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Mikel Labastida

El síndrome de Darrin

Diferencias entre las chicas de Nueva York: las de antes y las de ahora

 

Cada minuto se cuenta una historia distinta que se desarrolla en Nueva York. No hay ciudad en el mundo que incentive la creatividad de igual manera. Cualquiera diría que cuando uno pisa Manhattan, la imaginación se activa y la mente se llena de ideas para contar. Tal vez algo de esto haya. Nueva York lo mismo sirve para un drama que para una comedia, para una trama de suspense como para otra de superación, para que la protagonice gente rica o gente pobre, para una historia con final feliz o para otra trágica. El Empire State, el Soho, Central Park o las calles de Brooklyn actuán como escenario perfecto para la propuesta que sea. Tienen ese poder de adaptación. Por eso cuesta mucho distinguirse entre tanta oferta. Pero algunos títulos lo consiguen. Por ejemplo de entre la multitud de series que se han localizado en esta ciudad si tuviéramos que escoger una protagonizada por chicas seguramente un 95% de los seriéfilos se decantarían por ‘Sexo en Nueva York’, comedia en torno a cuatro amigas que intentaban buscar el amor en la gran manzana y mientras tanto se iban conformando con otras cosas. Y si hubiese que elegir alguna más reciente con la misma temática un porcentaje alto señalaría a ‘Girls’.

 

 

Es inevitable no trazar una unión entre ambas ficciones si nos dejamos llevar por los grandes rasgos: las dos giran en torno a historias sobre cuatro chicas jóvenes que viven en Nueva York. Cuando la segunda se estrenó (hace cinco años) era tremendamente consciente de las comparaciones que se iban a establecer entre ellas y ya en el primer capítulo lo utilizó como broma, convirtiendo a una de sus protagonistas, Soshanna, en fan de las andanzas de Carrie Bradshaw y compañía. Aquella, no obstante, fue una declaración de intenciones. Porque en realidad la protagonista de ‘Girls’ se burlaba del cuento de hadas fashion en que terminó convertida ‘Sexo en Nueva York’.

Cinco años después, y con cinco y seis temporadas respectivamente a sus espaldas, podemos cerciorarnos de lo diferentes que han sido ambas ficciones y, sobre todo, de la evolución tan distinta que han vivido ambas. Mientras una -la de Carrie- se fue haciendo más almibarada e idílica según avanzaban los capítulos y la popularidad de sus estrellas y de los lugares que frecuentaban aumentaba, la otra -la de Hannah- es cada vez más ácida y desesperanzadora. Podríamos decir que mientras ‘Girls’ ha ido madurando (con todas las subidas y bajadas que implica el proceso de maduración), ‘Sexo en Nueva York’ se fue transformando en imberbe. Como si fuese una especie de curioso caso de Benjamin Button. Fue perdiendo mala leche a medida que los bolsos de Marc Jacobs y los vestidos de Channel llegaban al plató. Ese problema en ‘Girls’ no es probable que suceda. Porque a la protagonista y creadora de la serie, Lena Dunham, le gusta más lucirse sin ropa (en las posturas y escenas más rocambolescas) que enfundada en Pradas y Vuittones.

 

 

‘Girls’ está firmando este año una temporada redonda (se encuentra en el ecuador de su emisión). Las protagonistas continúan merodeando por la vida con poco éxito, por esa vida que les habían pintado de color de rosa y con un montón de oportunidades que a ellas sin embargo no les llegan. Renunciando a sueños sin parar. Soshanna ha fracasado en su aventura nipona, Marnie-Magita intenta sacar adelante un matrimonio que flaquea por una simple estantería, Jessa es consciente de que con su nueva aventura sentimental está metiendo la pata enormemente por enésima vez en la vida. Y Hannah… ay Hannah. Hannah hace equilibrios para mantener un trabajo que no se parece ni de lejos a lo que ella aspiraba hace cinco años, soportar a unos padres que atraviesan una crisis de identidad conjunta y para aguantarse a sí misma. Que no es fácil. Cuando tenía al chico rebelde quería al buen chico. Y ahora que tiene al buen chico tampoco se encuentra a gusto. Ella nunca está a gusto. Ella se maneja bien en el conflicto, cuando le sacan de él no se sabe defender.

Si ‘Girls’ no ha seguido la misma deriva que ‘Sexo en Nueva en York’ es precisamente gracias a Hannah. O mejor dicho a Lena Dunham, mujer orquesta que desempeña todos los papeles en el show (directora, actriz, guionista…). Ella se podría haber dejado deslumbrar por el éxito y las alabanzas que tuvo con su debut y podría haber caído en la tentación de convertir su serie en otro título de gente guay en Nueva York, con montones de secuencias en bares de moda, tiendas de moda, restaurantes de moda y retretes de moda. Seguro que no pocas marcas o espacios intentarían comprar la vanidad de Dunham. A ella hay que alabarle su integridad por mantenerse tal y como era al principio. Sigue siendo igual de ocurrente, irreverente, incorrecta como era. Absurda y excéntrica también en ocasiones. Igual en todo. Para bien y para mal.

 

 

Ella también podría haberse encarado al espejo y creerse cuando este le decía que es la más guapa del reino y empezar a volverse loca inventándose ocasiones para ponerse vestidos de princesa y sacarse de la manga príncipes que le fueran a buscar a la salida de un trabajo espectacular. Porque eso es lo que pasó con Carrie Bradshaw por culpa de Sarah Jessica Parker. A medida que la actriz ganaba poder, convirtiéndose en productora de la serie e icono de moda, se olvidaba de los orígenes del personaje y lo iba transformando en fantoche. Hasta el fantoche extremo que fueron esas dos películas infumables (que da retortijones verlas) que perpetraron tras terminar la ficción televisiva.

 

La Carrie Bradshaw del principio era una muchacha ingeniosa, que no ocultaba su vena consumista y esteta, pero que debía pelear con sus limitaciones: ganaba poco, no tenía demasiado éxito con los hombres y era normalita físicamente. A medida que pasaban temporadas Carrie ganaba más y más dinero escribiendo columnas en periódicos (ja) y libros de sus columnas (ja, ja). Podía comprarse cientos de bolsos, faldas, zapatos y vestidos de las marcas más caras. O es más, eran las marcas las que se peleaban por regalárselos, porque todo el mundo sabe que al mundo de la moda le chifla vestir a los columnistas de los periódicos. Ahí está Armani debatiéndose entre enviar ropa a Sostres o a Jabois para que la luzcan en las pasarelas. Y la casa de Carrie, que en principio tenía una habitación-salón y una cocinita, crecía para que cupiese semejante armario. Además de eso a la protagonista le empezaron a brotar pretendientes por todos los lados que la querían convertir en reina. Sólo les faltó sacarse de la chistera un príncipe de Moldavia como en ‘Dinastía’, pero casi, casi lo hicieron con su último amante, el escultor Petrovsky que la vestía de Oscar de la Renta y la llevaba a París.

 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

Y tras Carrie, cada vez más pacata y modosa, iban detrás todas las demás. Aquellas mujeres independientes de las tres primeras temporadas, que reivindicaban la igualdad sin renunciar a las diferencias del sexo femenino, se transformaban en maniquíes con poca voz, protagonistas de tramas sin miga. Samantha se enfrentaba a un cáncer del que se curaba en tres días, Charlotte descubría que no podía tener hijos pero se conformaba con tener perritos y Miranda renunciaba a sus aspiraciones para convertirse en una madre de familia… zzzzzzzzz

En fin. Lena Dunham no se ha dejado endulzar y tiene el valor de sacar adelante un personaje cada vez más imperfecto. Es egoísta, es antipática, es arrogante. Y no le importa no caer bien a todo el mundo ni tampoco no ser ejemplo de nada. Porque la vida real está más llena de egoístas que de princesas. O al menos es la historia que ha querido contar Dunham. La de las imperfecciones, la de las decepciones, la del pesimismo constante. Los personajes de ‘Girls’ no dejan de chocar y caerse, de hacer el ridículo, de estamparse con realidades que no esperaban, de fallar a los que están a su alrededor, de engañarse. No dejan de vivir. En ‘Girls’ todo lo que puede ir mal va mal, y en este universo tratan de sobrevivir sus integrantes. Hasta los polvos en esta serie son decepcionantes y fríos, pero se parecen bastante más a los que echamos en nuestras habitaciones que a esos en los que los protagonistas acaban de echarlos y se tapan con la sábana.

 

 

Hasta Nueva York es distinto en ‘Girls’. Se aleja de esa idea de ciudad de las oportunidades, de ciudad que nunca duerme y otros tantos tópicos más. Es una ciudad, no un decorado, y como tal, a veces es estupenda y otras está atestada de ratas. Que por cierto todo el mundo sabe que hay un montón por las calles de la Gran Manzana y nunca las sacan en televisión o cine. Habrá que esperar a que lo haga Lena Dunham. Mira que lo tenía difícil hace cinco años para contar una historia cotidiana de cuatro chicas en Nueva York que resultase diferente a lo mucho visto. Y lo ha conseguido. Y ahí se mantiene en esta quinta temporada. A ver si sabe darle un buen broche final en la sexta y última tanda.
 

 

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Sobre el autor

Crecí con 'Un, dos, tres', 'La bola de cristal' y 'Si lo sé no vengo'. Jugaba con la enciclopedia a 'El tiempo es oro' imitando al dedo de Janine. Confieso que yo también dije alguna vez a mi reloj: "Kitt, te necesito". Se repiten en mi cabeza los números 4, 8, 15, 16, 23, 42. Tomo copas en el Bada Bing. Trafico con marihuana en Agrestic y con cristal azul en Albuquerque. Veo desde la ventana a mi vecino desnudo. El asesino del hielo se me aparece en cada esquina y no me importaría que terminase con mi vida para dar con mis huesos en la funeraria Fisher.


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