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Mikel Labastida

El síndrome de Darrin

Los personajes (im)perfectos de las series

“¿Preferirías que te llamaran el Gnomo? Si dejas que se den cuenta de que sus palabras te hacen daño, jamás te librarás de las burlas. Si te ponen un mote, recógelo y transfórmalo en tu nombre”    

Tyrion Lannister



Nos pasamos la vida intentando ser como el perfecto, pero al final con el que nos sentimos identificados es con el imperfecto. La mayor parte de las lecciones de nuestra educación escolar están dirigidas a alcanzar la perfección, pero apenas se dedica tiempo a explicarnos cómo convivir con nuestras imperfecciones.

¿Perfectos o imperfectos? He ahí la cuestión.

¿Existe lo perfecto? Muchos hablan, pocos saben. Los libros, los manuales, los sermones, las canciones nos han tratado de describir la perfección de múltiples maneras. La Real Academia Española define perfecto como aquello que tiene el mayor grado posible de bondad o excelencia en su línea. Aristóteles se refería así a lo que, bajo relaciones del mérito y del bien, no es superado en ningún género particular o a lo que no tiene fuera de sí absolutamente ninguna parte. La teología va un paso más allá y distingue entre perfección absoluta, que está reservada sólo para Dios, y la relativa, que es a la que podemos aspirar el resto de los mortales. La perfección religiosa está determinada por la devoción por mejorar la vida mediante la profesión de votos.

Ahí está la teoría con la que nos hemos criado. La misma que nos ha caído encima como un yugo y que ha ido arruinando cada una de nuestras expectativas. Porque la práctica nos descubre que siempre hay alguien o algo más perfecto y que estamos condenados a ser siempre imperfectos. Y el objetivo es cómo asumirlo.

No es sencillo porque vivimos en una sociedad, sádica, que se empeña en plantear a menudo modelos de perfección. Y entre líneas insinúa que es posible alcanzar esos modelos. Y por más que hayas asumido que la perfección no existe pasa como cuando tienes nueve años, que eres consciente de que los Reyes Magos no existen pero prefieres no darte por enterado y hacerte el despistado pese las numerosas evidencias de la realidad que se presentan a tu alrededor. Así que todos los días dejamos el zapato con la esperanza de despertar a la mañana siguiente y encontrarnos con una pócima secreta o un manual para ser perfectos y nunca nos traen ese regalo. Y cada día es un 6 de enero amargo, plagado de carbón.

La publicidad, el cine, la moda priman y promocionan el concepto irreal de perfección. Y la televisión, que es de lo que hablamos en estos lares, también. Así ha sido durante mucho tiempo y todavía hoy continúa esta tendencia en algunos formatos.

En la televisión no obstante el espectador se ha rebelado ante el ideal de perfección, ante los seres perfectos que han poblado la pantalla durante años y años. Al menos en ficción. Las series estaban invadidas de perfectos. También había imperfectos claro, pero siempre en posiciones y tesituras poco estimulantes. Los perfectos eran perfectos por fuera y por dentro. Los imperfectos despertaban lástima o envidia, nunca se les reservaba papeles triunfales. Las familias eran idílicas y bien avenidas. Los médicos, abogados y profesores, guapos, simpáticos y con buen corazón. Ser perfecto implicaba tener bondad y todas las capacidades físicas en orden. A las personas con discapacidad se les excluía de este grupo y se reservaba para ellos personajes secundarios o historias de superación personal, que siempre resultaban esporádicas o anecdóticas.

Hasta que llegó la rebelión con las series. Y los conceptos clásicos de perfectos e imperfectos se tambalearon, se sacudieron.

Un imperfecto es el protagonista indiscutible de ‘Juego de tronos’, una de las series de más éxito de los últimos años. El personaje de Tyrion Lannister destaca por su inteligencia, por su manejo de la ironía, por sus actitudes descaradas y conecta con el espectador tanto que es de los pocos a los que seguramente George R. R. Martin no se atrevería a tocar. (Bueno, esto nunca se sabe). Tyrion tiene acondroplasia, comúnmente conocido como enanismo. En otros tiempos esta característica podría haber lastrado al personajes hacia lugares comunes y hubiese sido poco probable que se le hubiese colocado en el papel del héroe. En ‘Juego de Tronos’ la discapacidad está presente además en otros personajes. Se celebra y se vence. Por ejemplo con el rol de Brandon Stark, que queda paralítico con una caída y, sin embargo, posee un don sobrenatural.

Otra serie con enorme popularidad que ha sabido dar una acertada vuelta a las capacidades e incapacidades de los seres humanos y al concepto de perfecto e imperfecto es ‘Big bang theory’. Más allá de si el protagonista de este título padece o no una discapacidad (en concreto Síndrome de Asperger, un trastorno que afecta al lenguaje o a las habilidades sociales) lo interesante de esta comedia sobre un grupo de geeks es su manera de presentar con normalidad cómo algunas características tradicionalmente asociadas a la perfección en según qué personas no les conducen a ser perfectos y al revés.

Traduzco esto: de pequeños nos han enseñado a admirar y elevar a los altares al listo de la clase, al cerebrín, al empollón, porque tener una mente prodigiosa supuestamente derivaba en la perfección. En ‘Big bang theory’ los protagonistas son brillantes en sus labores en la Universidad pero muestran una discapacidad manifiesta a la hora de relacionarse con los demás. En contraposición el personaje de Penny, que posee mejores capacidades físicas y sociales, no es capaz de elaborar discursos con fuste ni de alcanzar reflexiones profundas. Pocas series plasman mejor el modo en que todos convivimos con discapacidades, algunas más visibles y otras menos. Todos podemos ser perfectos e imperfectos. El problema es asumir ambos papeles con naturalidad.

La célebre ‘Perdidos’ presentaba un reparto plagado de seres imperfectos, que coincidían en un avión y más tarde en la isla. Todos ellos habían desempeñado roles equivocados en la sociedad, pero la vida les daba la oportunidad de cambiar de contexto y convertirse en héroes, en personas admirables, en perfectos. La isla, por cierto, tenía el poder de sanar imperfecciones físicas (la parálisis de Locke, el cáncer de Rose) pero le resultaba más complejo hacerlo con otras imperfecciones menos perceptibles como los tormentos de Jack o la falta de afectividad de Sayid.

Al margen de la aparición de nuevos roles es reseñable también la voluntad del espectador a la hora de reconocerse en seres imperfectos, no sólo por sus capacidades físicas, sino por conductas poco plausibles o morales cuestionables. Los títulos más celebrados de un tiempo a esta parte están protagonizados por personajes imperfectos, a los que el televidente perdona y disculpa sus imperfecciones: Walter White en ‘Breaking bad’, Tony Soprano en ‘Los Soprano’, Jackie Peyton en ‘Nurse Jackie’, Dexter Morgan en ‘Dexter’, Hank Moody en ‘Californication’… En la televisión nacional hay miedo todavía a dar protagonismo (si no es con un afán castigador) a personajes que se alejan de los cánones convencionales, aunque se ha demostrado que pueden también ganarse al público como sucedió con ‘Sin tetas no hay paraíso’ o ‘Crematorio’ y más recientemente con ‘El Príncipe’.

La ficción actual se ha empeñado también en demostrar que ser el más guapo, el más listo, el más exitoso no conduce necesariamente a ser el más perfecto. Es más, algunos de estos rasgos en ocasiones provocan más frustraciones que gozos. Don Draper o Betty Draper, de ‘Mad Men’, lo tienen todo para ser modelos de perfección (guapos, con salud, admirados, reconocidos en sus tareas) y sin embargo ambos arrastran existencias marcadas por la desdicha y la frustración, y lo que es peor, sólo son capaces de causar dolor a su alrededor. Ayudan poco a los demás a ser perfectos. En su caso ojalá no lo hubiesen sido nunca. La perfección no da la felicidad.

Carrie Mathison, de ‘Homeland’, es atractiva y con una profesión estimulante pero es incapaz de controlar sus devenires sentimentales. Nate Fisher y Brenda Chenowith, de ‘A dos metros bajo tierra’, son físicamente bellos y con capacidades privilegiadas para ganarse la vida y, sin embargo, sólo saben lastimarse y lastimar a quienes los quieren.

Las familias perfectas (los Cosby, los Banks, los Brady) han dado paso a las familias imperfectas (los Bluth, los Henrickson, los Botwin, los Gregson). Bienvenidas. La última en asomarse a la pantalla ha sido la de ‘Transparent’, uno de los mejores estrenos del curso. La voz cantante en la serie la lleva el padre, que durante toda su vida ha jugado a ser perfecto y ha decidido serlo de verdad, aunque a vista de la sociedad se va a convertir en un ser imperfecto. Para entender este rompecabezas hay que ver la serie. No puedo dar más datos para no caer en imperfectos espoilers.

A todas estas conclusiones, por cierto, llegaba la semana pasada al asistir a algunos espectáculos del festival 10 Sentidos que este año llevaba el lema ‘Im-perfectos’.


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Sobre el autor

Crecí con 'Un, dos, tres', 'La bola de cristal' y 'Si lo sé no vengo'. Jugaba con la enciclopedia a 'El tiempo es oro' imitando al dedo de Janine. Confieso que yo también dije alguna vez a mi reloj: "Kitt, te necesito". Se repiten en mi cabeza los números 4, 8, 15, 16, 23, 42. Tomo copas en el Bada Bing. Trafico con marihuana en Agrestic y con cristal azul en Albuquerque. Veo desde la ventana a mi vecino desnudo. El asesino del hielo se me aparece en cada esquina y no me importaría que terminase con mi vida para dar con mis huesos en la funeraria Fisher.


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