Uno de los capítulos de la segunda temporada de ‘Black Mirror’ gira en torno a un programa de televisión en el que aparece un dibujo animado que triunfa entre la audiencia por la forma descarada con la que entrevista a los políticos. La popularidad de Waldo, el personaje en cuestión, va aumentando a medida en que pone en aprietos a los invitados y se comporta de un modo más soez, tanto que los productores deciden dar un paso adelante y presentan al oso a las próximas elecciones. Es maleducado, realiza promesas populistas, descalifica y ridiculiza a sus oponentes y aún así arrastra a un buen número de seguidores tras él. ¿Les suena? El argumento recuerda bastante a lo sucedido recientemente en Estados Unidos, pero lo curioso es que el episodio se emitió cuando nadie sospechaba que alguien como Donald Trump pudiese aspirar a ocupar la Casa Blanca ni mucho menos vencer.
El poder anticipatorio ha caracterizado a esta producción de Channel 4 que ha sorprendido al público desde que se estrenó en Reino Unido en diciembre de 2011. Charlie Brooker quería recuperar el espíritu de ‘The Twilight Zone’, que en España se conocía como ‘Dimensión desconocida’ y planteaba en cada episodio una historia de terror. El realizador fijó su mirada en la tecnología (en su alcance, en la influencia en nuestras vidas) y situó las tramas en un futuro cercano. Sustituyó los monstruos por aparatos y planteó un espacio temporal próximo. ¿Hay algo que pueda dar más miedo?
En el primer episodio la ficción cuenta cómo el primer ministro inglés se enfrenta a una crisis de estado cuando un miembro bastante querido de la Casa Real es secuestrado. Los captores ponen en circulación por diversos canales un mensaje en el que explican que la única condición para que sea liberado es que el mandatario británico mantenga sexo con un cerdo, y que dicho acto sea transmitido en directo por televisión. Lo que parece en un principio una auténtica locura comienza a no resultar tan descabellado cuando la opinión pública empieza a presionar y exige al primer ministro el sacrificio. ‘El himno nacional’ –así se titulaba– era un sopapo en condiciones al espectador pasivo que se había sentado a ver otra serie más de ciencia ficción. Porque esta producción mete el dedo en la llaga, inquieta, incomoda y hace pensar. Es otra cosa.
Una mujer supera la pérdida de su marido a través de un programa que lo ‘resucita’ a través de su rastro virtual; una pareja discute y se enzarza en una serie de reproches que pueden desenmarañar gracias a un dispositivo en la mente humana que graba todos los recuerdos para que, como si estuviesen en un dvd, se pueda recurrir a ellos cuando no se recuerda exactamente cómo aconteció algo concreto; una mujer vive en una sociedad obsesionada con la puntuación, en la que todas las personas se someten constantemente al juicio de los otros y en la que aquellos que consiguen cifras más altas tienen más sencillo acceder a mejores trabajos, casas o eventos sociales.
Son argumentos de algunos de los episodios más impactantes vistos en las tres temporadas de las que consta la serie. Parecen exagerados pero quien los ve no puede dejar de sentir cierto temor ante la idea de que algo así acabe ocurriendo. Nada es desatinado. ¿O nos hubiésemos podido imaginar hace unos años que sería factible hablar y verse a través de una cámara con una persona desde cualquier parte del mundo? ¿O que accederíamos a las compras y transacciones que quisiéramos con un dispositivo que llevamos en nuestros bolsillos?
Los siete primeros capítulos se produjeron por la cadena inglesa. Después llegó el gigante Netflix, compró los derechos y lanzó una nueva ración de historias. Se encuentra ya preparando seis más que estarán disponibles en unos meses.
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