La necesidad de poner etiquetas a todo y de recluirnos en guetos o en círculos bien señalizados suele provocar que nos autoexcluyamos de muchas fiestas en las que creemos que no estamos invitados (y de las que podríamos haber sido los reyes) y de probar algunos platos que rechazamos solo por su aspecto (y luego están deliciosos). Este reduccionismo, este sentimiento imperioso de catalogarlo todo también se suele aplicar a las series. A menudo escuchamos rechazar diferentes títulos alegando que son para chicas, o para chicos, o para jóvenes o o para más mayores. Así de simple, sin darle mucha más oportunidad.
Lógicamente la mayoría de producciones suelen tener un público objetivo (Netflix es experto en buscarlo mediante sus ya famosos algoritmos), son un tipo de espectadores que se rigen por diferentes criterios y gustos que determinarán los probables productos que les vayan a agradar. Pero esta selección no tiene que estar necesariamente vinculada al género, a la edad o a la opción sexual de cada cual. Eso es reducir todo demasiado, simplificar, incluso tener prejuicios. Es decir, te puede gustar ‘Sexo en Nueva York’ aunque seas hombre, es posible que te interese ‘Looking’ pese a no ser gay, y no es preciso generar testosterona para que te agrade ‘Sons of anarchy’.
Las verdaderas buenas series están por encima de si sus protagonistas son principalmente hombres o mujeres y de con quién se acuestan. Al final lo que importa es que cuenten una buena historia. Cuando no pasa eso y solo se reduce a tópicos asociados con lo femenino o con lo masculino no es que la serie sea para chicos o para chicas, es que la serie es mala. Sin más.
Estos prejuicios lo único que pueden causar es que alguien se pierda una serie (como la fiesta que citábamos antes o el plato) que seguramente le fuese a aportar mucho más de lo que imagina. Estas reticencias se suelen enmascarar con el argumento de que no es un producto con el que uno se identifique. ¿Y qué? ¿Qué necesidad hay de identificarse con todo? Puedes estar enganchado a ‘The Walking Dead’ o ‘True blood’ y no sentirte identificado con zombis o vampiros. Excusas.
La identificación está sobrevalorada y muchas veces mal localizada. Porque en ocasiones hay que tener mayor altura de miras y ganas de traspasar fronteras para encontrar personajes e historias con las que realmente nos identificamos. Las series, como el cine o los libros, ofrecen mundos y puntos de vista en los que nos podemos ver representados, aunque sean en escenarios en los que nunca lo hubiésemos imaginado. La tienda de Manolo Blahnik en Nueva York, el Bada Bing de Nueva Jersey o unas espectaculares mansiones de Monterrey.
En las últimas semanas he encontrado varios ejemplos al respecto, de series que se rechazaban al instante por simples clichés. Y más de uno se ha tenido que morder la lengua al verse después reflejado e interesado con ese personaje al que se menosprecio por ser mujer o por ser mayor. Así sin más. ‘Big Little Lies’ (estupendo trabajo protagonizado por Nicole Kidman y Reese Witherspoon) fue despachada cuando se presentó, considerada sin más ‘otra serie de chicas’ o de ‘mujeres desesperadas’. Al final ha resultado una notable producción sobre el modo en que gestionamos la violencia en la sociedad, sobre las limitaciones y frustraciones dentro de la pareja y sobre la manera de enfrentarse a la maternidad (y a la paternidad, aunque esto en un segundo término). Otro ejemplo podría ser el de ‘Por 13 razones’, el último fenómeno de Netflix, que parece únicamente dirigido a un público juvenil. Y no. Aunque está claro que la historia de la difunta Hannah Baker va a interesar a los más jóvenes (no a todos, no todos los jóvenes son iguales, ni todas las mujeres, ni todos los hombres, ni todos los habitantes de Pensilvania). A los que tenemos otras edades la serie que trata de analizar los actos de bullyng habituales en cualquier círculo estudiantes también nos puede llegar de otras maneras y es posible que reflexionemos sobre el eco y la repercusión de algunos de nuestros actos pese a que no nos identifiquemos con ninguno de los estudiantes enganchados a los cassettes. Y que conste que es un título al que le encuentro muchos peros (pero no tienen nada que ver con la identificación ni con prejuicios previos).
Hace un par de semanas concluyó uno de los títulos más veces rechazados amparándose en estos motivos: ‘Girls’. No es para mí, he escuchado más de una vez. ¿Por qué? Es una serie de chicas, es una serie de jóvenes, es una serie de snobs, me han respondido. Prejuicios. Ha tenido todos los sambenitos imaginables y muchas veces ha sido sentenciada sin darle demasiadas oportunidades. Y es una pena. Admito que pueda gustar más o menos, que contiene errores, pero a la apuesta de Lena Dunham se le deben reconocer no pocos aciertos y una gran capacidad para que los espectadores comprendiesen a sus protagonistas aunque no fuesen chicas, aunque no hubiesen cumplido los 30 años o aunque no tengan afición a quitarse la ropa con cualquier excusa. ‘Girls’ ha hablado sobre malas decisiones, sobre expectativas no cumplidas, sobre las hostias que te va dando la vida en la cara mientras crecen y se desdibujan las ilusiones. ¿Hay alguien en el mundo que no se pueda identificar con estas situaciones? Que levante la mano, me encantaría conocerlo. Las frustraciones y los sinsabores de ir madurando han marcado las seis temporadas de una serie que nunca se ha traicionado a sí misma y que ha hecho pocas concesiones a las etiquetas. Es más, se ha reído de ellas. Y eso se agradece.
Una vez vencidos los recelos y suspicacias uno descubre que ‘Sexo en Nueva York’ es mucho más que un título sobre chicas que ligan y se compran zapatos (aunque liguen y compren zapatos, que tampoco es ningún delito), que ‘Los Soprano’ no es solo otra de mafiosos y que en ‘Please like me’ importan más cuestiones que la opción sexual de su protagonista. Hay que dar oportunidades a las series, pese a que a priori parezca que tienen poco que ver con nosotros. ¿O es que alguien iba a pensar que una familia que regenta una funeraria (la de ‘A dos metros bajo tierra’) iba a servirnos de espejo tantas veces? Pues eso. Los Fisher siempre son un buen metro para medirse.
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