“Echo en falta un estribillo, los grititos los escuchas tres veces y ya está”
José María Íñigo
Estarán escuchando estos días hablar más de la cuenta sobre Edurne (así, a secas), artista a la que muchos ni conocerían y de la que no sabrían nombrar ni un disco. Pero su paso por el festival de Eurovisión le ha otorgado en las últimas semanas varios minutos de gloria efímera. Todo pasa.
Una pequeña porción del dinero que cuesta que Edurne viaje a Viena a pedir que le devuelvan el amanecer sale de mi bolsillo. Y del tuyo. Y del del vecino. Si por mi fuera retiraría la cantidad que corresponde a mis impuestos y solicitaría que se emplease en algo más conveniente. Pero no disponemos de esa potestad, afortunadamente para los promotores de la cadena, que si no deberían tener en cuenta la opinión y el gusto de millones de personas. Porque en esto está muy repartido. El certamen despierta odios y pasiones a partes iguales.
Pero ¿cuánto pagamos todos nosotros para que TVE acuda cada año a Eurovisión? La pregunta circula en muchas conversaciones, sobre todo cuando se acerca el popular concurso musical. Lo cierto es que la emisora pública desembolsa 356.000 euros en concepto de tasa, según lo que desveló el presidente de RTVE para contestar una pregunta formulada por Izquierda Unida. A eso hay que añadir los gastos de viaje y de alojamiento del representante español y su equipo. El vestuario que lucirá la cantante correrá a cargo del diseñador que lo ha realizado, que utiliza esta plataforma como promoción. La cifra económica es alta pero inferior a la que se ha pagado en años anteriores. En 2010 se apoquinaron 383.000 euros; en 2011, 419.000 y en 2012, 427.000 euros.
Eso sí, junto a Reino Unido, Italia, Francia y Alemania, España es uno de los países que más paga. A lo grande. Serà per diners… Y es por ese motivo por el que no tiene que pasar por las semifinales que se están celebrando estos días y concurre directamente en la final del sábado. No porque la canción española se considere mejor o haya alguna deferencia hacia este país. No, simplemente paga más. Como cuando vas a subir a una atracción y desembolsas un plus para no guardar colas. Aquí lo mismo.
La cifra no es desorbitada si se compara, por ejemplo, con lo que le cuestan a TVE los derechos de fútbol (programar la Champions o los encuentros de la selección) o algunos estrenos cinematográficos americanos y sobre todo si se tienen en cuenta las excelentes cifras de audiencia que logra siempre, por encima de los cinco millones de espectadores. Aunque, al no haber publicidad en TVE, no se rentabilizan los datos.
Otra cosa es si Eurovisión aporta algo culturalmente. Personalmente creo que no. La mayoría de participantes no suelen ser singulares ni abanderan movimientos musicales arriesgados y con poca proyección en los medios de comunicación. Más bien todo lo contrario. Se suele convocar a artistas bastante comerciales y con estilos de lo más convencionales y la imagen que se proyecta despide un tufo algo rancio. La canción melódica, de lo más ramplona, domina casi siempre la selección final y raramente se ha optado por registros diferentes.
El concurso, pese a alojarse en una tele pública, no se plantea para apoyar a futuras promesas, a artistas independientes o con proyectos peculiares y eminentemente autóctonos. Se suele recurrir a artistas salidos del universo de la radiofórmula con temas pegadizos y pocos méritos más. Muchos de ellos provienen de concursos de televisión y en sus carreras no se acumulan los premios. Sólo hace falta comparar el palmarés de los principales galardones musicales que se entregan en este país con la nómina de cantantes que han acudido en los últimos años a Eurovisión. No suele haber coincidencias. Es más, gran parte de los que han pasado por el certamen en lo que va de siglo, han tenido antes y después carreras de lo más discretas y anodinas. ¿O acaso alguien sabe a qué se dedican ahora Ramón del Castillo, Son de Sol, Las Ketchup o Lucía Pérez, por citar algunos?
La decidida voluntad comercial no ha propiciado, sin embargo, que España haya alcanzado puestos relevantes. El del año pasado, un décimo lugar, ha sido el mejor en bastante tiempo. Esta circunstancia también provoca que sean muchos los espectadores que reniegan del concurso.
El festival cuenta con casi 60 años de vida. Cuando se ideó la realidad europea era bien diferente a la de ahora. De hecho la idea era lograr la unión entre países hermanados y animar a una población sacudida por la guerra y sus consecuencias. Nada que ver con el panorama actual. Las premisas con las que se creó el festival han desaparecido casi completamente y ahora se ha quedado más bien como un mero divertimento para devotos o como un objeto de burlas y chanzas durante su emisión para el resto de mortales. Este año, por cierto, coincide con la jornada de reflexión previa a las elecciones autonómicas y locales. Una curiosa paradoja que refleja muy bien, y casi sin querer, cómo se reflexiona en este país. TVE, en una muestra más de su desorientación, dedica su espacio semanal de debate (el que presenta Julio Somoano) a Eurovision. Eso en la semana en que se celebran las elecciones más reñidas de los últimos años. Pero ellos viven en otra realidad, en su propio amanecer…
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