“La muerte puede caminar libremente en Haloween”
Adelaide Langdon
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De ‘American Horror Story’ mola tanto todo, que lo que menos importa es que la serie en sí no mole demasiado.
Lo mejor de ‘American Horror Story’ es…
la contundencia de las cabeceras que temporada tras temporada abren la serie
los cuidadísimos ‘teasers’ y ‘trailers’ con los que van despertando el apetito del espectador antes de estrenar nuevos episodios
el estilo elegante y arriesgado con el que se ruedan prácticamente todas las secuencias
los guiños cinéfilos y las referencias veladas a temas de actualidad
los toques de humor y escenas delirantes
o la soberbia banda sonora capaz de mezclar a Bach, Nina Simone y Stevie Nicks.
Y, por supuesto, el excelente reparto, que reúne talentazos consolidados como el de Jessica Lange, Frances Conroy o Kathy Bates, descubrimientos eficaces como Evan Peters o Sarah Pulson con rostros más mediáticos como el de Adam Levine o Zachary Quinto.
¿Y lo peor? La propia serie en sí.
Ryan Murphy (autor de ‘Nip/Tuck’, ‘Glee’ o la más reciente ‘The normal heart’) creó hace tres años su propia franquicia del miedo. La intención era reinventar este tipo de ficciones, tomando elementos clásicos pero dándoles una pátina de modernidad. ‘American Horror Story’ llegaba anunciada como una digna sucesora de títulos como ‘Cuentos asombrosos’, ‘Historias desde la cripta’ o ‘Galería nocturna’ y como una versión televisiva de filmes de culto como ‘El resplandor’, ‘Al final de la escalera’ o ‘Horror en Amityville’.
Murphy metió en una licuadora un poco de Stephen King, de Hitchcock y de ‘Scream’ y lo aderezó con grandes dosis de bizarrismo y excesos. El producto, con sabores dispares, eso sí, estaba excelentemente realizado y presentado. Y contenía un ingrediente secreto capaz de fascinar y embaucar al espectador para no permitirle que despistase su mirada en ningún momento.
La serie, que en Estados Unidos emite la cadena FX, nació con algunos aciertos iniciales. Por un lado inauguraba una tendencia que después han imitado otros títulos como ‘True Detective’ o ‘Fargo’, la de crear tramas que durasen una única temporada y plantear cada curso historias completamente diferentes pero con una imagen de marca común. Por otro lado a Murphy se le ocurrió reciclar a los actores principales y que cada año interpretasen papeles diferentes. Por supuesto, un gran punto a su favor fue conseguir que el elenco lo liderase la gran Jessica Lange, que por primera vez interpretaba un personaje fijo en televisión.
Aunque el capítulo piloto de ‘American Horror Story’ se planteó con un esquema convencional (familia guapa y adinerada con una hija adolescente con problemas de adaptación se traslada a una casa que resulta estar encantada) dejó muy pronto de ser una serie de terror al uso. La premisa con la que surgió se diluía tras los primeros episodios, muchas tramas se agotaban y otras entraban en barrena. Estos problemas se han ido repitiendo año tras año y, sin embargo, el estreno de ‘American Horror Story’ es siempre un acontecimiento. ¿Por qué? Porque el espectador perdona el caos narrativo de la obra de Murphy a cambio de las excentricidades y las locuras del autor y se entrega a ella como quien se sube a una atracción de feria sin tener ni idea del recorrido o piruetas que va a dar.
Esta semana (el 9 de octubre) comienza a emitirse en Estados Unidos la nueva tanda de episodios, que esta vez se desarrollan en un circo ambulante, de esos que en los años 50 aún recorrían América. La ficción se inmiscuirá en uno dirigido por una inmigrante alemana, interpretada por Jessica Lange, y en el que conviven ‘freaks’ de manual como una mujer barbuda, otra con tres pechos, un joven con manos deformes o una dama con dos cabezas. La idea inicial no puede ser más seductora.
El reparto (que integran de nuevo Kathy Bates, Angela Basset o Sarah Paulson, entre otros) es un reclamo innegable. Y los ‘teasers’ que durante semanas han circulado por internet están cargados de magnetismo. Murphy vuelve a tendernos la trampa. Y caeremos. Sabemos que terminaremos pensando que de nuevo ha sido una oportunidad desaprovechada, que nos echaremos las manos a la cabeza por los excesos y las vueltas de tuerca sin sentido, y que lamentaremos que algunos personajes que prometían mucho al final no den tanto de sí. Y, pese a esto, Murphy ofrecerá múltiples cebos para que no abandonemos la serie antes de que concluyan los trece episodios previstos. Muy mal ha de ir el curso para que no quede para el recuerdo alguna genialidad como sucedió en las temporadas anteriores, que repasaremos a continuación.
Temporada 1: Una casa encantada y un violador con traje de goma
Los Harmon se trasladan a Los Ángeles para intentar superar algunos acontecimientos que los habían fracturado como familia. Pero la mansión a la que se desplazan no les ofrecerá el confort y la tranquilidad que necesitan, puesto que está embrujada por sus antiguos habitantes. Una vez se instalan en la casa los integrantes del clan comienzan a experimentar extraños sucesos: Ben, el marido, se siente atraído por la señora del servicio a la que él ve con la fisonomía de una joven muchacha; Vivien, la mujer, es forzada en la cama por un hombre que viste un traje de goma con el que oculta su identidad; y Violet, la hija, es acosada en el instituto por sus compañeras y encuentra refugio en un adolescente que acude a su casa para recibir tratamiento psiquiátrico de manos de su padre. A esto hay que añadir la inquietante presencia de Constance, una vecina entrometida, y su hija, una niña con síndrome de down.
Temporada 2: Un antiguo manicomio y un asesino en serie
La segunda ha sido la mejor tanda de episodios hasta el momento. Se emplaza en una institución mental regentada, en 1964, por una férrea monja y en la que están internados pacientes con comportamientos violentos o con sexualidades consideradas desviadas por aquel entonces. Una periodista, ávida por conseguir una noticia sensacionalista, trata de inmiscuirse para descubrir los secretos que oculta el edificio. Lo que ella no espera es que la directora del centro le tienda una trampa y deba quedarse encerrada como una reclusa más y tenga que enfrentarse, entre otros, a un peligroso asesino en serie, ‘Cara sangrienta’. Extraterrestres, médicos que realizan prácticas nazis y exorcistas se dieron cita en el antiguo manicomio de Briarcliff. Jessica Lange, que en la primera temporada había dado vida a la vecina entrometida, se convertía aquí en la monja que gobierna el manicomio. Su interpretación de ‘The name game’ de Shirley Ellis, con una coreografía en la que le acompañaban todos los enfermos, es uno de los momentos de oro de la historia de la televisión reciente.
Temporada 3: Una escuela de brujas y la carnicera de Nueva Orleans
La acción se desarrolla en Nueva Orleans. Jessica Lange encarnó en esta ocasión a Fiona, la bruja suprema de una congregación que ahora parece en peligro después de haber sufrido diversos ataques. Por ello acude a la escuela que dirige su hija en la que se educa y se trata de que se saquen el mayor partido una serie de jóvenes brujas. Fiona se enfrenta además al paso del tiempo, que tanto teme, porque no soporta verse decrépita ni tener que ceder su trono a otra aspirante. Con el fin de hallar el elixir de la inmortalidad será capaz de desenterrar a Delphine LaLaurie, una sádica dama de la sociedad del siglo XIX, que gozaba maltratando a sus esclavos (y que existió de verdad). Sin duda, esta ha sido la más floja de las tres partes, lastrada por la rivalidad entre las alumnas y la pesada competición para lograr el puesto de Suprema. Ni el grito en honor a Balenciaga que lanza el personaje de Frances Conroy antes de morir salvó la temporada.
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