La relación de Andalucía y las series españolas no ha sido especialmente tranquila y amigable a lo largo de los últimos años. La polémica creada en torno al acento de los protagonistas de ‘La Peste’ –a la que más tarde volveremos- ha sido la última de unas cuantas en la que se ha visto envuelta esta comunidad autónoma, que no siempre se ha sentido cómoda y bien representada en los productos de ficción de nuestra televisión.
¿Existe una inquina contra esta región? Lo dudo. Lo que hay es falta de costumbre de encontrárnosla plasmada con naturalidad y sin topicazos en nuestras series. Por ello al espectador no andaluz le puede resultar extraño el acento y otras particularidades de la zona. Y por ello también -por no ser frecuente- los propios andaluces muchas veces no terminan de reconocerse en lo que ven en pantalla. No es algo que atañe exclusivamente a Andalucía. O si no pensemos en la cantidad de tramas que se incluyen en otros títulos ambientadas en Asturias, Extremadura o Murcia. Pocas, muy pocas, casi ninguna. Se habla mucho de los retos a los que ha de enfrentarse la ficción patria y quizá uno de lo más urgentes es la descentralización de las historias y la necesidad de mostrar realidades y peculiaridades propias de cada rincón de España. A ver si me explico.
Volviendo a Andalucía, no hace demasiado tiempo (en 2015) el estrenó ‘Mar de plástico’ en Antena 3 desató la rabia y la indignación de la población almeriense, al menos de sus representantes políticos que no se sintieron orgullosos de la visión que la serie reflejaba de esa tierra. El alcalde de El Ejido, donde transcurría la trama, manifestó su malestar por el “mensaje racista” que a su parecer ofrecía la ficción y que “no correspondía con la realidad de la provincia”. A él se unieron otros líderes de formaciones y corporaciones andaluzas censurando el retrato que mostraban.
¿Cualquier parecido con la realidad era pura coincidencia? No, pero los almerienses estaban poco acostumbrados a verse reflejados en un producto catódico de estas características y para una vez que eran protagonistas les fastidiaba que fuese en esa tesitura. Normal. Pero sus quejas eran incongruentes. Que se cuente un conflicto criminal y xenófobo que se desarrolle en Almería no quiere decir que todo en Almería fuese así. Porque eso es como decir que en Madrid (que es donde transcurren la mayoría de producciones nacionales) todo son robos (porque los hay en ‘La casa de papel’ y en ‘Apaches’, por citar dos propuestas recientes). Es como si Baltimore montase en cólera por la visión que ofrecía de ella ‘The Wire’, o Nueva Jersey lo mismo por ‘Los Soprano’.
Almería no es Baltimore ni Nueva Jersey, que han sido escenarios de ficciones audiovisuales en muchas más ocasiones. Ni falta que les hace. Almería hubiese preferido ser seleccionada para contar allí una historia de amor blanco, que les sirviese de postal para luego ofrecer eso que llaman ‘turismo cinematográfico’ últimamente. Les costó entender que no importaba tanto el argumento, que conviene no dejarse llevar por generalidades, y que aquello sería un buen escaparate. Y lo fue. Por eso al año siguiente con la nueva temporada, una vez se dieron cuenta del impacto positivo de la primera, estuvieron más receptivos. De todos modos, los andaluces venían calientes de antes y con razón. Aunque en esta ocasión su malestar no fuese tan acertado, habitualmente han tenido que soportar una imagen maniquea y plagada de tópicos respecto a su forma de ser y de vivir. Y si no recordemos ese personaje gracioso que sirve a los demás que aparece en tantos y tantos títulos, como la Juani de ‘Médico de familia’. Aquella también tenía acento, pero ese acento al parecer daba risa y no molestaba. Y en la misma línea estarían la cocinera de ‘Ana y los 7’ o el portero de ‘Aquí no hay quien viva’. ¿Por qué no puede ser un alto ejecutivo andaluz?
Precisamente ‘Mar de plástico’ pretendía ser más ambiciosa y presentar un abanico mayor de historias y personajes. Y en la misma línea fueron ‘Perdóname señor’ y ‘El Príncipe’ –esta última en Melilla-, aunque bien es cierto que todas coinciden en un argumento relacionado con la delincuencia y corrupción. El ejemplo de ‘Allí abajo’ tampoco serviría porque precisamente su leitmotiv es hacer humor con los tópicos de los andaluces frente a los de los vascos.
El reto, por tanto, está en que las tramas de todas las series no sucedan en Madrid y que cuando se trasladen a otras localidades no sea para destacar una idea manida. Por ejemplo, la Comunidad Valenciana solo aparece como estampa vacacional a la que acuden los protagonistas de la serie de turno, alimentando esa idea de ‘Levante feliz’. Si se cita a un aragonés raro será que no sea tozudo y si sale un vasco tendrá un acento fortísimo y levantará piedras a la mínima que pueda.
Alberto Rodríguez ya consiguió en el cine desprenderse de algunos estereotipos o falsas convicciones y sorprendió con una trama policiaca rodada en Sevilla y protagonizada, en su mayoría, por actores andaluces. ‘Grupo 7’ es un ejercicio soberbio que se quitó de encima no pocos prejuicios. Con ‘La Peste’ la apuesta ha sido mayor. Rodríguez se plantea hablar de temas universales y actuales, como la corrupción, la inmigración y el abuso de poder. Y lo hace a través de un relato del siglo XVI y en un lugar como Sevilla. La serie iba a hablar de la historia de esta ciudad, sí, pero quería que cualquiera (fuera de donde fuera) se sintiera interesado e incluso identificado con los protagonistas y las tramas. ‘La Peste’ habla de la condición humana (del sálvese quien pueda), de lo complicado que lo tienen las minorías, de las negligencias políticas. Pues bien, dígame quién no puede sentirse representado en estos asuntos, sea murciano, riojano o extremeño.
Se ha hablado del acento como un hándicap, aunque posiblemente se trate más de un problema de vocalización que de otra cosa. Pero vuelvo aquí a la falta de costumbre. Hay acentos de distintas regiones que según de donde seas cuesta más entenderse. Yo soy vasco y uno de mis mejores amigos es de Cartagena. La primera vez que hablamos apenas entendí ni su nombre. No pasa nada. Necesitamos escuchar más acentos de Murcia en nuestra televisión. Y de Almería, y de Cádiz, y de Cáceres, y de Lugo. Y así no nos resultará tan extraño. En lugar de neutralizar los acentos hay que visibilizarlos, lo cual enriquecerá los relatos. También en Gran Bretaña hay acentos y formas de pronunciar diferentes según territorios. Y en Alemania o en Estados Unidos. Eso da riqueza, no hay que esconderlo.
Y ya de paso no estaría mal la incursión de las otras lenguas del Estado, aunque esto sería ya la madre del cordero. Resultó chocante, por ejemplo, un capítulo de la última temporada de ‘El Ministerio del Tiempo’ en el que Amalia viaja a Barcelona y se encuentra con sus familiares y apenas intercambia con ellos unas palabras en catalán, cuando es su lengua habitual. Precisamente en esta serie muchos historiadores han echado en falta que se bucee más en la historia y conflictos de diferentes comunidades. Pero claro para ello el espectador ha de estar preparado, porque son temas que nos guste o no siguen levantando ampollas. Ahí las series tienen un reto y quizá un propósito futuro, servir de elemento unificador y visibilizador. Eso sería estupendo.
Títulos de crédito: Para quejas, sugerencias y otras necesidades humanas mi correo es mlabastida@lasprovincias.es