>

Blogs

Mikel Labastida

El síndrome de Darrin

Ya no quedan hombres como David Hasselhoff

“Kitt, te necesito”

Michael Knight

 

 

Todos llevamos algo de David Hasselhoff en nuestro interior. Eso es así. Es inevitable, no lo neguemos, hemos crecido junto a él. Habitualmente, cuando nos preguntan por los referentes catódicos de nuestra infancia solemos referirnos a Espinete, a Alaska, a los electroduendes, a M. A. Barracus e, incluso, a Mayra. Pero renegamos de David Hasselhoff. Puestos a escoger siempre nos inclinamos por MacGyver o Mike Donovan, que los consideramos más aguerridos y viriles. Pobre Hasselhoff.

Yo lo reconozco. No hay verano en que no le añore. Enciendo la tele todavía y espero verlo aparecer pilotando el coche fantástico con su chupa de cuero y sus pantalones acampanados o surcando las arenas con su boya torpedo en mano. Un verano sin David Hasselhoff no es un verano.

No soy el único al que le sucede, aunque os cueste reconocerlo. Hace unos días me congratulé al descubrir que otros cuantos lo idolatran, que en Estados Unidos incluso llegan a las manos por su culpa. Lo adoran. Como debe ser. Un empleado de gasolinera en Connecticut se encuentra hospitalizado por un atropello que sufrió al intentar evitar el robo de unos carteles promocionales de una línea de bebidas de la que Hasselhoff es imagen. Todo el mundo quiere tener a David cerca, por lo que no han sido pocos los que no han dudado en intentar robar alguno de esos carteles repartidos en las distintas tiendas en las que se dispensa la bebida. Se le echa demasiado de menos a Hasselhoff como para no caer en la tentación de llevarse una figura con su rostro y cuerpo para que presida nuestro salón, y que nada más verla nos haga recordar aquellos maravillosos estíos que nos propició.

 

 

Fue a mediados de los ochenta cuando lo conocimos. Por aquel entonces era un joven solitario embarcado en una cruzada para salvar la causa de los inocentes, los indefensos, los débiles, dentro de un mundo de criminales que operan al margen de la ley. Era Michael Knight, el protagonista de una trepidante aventura de un hombre que no existe. Un hombre sin pasado. En realidad, Knight fue Michael Long, un policía que durante una investigación recibió un disparo en la cabeza y al que un multimillonario reconstruyó la cara (le plantó la de Hasselhoff) para convertirlo en héroe inquebrantable.

 

Michael Knight era el chulazo macarra por antonomasia de los ochenta. Al menos en Estados Unidos. Por estos lares teníamos a Bertín Osborne, que en lugar de coches conducía caballos. Pelazo en la cabeza, pelazo en el pecho y andares de perdonavidas. Todo aquello que nunca quisimos ser. Y aunque le hablaba a su reloj no estaba loco. Eso ya vino después, con los años.

En realidad se dirigía a su coche fantástico. Kitt te necesito. Y allí se plantaba un Pontiac Firebird, alma mater de la Fundación para la Ley y el Orden, capaz de hacer de todo. Conducía solo, se dirigía a cualquier parte del planeta con el GPS más inteligente que veremos jamás, saltaba, disparaba y sorteaba con su carrocería hasta misiles. Y no había capítulo en que no gastase alguna broma en plan vacilón a su conductor, justo antes de que este se fuese a tirar a la chati de turno, que, obviamente, no podía resistirse a caer en los brazos de semejante machote.

Bravo Michael Knight, tú sí que vales.

Cuatro años estuvimos siguiendo cada tarde de verano a todos los malhechores a los que Knight (con la ayuda de Kitt, el jefe Devon y la mecánica Bonnie) capturaba. Una y otra vez, porque nos fueron repitiendo los episodios hasta el hartazgo.

 

 

Hasta que un día Kitt desapareció de nuestras vidas. Y lo lógico hubiese sido que Hasselhoff hubiese corrido la misma suerte. Pero no. Porque Hasselhoff es un superviviente y todavía nos tenía reservada otra sorpresa, que llegaría a España a principio de los noventa.

 

Para entonces Hasselhoff se había cortado la cabellera, incluso yo juraría que la alisó un poco. Cambió los neumáticos de Kitt por los de Pamela Anderson. Pilló un salvavidas, se quitó la ropa, metió tripa y…. ¡Equilicua! Se convirtió en Mitch Buchannon, jefe de un equipo de socorristas en ‘Los vigilantes de la playa‘.

La historia parecía que contaba con todos los ingredientes para ser un enorme éxito. ¿Un guión como el de ‘The Wire’? ¿Un elenco como el de ‘A dos metros bajo tierra’? ¿Una producción como la de ‘Juego de tronos’? Nada de eso, un montón de tíos buenos marcando músculo y otro montón de tías buenas que a la mínima de cambio corrían dejando que su anatomía diese toda clase de saltos (que se lo pregunten a Joey y Chandler de ‘Friends’). Todo ello rehogado por casos imposibles y contratiempos inclasificables (robos, asesinatos, terremotos…), que siempre eran resueltos por los valientes guardacostas. Y para celebrarlo se iban metiendo en la cama todos con todas. Y viceversa. Como debe ser.

Le costó arrancar y casi fue cancelada en la primera temporada, pero después remontó y se mantuvo en antena diez años. Nada menos. Dio de sí hasta para varias versiones.

 

 

Pero todo se acaba y hubo un día en que Hasselhoff dejó de aparecer en nuestras pantallas. Bueno, miento, de vez en cuando hacía pequeñas apariciones rollo espíritu y lo veíamos medio borracho (eufemismo), como cantante de cuarta, o autoparodiándose. Incluso el año pasado quiso acudir a Eurovisión. Ríete tú de Chikilicuatre.

Pobre Hasselhoff. Nunca lo reivindicamos lo suficiente pese a todo lo que aportó. Y mira cómo ha terminado. Su nombre y su honor merecen una reparación y una disculpa pública por lo mucho que lo hemos ninguneado.

Ningún verano, desde que dejó de lucir pecho en la pequeña pantalla, ha vuelto a ser lo mismo.

Yo también me pelearía por conseguir un cartel troquelado con su figura.

 

Títulos de crédito: Para quejas, sugerencias y otras necesidades humanas mi correo es mlabastida@lasprovincias.es

 

Otro sitio más de Comunidad Blogs lasprovincias.es

Sobre el autor

Crecí con 'Un, dos, tres', 'La bola de cristal' y 'Si lo sé no vengo'. Jugaba con la enciclopedia a 'El tiempo es oro' imitando al dedo de Janine. Confieso que yo también dije alguna vez a mi reloj: "Kitt, te necesito". Se repiten en mi cabeza los números 4, 8, 15, 16, 23, 42. Tomo copas en el Bada Bing. Trafico con marihuana en Agrestic y con cristal azul en Albuquerque. Veo desde la ventana a mi vecino desnudo. El asesino del hielo se me aparece en cada esquina y no me importaría que terminase con mi vida para dar con mis huesos en la funeraria Fisher.


agosto 2013
MTWTFSS
   1234
567891011
12131415161718
19202122232425
262728293031