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Mikel Labastida

El síndrome de Darrin

Los narcos gobiernan la tele


 

Las series estadounidenses nos han mostrado en los últimos años a seres monstruosos, capaces de todo tipo de atrocidades para conseguir sus objetivos. Tony Soprano sacrificaba hasta a su propia familia con el fin de seguir gobernando la mafia de Nueva Jersey, Walter White demostraba no tener escrúpulos si debía detener a cualquiera que pretendiese impedir que se siguiese comercializando el cristal azul más puro que se había cocinado en Albuquerque, Nucky Thompson recurría a artimañas de cualquier índole para mantener su poder en Atlantic City. La ficción no ha disimulado su fascinación por estos antihéroes a los que presentaba sin condenarlos, y con los que jugaba con una ambigüedad que sólo los espectadores podían resolver.

Si a la tele le atraían estos personajes irreales es lógico que tarde o temprano manifestase interés también por villanos igual de crueles que sí han existido en realidad. Y Pablo Escobar, no hay duda, de que fue uno de ellos. Fundador del Cartel de Medellín, monopolizó durante años la producción mundial de cocaína. Para mantener este estatus declaró la guerra hasta al mismísimo gobierno de Colombia y perpetró actos terroristas terribles. Un personaje con potencial dramático enorme. Su figura había sido retratada en producciones como ‘El patrón del mal’, en ‘Los tiempos de Pablo Escobar’ y en ‘Tres caínes’, aunque en esta última su trama es secundaria. Detrás de ninguno de estos títulos, sin embargo, estaba una plataforma con una proyección tan grande y unos medios tan potentes como los que dispone Netflix.

 

 

El gigante estadounidense se interesó por el narcotraficante colombiano para ponerle al frente de una de sus producciones originales. Confiaban en que la atracción y curiosidad que despierta este hombre sirviesen de imán de nuevos espectadores y de algún que otro reconocimiento. Ambos fines se cumplieron: es uno de los títulos más celebres de Netflix y fue nominada a los Globos de Oro. La primera temporada de ‘Narcos’ se rodó en 2014 en Colombia y se estrenó un año después. El resultado no estuvo exento de críticas: por el dibujo plano que trazaba de algunos personajes, por usar una narración en la que primaban más los golpes de efecto y que el ritmo no decayese que el hecho de ser realista y riguroso, o por el acento del protagonista (un brasileño interpretando a un colombiano). Y no les faltaba razón. ‘Narcos’ no era redonda, es verdad, entre otras muchas pecaba de simplista, sin embargo se dejaba ver de maravilla. El guión distribuía muy bien la acción, sabía cómo llamar la atención del espectador, y no caía en el error de venerar y ensalzar la figura de Escobar.

En esos primeros diez episodios de ‘Narcos’ asistimos a la creación del imperio del capo y conocimos lo que se escondía detrás de aquel hombre hecho a sí mismo. Nos acostumbramos a su ‘hijueputa’, ‘gonorrea’ y ‘malparido’; nos familiarizamos con términos como ‘traquetear’ o ‘camellar’, y comprendimos la dimensión de la terrorífica expresión que este narcotraficante solía usar para intimidar a políticos y policías: “plata o plomo”. Todo iba a más en ‘Narcos’: el negocio de la droga, la ambición de Escobar por alcanzar otros terrenos (como la política), la guerra indiscriminada contra el Gobierno… hasta culminar en una cárcel que él mismo se construyó como si fuese un gran palacio. Para la segunda temporada se reservaba la huida de esa ‘prisión’ y la caída y descenso a los infiernos del gran capo.

 

 

El pasado 2 de septiembre Netflix estrenó los episodios inéditos, con los que se completa el relato, sin que el ritmo y el interés decaigan en ningún momento. Y no era sencillo. Los diez últimos episodios se podían haber vuelto lentos y repetitivos con el fin de retrasar la inevitable muerte del protagonista, pero no, la narración mantiene el vigor, sin altibajos, a lo largo de toda la temporada. Imposible decir que no cuando Netflix te anuncia que en 30 segundos comenzará el siguiente capítulo. El ‘binge-watching’ acabará con nosotros.

No solo eso, la serie va más allá y entra en aspectos más profundos, que se habían despistado (o abordado peor) en la primera tanda de episodios. Del Pablo Escobar que se luce triunfante por las calles de Medellín pasamos al Pablo Escobar que se esconde en los maleteros de los coches para poder trasladarse por la ciudad. Del Pablo Escobar al que todo el mundo respeta y teme pasamos al Pablo Escobar más débil que ha de gestionar las traiciones de los que le rodean. Del Pablo Escobar perverso pasamos a un Pablo Escobar al que en ocasiones compadecemos (y casi deseamos que no lo atrapen).

En la segunda temporada de ‘Narcos’ hay muchos monstruos: los líderes de otros cárteles, que aprovechan la situación de Escobar para usurparle su negocio; los guerrilleros que quieren su cabeza a costa de lo que sea (incluso de miles de víctimas inocentes); los policías que se corrompen con el fin de obtener la cabeza del mayor enemigo público; el Gobierno que mira a otro lado para lograr sus objetivos y pasar página. Ahí está el gran acierto de estos episodios: muestra las debilidades del sistema y de la propia ley, así como las barreras (éticas) que a veces hay que saltarse para poner fin a males mayores. Lo del fin justifica los medios debería ser el leitmotiv de esta temporada. ¿Realmente los justifica? Habrá momentos en que lo dudemos, la verdad.

 

 

Al hijo de Escobar no le ha gustado la serie. Es lógico. No sale bien parada su familia. Se queja de que se hayan inventado personajes y hechos. Es posible que así sea. ‘Narcos’ no oculta lo que es: un trepidante show de acción con tintes dramáticos y políticos. No es un documental y no alardea de su rigor histórico. Si hay sacrificar fragmentos de la realidad o modificarlos por el bien de la narrativa se hace.

Con ‘Narcos’ Netflix ha encontrado un filón que va a seguir explotando. Los narcos campan a sus anchas en nuestras teles. Nos repugnan y fascinan a partes iguales, pero queremos saber más de ellos. Al fin y al cabo estamos en la era del antihéroe televisivo. Gilberto Rodríguez Orijuela, que estuvo al frente del cartel de Cali, centrará la tercera y cuarta temporada. La serie podrá seguir alargándose sin problemas porque el negocio de la droga no se detiene. Cuando se agoten los cárteles colombianos, pueden empezar con los mexicanos. Tras él se esconden otros muchos nombres propios, aunque ninguno tendrá tanto tirón como el de Escobar. También es verdad que el desconocimiento puede ayudar a la sorpresa de las tramas, ya que todas las ‘andanzas’ del patrón son tristemente célebres.
 

 

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Sobre el autor

Crecí con 'Un, dos, tres', 'La bola de cristal' y 'Si lo sé no vengo'. Jugaba con la enciclopedia a 'El tiempo es oro' imitando al dedo de Janine. Confieso que yo también dije alguna vez a mi reloj: "Kitt, te necesito". Se repiten en mi cabeza los números 4, 8, 15, 16, 23, 42. Tomo copas en el Bada Bing. Trafico con marihuana en Agrestic y con cristal azul en Albuquerque. Veo desde la ventana a mi vecino desnudo. El asesino del hielo se me aparece en cada esquina y no me importaría que terminase con mi vida para dar con mis huesos en la funeraria Fisher.


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