De vez en cuando la televisión se pone al servicio de causas comprometidas y cede su proyección para que situaciones de desigualdad social o enfermedades salten a la palestra y adquieran el protagonismo que merecen. Que se vean, que no se escondan. Consciente de su repercusión la pequeña pantalla se moja y otorga relevancia a personajes y casos sobre los que todavía pesa un gran estigma en nuestra sociedad. Es la tele valiente, necesaria, responsable, la que no se conforma con retratar historias con final feliz y se atreve con tramas más duras y menos atractivas, al menos en apariencia. La que deja de lado a los súper héroes y recibe con los brazos abiertos a los héroes cotidianos.
Las series son una herramienta extraordinaria para dar visibilidad a grupos minoritarios, para denunciar desigualdades, para reclamar justicia, para mostrar nuevas formas de vida, para poner en valor proyectos que se suelen estrellar contra la indiferencia. Conscientes de este poder productoras y guionistas se encargan de reflejar esas otras realidades que no son fáciles de vender. El primer escollo con el que se suelen encontrar son los directivos de las grandes cadenas, temerosos de que argumentos que ellos consideran marginales espanten a la audiencia.
Los guionistas, pese a las trabas, han ido incluyendo puntualmente en los repartos personajes que representaban a colectivos tradicionalmente poco representados en medios de masas. La aparición de cadenas de cable (sufragadas por cuotas de suscripción) y de otras plataformas ha propiciado que este tipo de perfiles y sus problemáticas adquiriesen notoriedad y que sus historias se desarrollasen más extensamente. La eclosión de la ficción en este siglo ha desembocado en una tele más democrática en la que encuentran su lugar títulos que abordan todos los modelos de vida y de conducta.
Transparent: La transexualidad ya no es invisible
“Gracias por vuestra paciencia, gracias por vuestro coraje. Gracias por vuestras historias y vuestra inspiración. Gracias por permitirnos ser parte del cambio”. Fue la dedicatoria que Jeffrey Tambor dedicó al colectivo transexual al recoger el Emmy al mejor actor por su papel en ‘Transparent’, en el que representa a un padre de familia que, divorciado y con sus tres hijos ya adultos, decide asumir su verdadera condición sexual. Mort, atrapado en un cuerpo de hombre con el que no se identifica, se atreve a convertirse en Maura. Su creadora, Jill Soloway, se inspiró en la propia historia de su padre para crear una trama sin estridencias en la que se muestran las diferentes aristas de la causa transgénero. Hasta el momento habían aparecido personajes transexuales en títulos como ‘Hit & Miss’ o en ‘Orange is the new black’ pero nunca se había retratado con tanta naturalidad cómo se asume y se lleva adelante un cambio de sexo en una sociedad que sigue extendiendo el dedo para señalar y acusar al diferente.
American Crime: Los estereotipos racistas que nunca terminan
Otro de los discursos más comentados en los últimos Emmy fue el que ofreció Viola Davis al alzarse con el galardón a la mejor actriz de drama por ‘Cómo defender a un asesino’. “Lo único que separa a las mujeres de color de cualquier otra persona es la oportunidad”, lamentó la intérprete que se quejó de las escasas opciones de igualdad que tienen los actores negros. De hecho ella era la primera actriz que en la historia de los Emmy ganaba en esta categoría. Que se dice pronto. Fue una noche de apoyo a actrices negras, ya que también vencieron Uzo Aduba y Regina King. Esta última es una de las protagonistas de ‘American Crime’, título incomodísimo que retrata las diferencias que siguen prevaleciendo en la sociedad americana en función de la raza y el peso de los estereotipos a la hora de juzgar. Un azote a los Estados Unidos de Obama donde la tolerancia continúa siendo una asignatura pendiente.
Exile: La difícil convivencia con el Alzhéimer
El 70% de los cuidadores no profesionales de personas con Alzhéimer están en riesgo de sufrir enfermedades musculares, cardiovasculares o problemas respiratorios a causa de la sobrecarga que conllevan sus tareas. Es uno de los múltiples datos que se han ofrecido esta semana a propósito del día mundial de esta enfermedad. Así por ejemplo se conocía que cerca de dos millones de personas en España la padecen, lo que supone que más de millón y medio de personas dedican su atención a estos pacientes, con aproximadamente 79 horas semanales de cuidados. A pesar de ser una realidad con la que conviven tantos sujetos no es fácil encontrar en la pequeña pantalla una ficción donde se exponga su día a día, sus sensaciones y frustraciones. Enfrentarse a la fragilidad de la memoria continúa resultando delicado y tabú para muchos argumentos. Precisamente en ‘Transparent’ el tema aparece en uno de los personajes secundarios. La británica ‘Exile’, pese a ser un thriller, lo incorpora como telón de fondo y se fija en la repercusión del Alzhéimer en los que rodean a quien lo sufre. El argumento versa en torno a un exitoso periodista que debe regresar a su casa para cuidar de su padre, aquejado por esta enfermedad, y con el que no ha tenido buena relación.
The Normal Heart: Los prejuicios en torno al Sida
Ganadora del Emmy a la mejor tv-movie en la edición anterior ‘The Normal Heart’ regresa a los 80 para retratar una enfermedad sobre la que sigue pesando un estigma enorme en nuestra sociedad, pese a los años que han pasado desde su descubrimiento y a los numerosos avances logrados. Con el fin de despejar prejuicios y de mostrar normalidad absoluta el filme narra el inicio de la crisis del VIH en el colectivo homosexual en Nueva York y cómo numerosos activistas se ocuparon de exponer y extender la verdad sobre la epidemia. La película para televisión, que cuenta con Julia Roberts o Mark Ruffalo entre sus protagonistas, alerta de la intención de ignorar el problema por la que optaron muchos países. Verla hoy en día, a pesar de lo mucho conseguido, permite cerciorarse de que el camino es largo y que la meta (el fin del estigma, de la sospecha, del rechazo) tardará en alcanzarse.
Olive Kitteridge: La depresión del día a día
Continuando con las ficciones premiadas en los últimos Emmy merece atención el proyecto de Francesc McDormand, ‘Olive Kitteridge’, que se atrevió a retratar a un personaje triste, gris, antipático, con el que difícilmente la audiencia se identificará, pero a la que sí reconocerá. Porque todos hemos tratado o convivido con personas que han perdido la alegría de vivir, a los que la cotidianidad les azota, que sólo son capaces de dar importancia a las frustraciones. Que ven negro incluso donde sólo hay blanco. Y quizá muchos de los que se sienten frente a la pantalla para conocer a Olive se topen con ellos mismos. Nos vemos a nosotros mismos en algún momento de nuestra vida. Olive es desconfiada, mira la vida con recelo, le cuesta sonreír o hallar motivaciones en su vida. Está profundamente deprimida, pero lo ha interiorizado tanto que realmente ni ella sabe que le pasa algo. En realidad la serie no aborda la depresión como una enfermedad sino como un mal endémico que asola a la sociedad y que queda representado en un tranquilo pueblo donde viven seres acostumbrados a tratar y asumir sus penas y desazones.
The Big C: Cuando el cáncer forma parte de tu vida
Aunque después la serie caminó por distintos derroteros y se centró más en retratar a la protagonista que en la enfermedad que padece, la premisa de ‘The Big C’ fue descubrir cómo asume una profesora de secundaria un diagnóstico de cáncer terminal por un melanoma. No es la primera vez que una ficción incluía la enfermedad en una de sus tramas (Birgitte Nyborg se enfrentaba a él en la tercera temporada de ‘Borgen’), pero en esta ocasión la novedad estribaba en que el cáncer estaba presente desde el inicio y la serie iba a encargarse de mostrar las primeras reacciones al saber que se padece, el empecinamiento de tratar de enfrentarse sola a él, las consecuencias, las decisiones erróneas, los tratamientos, los miedos… ‘The Big C’ se mantuvo en antena tres temporadas y Laura Linney consiguió un Emmy gracias a ella.
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