El dilema es el que sigue: o pagan el dinero que les exigen los timadores o no venden más viviendas en el edificio recién construido. Las víctimas de esta extorsión son empresarios del sector del ladrillo y promotoras con pisos en venta en la comarca de l’Horta.
El ingenio y la picardía de estos farsantes no tiene límites. Primero se presentan con traje, corbata y alguna joya de oro que otra -para aparentar que son clientes adinerados- en la oficina de una constructora o en el piso piloto.
Los dos individuos de etnia gitana se interesan por una de las viviendas nuevas. Luego visitan la casa y hacen el paripé de que les gusta mucho. La venta del piso es inminente.
A las pocas horas, los embaucadores pagan una determinada cantidad de dinero como señal tras formalizar el correspondiente contrato ante un notario. Todo se hace con absoluta legalidad. El constructor se frota las manos. Una operación inmobiliaria tan rápida en tiempos de crisis es algo excepcional. Además, quedan muchos pisos por vender todavía en el mismo edificio.
Pero todo obedece a un plan para extorsionar a la promotora. Antes de estampar su firma, el comprador pone como condición la entrega inmediata de las llaves para entrar a vivir lo antes posible.
Y llega el día de la desilusión. El día de la jarana. El día del engaño. Los farsantes quedan con el constructor o agente inmobiliario en su casa recién comprada para recoger las llaves.
A la cita acuden ocho o nueve miembros de la familia gitana, entre los que se encuentran varios menores de edad. En esta ocasión ya no visten de forma elegante como en la primera ocasión, sino que aparecen con un aspecto muy desaliñado y montan un alboroto de padre y muy señor mío.
Taconeos y gritos
Nada más abrir la puerta, las mujeres se ponen a taconear al mismo tiempo que cantan algo en portugués. Los niños marcan las huellas de sus zapatillas en las paredes, pegan portazos, gritan por las escaleras y corretean por el rellano. El bullicio molesta a los vecinos, que se asoman por las ventanas y balcones del edificio de enfrente.
El vendedor del piso se lleva las manos a la cabeza y recrimina a los compradores por su falta de civismo. Estos le contestan que el piso ya es suyo y que pueden hacer lo que les dé la gana.
Luego le explican que su intención es celebrar una fiesta multitudinaria en la casa, una noche de jarana y baile con barbacoa incluida. También le anuncian que invitarán al guateque a todos los clanes de etnia gitana que residen en el pueblo.
El constructor no se puede creer que eso le esté pasando a él. Se queda perplejo. Su mayor preocupación son las pérdidas económicas por los pisos que dejaría de vender en la misma finca.
Devolver la señal
El bullicio y la actitud incívica de los nuevos residentes ahuyentarían, casi con toda seguridad, a cualquier comprador que se acerque por el edificio de nueva construcción.
Por ello, la promotora propone al cabeza de familia romper el contrato y devolverle los 15.000 euros que pagó de señal. Pero el timador no acepta. Exige más dinero. O le entregan 70.000 euros o no hay trato, y amenaza con seguir montando jaranas en la finca día tras día. Entonces se produce una negociación. Un tira y afloja que termina con 30.000 euros en los bolsillos de los embaucadores.
Este es el fiel relato de los hechos acaecidos el pasado mes de mayo en Alcàsser, según la versión del constructor engañado. «Me han timado, y lo peor de todo es que no puedo ni presentar denuncia porque todo lo hicieron con aparente legalidad», confiesa la víctima. Mientras la Guardia Civil investiga la presunta extorsión, los farsantes continúan visitando promotoras de viviendas en busca de la siguiente víctima.