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Mikel Labastida

El síndrome de Darrin

La mejor serie para entender a las mujeres

“No te agobies por esta tecnología, la diseñaron para que la pudiera usar hasta una mujer”

Joan Holloway

 

 

El título engaña. Basándonos solo en el nombre ‘Mad Men’ podría parecer que es una serie únicamente de hombres. Pero no lo es. Lo es también de mujeres, de mujeres supervivientes en un mundo de hombres. Ellas están ahí, dispuestas a encontrar su lugar, a buscar lo que les han contado que es la felicidad, a soportar los clichés. A intentar no caerse en el precipicio que era la vida en la América de los años sesenta. Y en la actual también. Quizá los tiempos no hayan cambiado tanto, tanto. Aunque algunas de ellas trataron de impulsar cambios.

La primera mujer que aparece en escena en ‘Mad Men’ es Midge Daniels, una ilustradora hippy, instruida y poco convencional para su época. Así lo delata su vestuario, el piso en el que vive y el modo en que le habla al hombre por antonomasia que toca a su puerta de madrugada en el primer capítulo de la serie. “¿Tú te crees que yo nunca duermo?”, le espeta a su invitado, Don Draper, simulando una actitud dura pero con una expresión feliz en su cara que la delata. Está contenta con la visita pero no quiere que se le note, no quiere echar abajo su papel. No debe permitírselo. Ella pretende ser diferente a las mujeres de esa época. Y no puede dejar de repetírselo ni en un solo minuto.

 

 

En ese momento el espectador no conoce la relación real entre ellos. Ve a una mujer atractiva, independiente, con ideas claras y firmes. “Nunca hago planes y nunca preparo el desayuno”, dice convencida como quien se ha aprendido un eslogan publicitario. Y a un galán, dubitativo, que no necesita demasiado esfuerzo para conseguir que ella se quite la ropa y le invite a su cama. En ese momento no sabemos que él es un hombre casado y ella una amante más de las muchas que ha tenido y de las muchas que tendrá. En ese momento ni él mismo sabe que es una más. Él siempre piensa que será especial, que será única y definitiva, pero luego nunca lo es. Cuando le dice “deberíamos casarnos, tienes tu trabajo, te da igual a qué hora vuelva” está convencido de que es eso lo que quiere. Pero luego no sabe lo que quiere o lo que quiere no le hace feliz. Por lo tanto no puede hacer feliz. Lo que toca lo daña. Y quien está a su lado termina quebrado y huyendo. ‘Mad Men‘ se podría escribir a través de las huidas de sus personajes y de las maneras que tienen de huir.

Las mujeres amantes son parte importante de esta historia, de la historia de ‘Mad Men’. Todas lo son en algún momento. Porque en aquellos años sesenta de los que tanto nos han hablado y que tanto hemos idealizado era casi imprescindible pasar por ese papel para prosperar o simplemente para sobrevivir. Incluso las mujeres más seguras de sí mismas, con mayor número de inquietudes, aceptaron representarlo alguna vez para alcanzar sus objetivos. Peggy Olson lo tiene claro desde el primer momento y por eso no duda en seguir el guión cuando Pete, sin apenas conocerla, toca a su puerta de madrugada. Está borracho y ni siquiera la corteja, pero termina pasando a su casa sin escollos ni remilgos. Joan Holloway, que reparte lecciones y finge estar de vuelta de todo, asume el rol con Roger Sterling. Sylvia Rosen, la vecina de Don y Megan en Manhattan, sin saber muy bien a dónde le llevará acepta el papel. Rachel Menken, dueña de los almacenes Menken, sucumbe también. No imaginaba entonces esta última el recuerdo que dejaría en Draper años después.

 

 

En el primer día de trabajo de Peggy, Joan le da consejos respecto al tema. Peggy no pierde ripio. Lo que no sabe Joan es que sus propósitos son bien diferentes a los del resto de secretarias. “Si te sabes mover de verdad vivirás en un barrio residencial y no trabajarás”, “no sé tus objetivos pero no te pases con el perfume”, “fingen que quieren una secretaria pero casi siempre quieren a alguien que esté entre una madre y una camarera y el resto del tiempo…”. Consejos para sobrevivir con falda en Madison Avenue.

En la historia del feminismo los años 60 son una fecha importante porque supone la época de la liberación de la mujer. ¿Liberarse de qué? De diferentes yugos. Del de la maquina de escribir, del de la cocina, del de la alianza, de los pañales y las cunas. ‘Mad Men’ está plagado de mujeres apresadas. En los sesenta había muchas. Aún las hay, aunque no vistan con vestidos entallados. Betty Draper, la esposa, las representa perfectamente. No es casual que su personaje en el episodio piloto aparezca apenas unos minutos al final, cuando Don vuelve a casa (después de haber estado el día en la oficina, de haber bebido y de haber pasado una noche con su amante), arropa a los niños y ella le mira apoyada en la puerta. “Tienes la cena en el horno”, le sugiere. Ella aparece al final, en un segundo plano, cuando las luces se apagan. Betty es consciente de que vive encerrada en una cárcel. Una cárcel preciosa, en una urbanización preciosa y con un carcelero hermoso. Pero una cárcel al fin y al cabo. Se pone vestidos sofisticados, contempla en el espejo lo bella que es, cocina, fuma, aguarda a su marido. Sueña con ser lo que no es, con escapar, pero no se atreve. Y como mucho cambia de cárcel y de carcelero.

 

 

Mad Men’ cuenta cómo se liberaron algunas de esas mujeres, cómo lucharon por la igualdad, en muchos casos mal entendida pues adquieren los peores hábitos y costumbres que habían llevado los hombres, y los hacen suyos. Renuncian a casi todo por parecerse a ellos, aunque lo que ven en ellos no les guste del todo. Como sucede con Peggy que a base de renuncias consigue ser Don Draper, aunque lo deteste en ocasiones.

Joan Holloway intentó liberarse con un matrimonio, pero esa posible salida terminó en un despacho, cuando su marido abusa de ella en el suelo y huye a una guerra de la que no quiere volver. Al final la cabecilla de las secretarias consigue liberarse vendiendo su cuerpo. Muchas de las liberaciones que narra ‘Mad Men’ son duras, poco amables. Y ‘Mad Men’, esa serie esteta en la que dicen que no pasa nada, lo cuenta con crudeza. Ellas tuvieron que hacer cosas como esta para que hoy en día… ¿Para qué? ¿Valió la pena?

 

 

No se fíen del envoltorio. Esta ficción, increíblemente bien dibujada, ha mostrado inclemencia para plasmar algunas realidades. Solo hay que recordar el modo en que Peggy Olson rechaza a su hijo por mantener su trabajo y lograr nuevas metas. Tienen que pasar casi seis temporadas para que deduzcamos (a través de la figura de un pequeño vecino que baja a su casa por su tele) la huella que aquello dejó en ella. O ver cómo se comporta Betty con sus retoños, esa actitud tan políticamente incorrecta con la que habla a Sally y la predispone a mil complejos por su forma de ser y por su físico, la desazón que no disimula ante ellos. La necesidad de gustar de Betty le lleva incluso a flirtear o dejarse halagar por un niño de apenas diez años. Pocos títulos recuerdo con tal nivel de atrevimiento y con tal precisión para investigar en el universo femenino.

Mucho se ha hablado de cómo ‘Mad Men’ destroza el sueño americano, hurga en él y nos descubre lo vacío que está. Habría que plantearse si no hace lo mismo con el feminismo, con las conquistas de las mujeres. Todo lo desbarata esta serie, nada es inmune a la pluma de sus guionistas. ¿Qué sucede con la mujer liberada, con la que ha conseguido sus metas, con la que lucha por no depender de nadie, por la que reivindica su derecho a equivocarse? Megan Draper, la segunda esposa de Don (primero secretaria, después ‘mujer de’, después actriz), tiene claro que quiere desarrollar una carrera y va a luchar por ello. Pero la fuerza del hombre sigue siendo muy importante en su vida y es capaz de renunciar a todo por él. La cuestión es que ni siquiera con eso conseguirá retener a Don. Muchas imágenes en este título valen más que mil palabras. Hay una secuencia en la que Peggy, tras su enésima ruptura, se ve sola y mira a su gato, como su única compañía, que lo dice todo. ¿Esto es lo que había? ¿Esto es de lo que tanto nos habían hablado?
 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

No nos podemos olvidar en este repaso de la mujer del futuro. De la que va a vivir en los ochenta, de la que llegará al cambio del siglo, de la que se comparará con su madre y se felicitará por los avances logrados. Ahí está Sally Draper para asumir la responsabilidad de esas mujeres, esas que llevan dentro los fracasos de sus padres, los traumas que ellos no quisieron ocultarle, esas que quisieron ser diferentes pero que no tenían en quien fijarse ni ningún espejo en el que mirarse, esas que tuvieron que rediseñar el papel de la mujer. Esas que se pasaron la vida viendo a su padre y su madre equivocarse y que, ¡ilusas!, juraron no hacerlo ellas.

¿En qué piensan las mujeres? La pregunta se la hacen en la agencia de publicidad en los primeros capítulos de la serie a propósito de una campaña que tienen que preparar. La respuesta no ha llegado. Ninguno de los ‘Mad Men’, desde luego, ha sido capaz de responder. Los espectadores quizá alguna pista más tengan, de aquellas mujeres de los años sesenta y de las de ahora. De todas ellas habla también este fabuloso título.

Mad Men’ se acaba. En siete capítulos se cerrará la historia y descubriremos qué ha sucedido con Don Draper. Pero en el primer episodio de la última tanda nos dejan claro que ellas también van a ser importantes, se encargarán de cerrar círculos, algunas incluso volverán del más allá para ajustar cuentas. La charla en el ascensor entre Peggy y Joan es un buen ejemplo de ello. Quién le iba a decir a la Joan que recomendaba a Peggy cómo debía vestir que algún día ella le devolvería el comentario. Les queda mucho por decir. ‘Mad Men‘ también son esas mujeres, vitales para contar la historia de Draper, de América, del siglo XX. Tan importantes para hablar de las conquistas y de los fracasos de nuestra sociedad.

 

 

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Sobre el autor

Crecí con 'Un, dos, tres', 'La bola de cristal' y 'Si lo sé no vengo'. Jugaba con la enciclopedia a 'El tiempo es oro' imitando al dedo de Janine. Confieso que yo también dije alguna vez a mi reloj: "Kitt, te necesito". Se repiten en mi cabeza los números 4, 8, 15, 16, 23, 42. Tomo copas en el Bada Bing. Trafico con marihuana en Agrestic y con cristal azul en Albuquerque. Veo desde la ventana a mi vecino desnudo. El asesino del hielo se me aparece en cada esquina y no me importaría que terminase con mi vida para dar con mis huesos en la funeraria Fisher.


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