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Mikel Labastida

El síndrome de Darrin

Todos nos hemos sentido Steve Urkel alguna vez

“¿He sido yo?”

Steve Urkel



Quien más y quien menos se ha sentido alguna vez patoso, metepatas, inoportuno, torpe, manazas, chapucero… Vamos, un Steve Urkel en toda regla. Sólo hay que mentarlo para que alguien trace una idea del tipo de persona o de situación que se pretende describir. Esa es la grandeza del personaje televisivo de los noventa, que consiguió que su nombre se convirtiese en un adjetivo por sí mismo con el que se relacionan rasgos excéntricos y torpones. Todos hemos sido un Steve Urkel alguna vez. Y el que no lo admita miente.

Reconozco que los altos, flacos y desgarbados como yo tenemos siempre más papeletas para ser Urkel de vez en cuando.

 

Mucho antes de que los de ‘Big bang theory’ pusiesen de moda a los nerds ya estaba Urkel reivindicando ese rol, el de empollón, con falta de empatía para las relaciones sociales y sentimentales, que gastaba sus días poniendo en marcha inventos con desigual tino. 25 años hace ni más ni menos desde que aquel singular personaje se asomase a la pequeña pantalla. En septiembre de 1989 la cadena estadounidense ABC estrenaba ‘Cosas de casa’, una comedia que surgía como ‘spin off’ de ‘Primos lejanos’ y en la que en un principio Urkel ni estaba ni se le esperaba.

 

Porque la historia de Urkel es la del patito feo que se transforma en cisne. Su personaje era el del típico chaval marginado, sin éxito entre las chicas y que irrita a los de su alrededor. Se planteó introducirlo en la serie de manera episódica, como punto grotesco y para conseguir resaltar los valores más positivos de los protagonistas de la ficción, los Winslow. Sobre el papel el personaje bombón parecía el del hijo mayor del clan, Eddie, pero resultó que el que acaparó la atención del público y se convirtió en auténtico reclamo para la audiencia fue el del secundario repelente.

Qué caprichosa es la vida, oye.

 

 

“¿He sido yo?”. La frase de Urkel ha quedado marcada para toda una generación que en España seguía sus aventuras cada mediodía, en los tiempos en los que en Antena 3 había vida más allá de los Simpson, aquella época en la que se estilaban en la tele las comedias sustentadas en clanes de raza negra, del tipo del de Bill Cosby o el de ‘El príncipe de Bel Air’. A semejanza de estas llegaron los Winslow, una familia media que vivía en Chicago.

La progenitora era la ascensorista del periódico en el que trabajaban los protagonistas de ‘Primos lejanos’, Harriette. De ahí la sacaron y le montaron una familia formada por su marido, Carl, que era policía, y sus tres hijos, Eddie, Laura y Judy. A ellos se unían la madre de Carl, sarcástica y respondona, y la tía Rachel, bondadosa y soñadora, que se había mudado, junto a su hijo pequeño, a casa de su hermana tras la muerte de su pareja. La idea en un principio era escribir una serie convencional de típica familia idílica en la que se sucediesen los capítulos con tramas plagadas de conflictos entre padres e hijos que se resolviesen felizmente en veinte minutos.

 

Hay que reconocer que los Winslow no tenían demasiada gracia. Harriette no caía simpática ni entrañable, los chistes de Carl resultaban cansinos, la abuela se parecía sospechosamente a Sophia de ‘Las chicas de oro’, y ninguno de los niños destacaba por un talento especial. Seguramente la ficción no hubiese aguantado ni una temporada y habría pasado sin pena ni gloria si no llega a ser por el vecino que apareció en el capítulo 4 y que dio la vuelta al guión de ‘Cosas de casa’. El patito feo, que había recalado en la serie como payasete, fue un acierto y los guiones pasaron a centrarse principalmente en él y en su relación de amor-odio con los Winslow.

La familia de ‘Cosas de casa’ era tan anodina y tan sosa que a los guionistas se les ocurrió, como revulsivo, introducir como personaje secundario a un vecino estrafalario que consiguiese sacarles de sus casillas y provocase situaciones histriónicas. Sería poco agraciado, zopenco en sus movimientos y sin ningún sentido estético a la hora de escoger su vestuario. Así nació Steve Urkel, que encandiló a la audiencia, que se entretenía con sus ocurrencias y sus ademanes torpes.

 

 

Los guionistas se centraron en desarrollar el personaje. Las características principales que lo distinguían era su capacidad para presentarse en el hogar de los Winslow en el momento más inadecuado (entraba con total libertad) y su amor incondicional por Laura, que trataba de quitárselo de encima de todas las maneras posibles.

Más tarde y dada la facilidad de Urkel con la química le añadieron la cualidad de realizar inventos de todo tipo en el garaje de su casa o en el de los Winslow. La mayoría de ellos no cumplían la función para la que habían sido creados, pero algunos lograban resultados sorprendentes. El ‘Urkel-bot’, por ejemplo, era un robot con los mismo rasgos de Steve que imitaba todas sus ocurrencias. Por su parte, la ‘máquina de transformación’ permitía al estudiante convertirse en diversos personajes con modus operandi diferentes a los suyos, como por ejemplo en Stephan Urquelle, un ‘alter-ego’ seductor y fascinante, que enamoraba a Laura.

 

 

La capacidad del actor que daba vida a Urkel, Jaleel White, para interpretar a otros personajes estrafalarios dieron rienda suelta a los guionistas para sacarse de la manga roles que iban colando en los distintos capítulos, como el de su prima Myrtle, que se parecía a él físicamente y en la forma de actuar y perseguía a Eddie del mismo modo obsesivo que Steve lo hacía con Laura. Además de frases y gestos Urkel popularizó también un baile que rivalizó en éxito con el de Carlton, el primo de ‘El príncipe de Bel Air’.

 

 

‘Cosas de casa’ aguantó en emisión con gran éxito durante nueve años. En España Antena 3 (y más tarde Neox) repitió sus episodios hasta la saciedad, ensayando la fórmula que ahora mantiene con Los Simpson, emitiéndolos sin parar y sin ningún orden. Además de Urkel otro personaje secundario bastante simplón obtuvo notoriedad con la serie, el de Waldo Faldo, un amigo del hijo mayor de los Winslow.

La suerte de los integrantes de esta familia, tras acabar la serie, fue desigual. Aunque muchos han continuado en el mundo de la interpretación ninguno ha triunfado con otro trabajo posterior. El pequeño Richie, sobrino de los Winslow, ganó un Emmy por su papel en ‘The Young and the restless’. Eddie, el hijo mayor, sin embargo, tuvo que abandonar los platós después de que su mujer le acusase de malos tratos, lo cual perjudicó seriamente su carrera. Otra de las hijas, Judy, protagonizó diversas polémicas motivadas por su adicción al alcohol y las drogas. De nada sirvieron las moralinas con las que sermoneaba la serie… Trágico fue el destino de la actriz que daba vida a Myra, una novia que le salió a Urkel y que nadie podía entender qué veía en él. Michelle Thomas murió sin cumplir los treinta años por un cáncer de estómago.

 

A Urkel lo han matado ‘falsamente’ por internet en muchas ocasiones, pero ha logrado sobrevivir a todos los macabros rumores. Ha participado en títulos como ‘Psych’ o ‘111 Gramercy Park’ pero nunca ha conseguido desprenderse del papel de Urkel. La sombra de ‘Cosas de casa’ es muy alargada, incluso 25 años después.

Los seguidores acérrimos de Urkel si pasan por Chicago pueden acudir al número 1516 de la avenida Wrightwood donde se alza el hogar de los Winslow, por el que tantas veces pululó el célebre personaje, con el que todos nos hemos identificado alguna vez.

Sí, tú también, no posturees. 

 


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Sobre el autor

Crecí con 'Un, dos, tres', 'La bola de cristal' y 'Si lo sé no vengo'. Jugaba con la enciclopedia a 'El tiempo es oro' imitando al dedo de Janine. Confieso que yo también dije alguna vez a mi reloj: "Kitt, te necesito". Se repiten en mi cabeza los números 4, 8, 15, 16, 23, 42. Tomo copas en el Bada Bing. Trafico con marihuana en Agrestic y con cristal azul en Albuquerque. Veo desde la ventana a mi vecino desnudo. El asesino del hielo se me aparece en cada esquina y no me importaría que terminase con mi vida para dar con mis huesos en la funeraria Fisher.


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