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Mikel Labastida

El síndrome de Darrin

Los intentos de las series españolas por hacer cosas diferentes


 

La televisión ha protagonizado la gran revolución cultural de los últimos años, quitándose de encima el estigma de medio menor y explotando todas sus posibilidades, así como su enorme proyección. La tele se ha arrancado las etiquetas de simple y convencional y ha demostrado que es capaz de crear productos complejos y arriesgados. Las series han conseguido reconciliar a muchos con la pequeña pantalla y que confiesen abiertamente y sin pudor que la consumen.

Gran parte de la responsabilidad de este panorama la han tenido las producciones americanas, que han sabido vislumbrar el máximo potencial a la ficción catódica. Y lo han explotado. Después de años de conformismo y de normas que parecían inquebrantables las productoras se pasaron las reglas por el forro de la pantalla y consiguieron que las emisoras cedieran espacio a nuevos géneros, nuevas historias y nuevas formas de narrarlas. Los canales de pago dieron un golpe sobre la mesa para llamar la atención y apostaron por tramas transgresoras, por puntos de vista diferentes, por buscar varias capas a los personajes y por liberarse de prejuicios y tabúes. Llegar a un público amplísimo ya no era tanto la prioridad como conseguir un público más exigente y diverso. Las cadenas convencionales, lejos de amilanarse, se dejaron contagiar y se han atrevido también a crear y programar series con más aristas.

El medio televisivo ha madurado y es capaz de mirar de frente a otras disciplinas como la literatura y el cine. Donde antes se dedicaban tesis y estudios sobre libros o películas ahora se hacen de series. Se investiga y se debate sobre su dramaturgia, sus roles, sus desarrollos. La tele americana ha parido proyectos de una riqueza temática increíble y ha sido tomada como modelo en otros países, como los nórdicos o Francia, donde se han afianzado otros productos  interesantes y formalmente innovadores. No han tenido más remedio. Los espectadores son más exigentes y más conscientes de todo lo que se produce en el mundo. El fácil acceso a través de internet a toda clase de títulos, sin importar nacionalidad, ha propiciado que el público no se conforme con cualquier propuesta y que sus expectativas cada vez sean más altas. Los productos vinculados a la televisión han trascendido tanto, que incluso están trascendiendo a la propia televisión y dejándola de lado. Pero esa es otra historia.

 

 

Y ante este panorama, ¿cómo ha reaccionado la industria española? Pues ahí está, peleando, intentando aportar un pequeño grano de arena a una montaña que es ya enorme y, sobre todo, procurando no quedar sepultada por esta. Hay que tener en cuenta que la ficción nacional es relativamente joven. La producción de series tal y como la concebimos ahora comienza en los años noventa con títulos como ‘Médico de familia‘, con Globomedia a la cabeza, que traslada a nuestro país algunas fórmulas que habían triunfado en la tele americana. Antes, con sólo TVE en el juego, la producción seguía parámetros más cinematográficos, con frutos excelentes como ‘Anillos de oro’, recordada tristemente estos días por la muerte de Ana Diosdado, que en cuanto a argumentos (pese a estrenarse en 1980) era muchísimo más valiente y estaba más conectada a los problemas de la sociedad que cualquier título nacional estrenado en los últimos 20 años. Y como ésta ‘Segunda enseñanza’, ‘Chicas de hoy en día‘, ‘Turno de oficio‘ o ‘Tristeza de amor‘.

Con la llegada del doctor Martín se inaugura una etapa más impersonal, alejada de realidades sociales, en la que se apuesta por tramas cotidianas con las que cualquier espectador pudiese sentirse identificado, repartos que reflejasen todos los segmentos de edad y estratos sociales (desde los niños hasta los abuelos, desde las amas de casa hasta las ejecutivas) y por la mezcla de géneros, sin decantarse abiertamente ni por el drama ni por la comedia.

Y así se consigue la receta del éxito, esa entre cuyos ingredientes no podían faltar abundantes desayunos, familias convencionales, amores adolescentes y equívocos graciosos. A eso se le unía la escasa variedad de localizaciones y la excesiva duración. La receta, con diferentes variantes, se ha aplicado e imitado durante años y hasta hace nada casi siempre funcionaba. Tanto ha funcionado que se ha convertido en un handicap: las series españolas siempre se relacionan con el mismo modelo y, por lo tanto, causan rechazo entre muchos de los consumidores más avanzados de estos productos. Porque la ficción nacional en las últimas décadas, aunque se desarrollase en un hospital, en un periódico o en una comisaría, terminaba discurriendo por idénticos caminos y contando historias muy similares.

 

 

Mientras que el mundo entero asistía a un terremoto en la pequeña pantalla (ya no sólo hay que atender a la potente industria americana, también hay que tener muy en cuenta el milagro nórdico o el encomiable caso inglés) en España costaba mucho más encontrarse con sorpresas y seguíamos padeciendo tramas que se alargaban excesiva e innecesariamente, abuelos y niños metidos con calzador, y chicos sin camiseta que saltaban donde menos te lo esperabas. La irrupción de nuevas productoras y las exigencias cada vez más clamorosas de determinado sector del público ha propiciado que en las pasadas temporadas asistiésemos a algunos intentos por producir títulos diferentes o al menos que se escapasen a los estándares impuestos.

En ese sentido ‘El Príncipe‘ o ‘Vis a vis‘ han sido dos propuestas notables, entretenidas y con buena factura. Sin embargo la más loable en mucho tiempo ha sido ‘El Ministerio del Tiempo‘, con la que se consiguió un producto original, que no trataba de imitar a nada de lo que se hacía en otros países, no renunciaba a las referencias españolas y además estaba muy bien ejecutada, pese a las limitaciones de medios. Bingo.

Canal +, que debería haber actuado como una especie de HBO o Showtime aquí, financió anteriormente dos propuestas estupendas, ‘Crematorio‘ y ‘Qué fue de Jorge Sanz‘. Lástima que la cadena de pago prefiriese invertir su dinero en eventos deportivos que en ficción.

 

 

El tropiezo más sonado en cuanto a intentos por llevar adelante proyectos distintos fue ‘Refugiados‘, cacareada coproducción entre Atresmedia y BBC, que pasó con más pena que gloria por La Sexta y que la cadena inglesa no ha anunciado todavía cuando emitirá. Ni está ni se la espera. Es cierto que la factura de esta producción se alejaba mucho (para bien) de lo que normalmente se realiza por estos lares, pero se olvidó lo más importante, el guión, que hacía aguas por todos los lados. Los capítulos, más cortos de lo habitual, resultaban eternos, el ritmo brillaba por su ausencia y la historia principal se diluía a medida que avanzaba la serie. “Parece que no está hecha en España”, decían. Pues para eso prefiero ver algo que no esté hecho en España, digo yo. De los errores y de las oportunidades perdidas también se aprende y no ayuda el que trata de disimularlos o camuflarlos.

La nueva temporada ha traído nuevos intentos en España por hacer cosas diferentes. Bueno, diferentes a lo que se hace aquí, pero terriblemente parecidos a lo que se hace bastante mejor en otros lados. Y ese es el problema. Las producciones nacionales han de encontrar su propio sello, sus características singulares y no renunciar a esas señas distintivas. Con eso no quiero decir que no se pueda apostar por nuevos géneros y argumentos, claro que hay que hacerlo, pero se ha de hallar el modo de desarrollarlo solventemente y con un estilo diferenciador.

Dos de las novedades del curso han intentado trascender de los esquemas habituales de series españolas y han probado suerte con elementos con los que se ha experimentado poco en España. Lamentablemente los resultados no son todo lo buenos que se podría esperar y al final nos encontramos con más oscuros que claros en ambas propuestas.

 

 

Antena 3 ha estrenado ‘Mar de plástico‘, thriller en torno a un crimen que se parece demasiado a demasiadas cosas. A ‘True Detective’, a ‘La isla mínima’, a ‘El Príncipe’, ¿a ‘Kill Bill’ en Almería?. Un quiero y no puedo abarcar tanto que termina por no acertar. Cabe destacar que la intención (encomiable) es salirse de los esquemas, situando la trama en un entorno poco explotado, dando voz a grupos sociales con escasa presencia en televisión y probando con planos e iluminación presumiblemente ambiciosas. Y digo presumiblemente porque al final la fotografía parece una sucesión de filtros de instagram, que te saca completamente de la historia y entorpece más que aporta.

Pero ese no es el principal problema. Ni incluso los clichés en el guión ni los giros previsibles. Lo peor de todo son las exigencias impuestas. Porque uno no entiende si no es porque lo hayan exigido la razón por la que se cuenta con determinados actores incapaces de vocalizar correctamente y de no enfatizar cada frase con un gesto evidente. Si a estos mimbres les plantas un guión endeble con secuencias (de peleas, de hogueras, de discusiones en el bar) metidas con calzador y episodios con una duración más que excesiva el producto se cae por todos los lados. Ojalá se hubiese contado de verdad una historia que pudiese suceder en los invernaderos almerienses y con actores que valiesen por su calidad interpretativa más que por estar de moda por otras series o por una peli. “Hay cosas peores”, me decían hace unos días. Claro, comparado con lo último de Resines es una maravilla. Pero uno no debe compararse con el peor de la clase, sino con el mejor, si su intención es superarse. Y en esa comparación ‘Mar de plástico’ sale mal parada, porque finalmente no ha aportado nada novedoso al panorama audiovisual español.

 

 

Cuatro se ha sacado de la manga ‘Rabia’, que en algunos mentideros se ha calificado con sorna como ‘The walking dead’ español. Trata sobre un grupo de personas que se estaban sometiendo a un tratamiento para curar enfermedades muy graves, pero algunos de ellos recurren a métodos clandestinos y eso genera en ellos el virus de la rabia. Hay que reconocer que el argumento llama la atención y está poco tratado en series españolas. Pero para meterse en este bosque hay que o contar con un buen presupuesto o con buenas alternativas que suplan los medios. Pero si no tienes ni lo uno ni lo otro al final te sale una serie B (esa luz, esos giros de cámara, ese maquillaje…) que no funciona ni como homenaje al género.

El colmo de ‘Rabia’ es que trata de ser transgresora pero no se atreve a dejar de lado los peores vicios de las series españolas, como el que nos referíamos antes de contar con niños, adolescentes y abuelos, para que cualquier espectador se identifique y conseguir así mejores audiencias. También cuenta con un bar (en ‘Mar de plástico’ también lo hay), un escenario que no puede faltar en las producciones nacionales, aunque se desarrollen en la propia Nasa. No ayuda demasiado la acumulación de rostros conocidos de otras series y se echa en falta a gente nueva que no te haga dudar si estás viendo pillar la rabia a la médica de ‘Hospital Central’, al policía de ‘Los hombres de Paco’, a la vecina de ‘Aquí no hay quien viva’ y a la propia Lourdes Cano.

Las audiencias de ambas han sido buenas, es justo decirlo. Pero eso no prueba nada. Muchos productos consiguen datos excelentes pero no han revolucionado nada, al menos nada bueno que luego recordaremos. De hecho, ‘El Ministerio del Tiempo’ tuvo cifras más discretas y seguramente ha hecho más por que avance el audiovisual catódico que otros títulos con millones de seguidores. Aplaudamos los intentos y deseemos que las cadenas pierdan el miedo y permitan que cada vez sean más arriesgados y certeros. 

 

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Sobre el autor

Crecí con 'Un, dos, tres', 'La bola de cristal' y 'Si lo sé no vengo'. Jugaba con la enciclopedia a 'El tiempo es oro' imitando al dedo de Janine. Confieso que yo también dije alguna vez a mi reloj: "Kitt, te necesito". Se repiten en mi cabeza los números 4, 8, 15, 16, 23, 42. Tomo copas en el Bada Bing. Trafico con marihuana en Agrestic y con cristal azul en Albuquerque. Veo desde la ventana a mi vecino desnudo. El asesino del hielo se me aparece en cada esquina y no me importaría que terminase con mi vida para dar con mis huesos en la funeraria Fisher.


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