQL, condicionantes, bucles, variables y vectores. Yo trato de entenderles, de seguir sus indicaciones, pero me pierdo entre CSS, SQL y Rubys. En ocasiones he llegado a pensar que se inventan combinaciones aleatorias de letras con el fin de que yo no les comprenda. Igual que cuando de pequeños nuestros padres empezaban a utilizar palabras sin sentido porque había ropa tendida y no querían que nos coscásemos de lo que se decían. Pues igual.

Esta forma de hablar acentúa la visión tópica que de ellos tenemos el resto de la (primitiva) humanidad, ese estereotipo que también los sitúa como seres insociables, que no saben ligar, que miran por encima del hombro a aquellos que desconocen qué es un software, que pasan el día frente a la pantalla y que llevan camisetas con motivos extraños y pantalones con muchos bolsillos.

 

¿Son todos los informáticos unos frikis? Según la cadena HBO parece ser que sí. Al menos alimenta esta idea con la nueva serie que estrenó hace unas semanas, Silicon Valley, que toma el nombre de esa zona de San Francisco famosa por alojar las mayores corporaciones tecnológicas del mundo y pequeñas empresas de innovación. Ese valle en el nos costaría ubicar una versión de ‘Jersey shore’, porque en el imaginario colectivo esa zona la habitan seres superdotados que gastan todas las horas del día en descubrir compresores, investigar páginas web, probar gadgets y retarse con los videojuegos. HBO no va a provocar, de momento, que esa imagen varíe.

 

 

La serie se desarrolla en la casa-vivero que Elrich Bachman tiene en el valle y en la que permite a sus inquilinos vivir a cambio de ganar el 10% de los beneficios que reporten los proyectos que desarrollen mientras se alojen allí. El de Richard Hendrick, Pied Piper, es una página para compartir canciones, a la que no se le vislumbra demasiado futuro. Hasta que cae en manos de dos magnates de la tecnología y descubren que contiene un algoritmo de compresión de datos capaz de revolucionar la manera de compartir información. Y así es como el invento de Richard se convierte en el nuevo objeto de deseo de Silicon Valley, para asombro de su mecenas y de sus compañeros de piso. Uno de los empresarios le ofrece diez millones de dólares por él, pero el protagonista finalmente se decanta por una oferta mucho menor económicamente hablando, pero que le permite desarrollar la empresa como quiera y mantener la propiedad de gran parte de ella.

El chico anodino y que sólo provoca risas y burlas entre sus compañeros se transforma de repente en el objeto de deseo. El patito feo se vuelve cisne, el viejo cuento pero aplicado a la cosa 2.0. “Toda la vida has sido la tía fea pero ahora de repente eres una tía buena con tetas grandes y pezones pequeños. Tíos como ese ofreciéndote cosas van a seguir viniendo, así que no seas una guarrilla”, le dice el dueño de la casa a Richard a propósito de la nueva situación de su vida.

 

 

 

Y ese es uno de los temas más relevantes de los que trata la serie, cómo esos muchachos (los ‘cuatro ojos’, los empollones) arrinconados durante mucho tiempo son ahora los más reclamados y por los que se pelean las grandes empresas. “Gente como nosotros han sido marginados, pero ahora estamos viviendo una era en la que estamos en el poder y creamos imperios”, señala con acierto uno de los amigos de Richard. “Somos los vikingos de nuestra generación”, remata.

Sí, es verdad que la serie engrandece la figura del programador, la lleva a los altares de nuestra sociedad, pero no lo hace a cualquier precio, porque la visión que dan de ellos y del mundillo tecnológico es demoledora. Y ahí esta la gracia de esta ficción, que la tiene y mucha, el modo en que se burla y satiriza los avances informáticos, los gurús, las costumbres de los programadores, o las tan laureadas condiciones de trabajo en empresas como Google.

Aquí Google se llama Hooli, ese lugar idílico en el que cualquier persona desearía trabajar como señalan sus empleados como si hablasen de una secta, “con reuniones sobre ruedas y retiros creativos que hacen el mundo un poco mejor”. Los profesionales más exitosos son en realidad catetos disfrazados que no saben distinguir el ying y el yang del yin y el yang. Nadie se salva de la quema. La serie guarda dardos para todos. ¿Steve Jobs? Sí, prepárate, para ti también hay alguno. “Sólo era la cara, no escribió ni un solo código”.

¿Y los programadores de los que hablábamos al principio? Pues tal cual los describíamos. No se libran. No, esta serie no es la excepción y en ella los informáticos no son los reyes del baile, guapos, fornidos y divertidos. Nada de eso, vuelven a ser los feuchos, los poco adaptados y los que cuentan con escasa empatía con el resto de los mortales. “Míralos siempre se mueven en grupos de cinco. Siempre hay un blanco alto y delgado, un asiático delgaducho, un gordo con coleta y un indio del este”, describe el CEO de Hooli al hablar de los programadores. Desde entonces busco esta variable por todos los lados y en ocasiones me coincide.

 

Son seres exitosos, con grandes sueldos, pero unos perfectos inútiles a la hora de entablar una conversación normal, de afrontar un problema o de intentar conquistar a una chica. Lerdos, auténticos lerdos de los que es difícil no apiadarse. “Mi hijo también tiene Asperger”, le dice un hombre a Richard al conocerle. Las dos caras de la moneda están en la irónica ‘Silicon Valley’.

 

No es una idea nueva. Un retrato similar a estos profesionales se dibuja en series como ‘Big Bang theory’ o ‘The it crowd’, que inciden también en el desaliño y el aislamiento de este grupo. La primera retrata la vida de dos físicos cuyos gustos e inquietudes les complican a la hora de relacionarse e interactuar. La segunda se adentra en el departamento de informática de una empresa en el que trabajan dos fanáticos de la tecnología con escasas habilidades sociales. Estos últimos, con grandes dosis de humor, se parecen bastante a aquellos con los que convivimos en nuestro lugar de trabajo y con los que parece que existe a veces una barrera infranqueable. Aunque luego no son tan fieros como parecen.

Silicon Valley’ pretende eso (al menos en los cuatro primeros capítulos). Primero, desmontar algunas ideas de que esas grandes empresas que todos tenemos en la cabeza son tan buenrollistas y que no se mueven por motivos despiadados. Segundo, hacernos ver que allí también hay fiestas horteras y afán por poner eslogan a todo y que, aunque los protagonistas lo critican, en el fondo necesitan sentirse uno más y que los acepten en ese mundo de postureo. Y tercero, acercarnos a los informáticos, que los entendamos, que nos los veamos como el enemigo, que nos identifiquemos con ellos.

La próxima vez que uno de ellos, cuando le cuentes que tu ordenador no funciona, te pregunte con cierto despotismo si lo has encendido, aunque tendrás ganas de lanzarle la pantalla a la cara, seguramente recordarás a los personajes de ‘Silicon Valley’ y te enternecerás.

 

PD 1: A pesar de la terminología tecnológica y de los numerosos guiños con la informática y su mundo la serie es apta para todos los públicos, incluso para los que apenas manejan el WordPad.

PD2: Espero que mis compañeros informáticos no tomen represalias.

PD 3: Cuánto daño hicieron a esta profesión los nerds de ‘Un príncipe para Corina’.

 

 

Canal + emite en VOS esta serie. ‘Big Bang Theory‘ se ofrece en TNT y en abierto en Neox. También está editada en DVD, al igual que ‘The IT Crowd’.

 

Títulos de crédito: Para quejas, sugerencias y otras necesidades humanas mi correo es mlabastida@lasprovincias.es

 

 

 

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Sobre el autor

Crecí con 'Un, dos, tres', 'La bola de cristal' y 'Si lo sé no vengo'. Jugaba con la enciclopedia a 'El tiempo es oro' imitando al dedo de Janine. Confieso que yo también dije alguna vez a mi reloj: "Kitt, te necesito". Se repiten en mi cabeza los números 4, 8, 15, 16, 23, 42. Tomo copas en el Bada Bing. Trafico con marihuana en Agrestic y con cristal azul en Albuquerque. Veo desde la ventana a mi vecino desnudo. El asesino del hielo se me aparece en cada esquina y no me importaría que terminase con mi vida para dar con mis huesos en la funeraria Fisher.


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