Nos acordamos de las cosas cuando las necesitamos, y es que eso dice muy poco de nuestros valores y de unas preferencias reales en la vida. Ya no hablo de la educación o de la sanidad, sino que esta vez me quiero centrar en la ciencia. Sí, esa que las universidades y centros de investigación intentan desarrollar apenas sin medios ni recursos. Esa que está llena de precariedad y de acciones cortoplacistas. Esa que genera fuga de talentos no solo porque otros países lo hacen mucho mejor sino porque creen realmente en ella. Y es que si sabemos valorar bien la ciencia no solo hablamos de comprender y explicar mejor todo lo que nos rodea sino también de transferir esa comprensión a nuestra sociedad y nuestras empresas.
Un país que genera investigación e innovación invirtiendo en ciencia encuentra un retorno no solo social sino económico. Pensemos en los beneficios para nuestra sociedad y para nuestras organizaciones que pueden aplicar patentes y nuevas ideas gracias a los científicos.
Pero hemos hecho de la política un entorno zafio que solo se preocupa de los propios políticos y su poder. Eso nos hace imposible tomar decisiones de peso, es decir, esas decisiones que realmente importan y que son estratégicas y medio o largo placistas. Invertir en ciencia es invertir en el futuro de un país. Pero claro eso políticamente no encaja en planes cada cuatro años.
Y lo más irónico de todo es que después te miden cuánto investigas sin que te den recursos para ello. Menos mal que somos un país creativo y somos capaces de investigar sin recursos, pero claro eso tiene un precio, y es que no generamos proyectos que se consoliden en el tiempo ni proyectos de gran impacto salvo casos puntuales. El resto sobrevivimos, así va la ciencia.