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Mikel Labastida

El síndrome de Darrin

Los clásicos (IV): A dos metros bajo tierra


 

Es curioso que la serie que mejor ha retratado la vida haya sido una cuya acción se desarrolla en una funeraria. Los Fisher son una familia común americana, formada por un matrimonio que después de años casados busca la manera de soportarse, con sus vías de escape incluidas; y por tres hijos que tratan de hallar su camino, sorteando miedos, dudas y tropiezos. Entre ellos la convivencia es regular; la comunicación, no demasiado fluida, y las muestras de afecto, escasas. Nada que no suceda en un gran número de hogares.

Y es que los Fisher no se diferenciarían demasiado de la mayoría de personas si no fuese por el negocio que regentan, por la naturalidad con la que sientan a la muerte a su mesa. Esa peculiaridad, la empresa familiar, los muertos en el sótano, fue lo que atrajo a HBO del proyecto que había ideado Alan Ball, un nombre que sonaba con fuerza en la industria cinematográfica por haber firmado el guión de ‘American Beauty’, con el que consiguió un Oscar en el año 2000.

 

 

El realizador mantenía una relación especial con la muerte después de enfrentarse a la pérdida de varios familiares, en especial la de su hermana, que pereció en un accidente de coche, lo que quebró completamente a la familia. La cadena por cable había iniciado un sendero en producción propia con el que quería cambiar las reglas de la ficción. Y, tras el éxito de ‘Los Soprano’, se lanzó a buscar nuevas y rompedoras historias. ‘A dos metros bajo tierra’ lo era.

Y lo era, entre otras razones, por su impactante comienzo, en el que el patriarca de los Fisher sufre un accidente mortal. Aquel inicio sentaría un precedente para la serie, que abría cada capítulo con una muerte diferente, que servía luego de base para la trama principal. La producción mostró todo tipo de fallecimientos, así como las distintas formas en que cada persona se enfrenta a ese trágico final, y se recreó en la cultura del duelo, en las manifestaciones y celebraciones que acompañan a este duro trance. De aquella manera tan explícita, ‘A dos metros bajo tierra’ rompía un tabú con un tema que no solía ser bienvenido en la tele. Pero, claro, aquello no era televisión, era HBO.

La muerte del padre romperá el frágil suelo que pisaban los Fisher, lo que les obligará a reordenar sus vidas. Nate, el hijo mayor, regresa pródigo a casa y toma -con cierto desagrado y sin ningún convencimiento- las riendas de la funeraria junto a su hermano David. Este, a su vez, se encuentra inmerso en un proceso de asunción de su propia identidad sexual. Claire, la tercera en discordia, también busca su hueco, aunque aún no sabe bien dónde ni cómo hacerlo.

La represión y la liberación sobrevuelan todas las tramas, temas y argumentos de ‘A dos metros bajo tierra’. No solo David tendrá que ‘salir del armario’. Cada miembro de la familia sale de un armario diferente. Ruth, del de madre y esposa perfecta que vive por y para los demás. Claire, del de la chica rara que no se relaciona con nadie ni se interesa por nada. Y Nate, del de la inmadurez. Aunque de este sale y entra constantemente. Por eso es incapaz de establecer una relación sana y duradera con Brenda, otro de los frágiles y tóxicos personajes de la serie. Hasta el padre, una vez desaparecido, se libera. Porque su presencia, a través de apariciones ‘fantasmales’, fue constante durante las cinco temporadas interactuando con sus hijos y su esposa.

‘A dos metros bajo tierra’ estuvo en antena cinco años y fue única por muchas razones: por la valentía y crudeza con la que planteó algunos casos (costaba enfrentarse por ejemplo a la muerte de un niño o a la autodestrucción de los protagonistas), por la originalidad de sus recursos (en la primera temporada incluía falsos anuncios publicitarios sobre objetos funerarios), por la temática (pocos títulos han conseguido emularla después), e incluso porque supo cerrarse bien. Su final, con la música de Sia sonando durante nueve minutos, es de los más bellos vistos nunca en la pequeña pantalla. ‘Los Soprano’ se fundieron a negro; ‘A dos metros bajo tierra’, a blanco.

«No soy una persona que quiera controlar todos los temas. No me apetece escribir cada palabra. Nada me hace más feliz que ver una serie formarse de un modo que me sorprenda. O recibir un guión en el que no tenga que hacer nada», aseguraba Ball, según recoge Brett Martin en su imprescindible libro ‘Hombres fuera de serie’. Esa libertad, esa forma de crear, también fueron únicos y seguramente contribuyeron a lo exquisitos que resultaban algunos de los textos.

 

Este retrato ha sido realizado a propósito de la lista ‘Las mejores series del siglo XXI’

 

 

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Sobre el autor

Crecí con 'Un, dos, tres', 'La bola de cristal' y 'Si lo sé no vengo'. Jugaba con la enciclopedia a 'El tiempo es oro' imitando al dedo de Janine. Confieso que yo también dije alguna vez a mi reloj: "Kitt, te necesito". Se repiten en mi cabeza los números 4, 8, 15, 16, 23, 42. Tomo copas en el Bada Bing. Trafico con marihuana en Agrestic y con cristal azul en Albuquerque. Veo desde la ventana a mi vecino desnudo. El asesino del hielo se me aparece en cada esquina y no me importaría que terminase con mi vida para dar con mis huesos en la funeraria Fisher.


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