TONI BLASCO Y JAVIER MARTÍNEZ (VALENCIA)
Colombianos, africanos y españoles controlan el tráfico de droga en la ciudad de Valencia. Los primeros son los amos de la coca, mientras que los segundos distribuyen la heroína y el hachís, y varios clanes de etnia gitana se surten de estos delincuentes extranjeros para abastecer también su mercado.
Todos cohabitan en la gran urbe y sacan tajada con beneficios millonarios en algunos casos. Cada uno en su barrio y con su clientela. Los traficantes noveles compran la droga a los grupos más organizados y con cierta infraestructura para introducir alijos de cocaína o hachís por el puerto de Valencia, la estación del Norte, el aeropuerto de Manises, una cala recóndita o cualquier carretera.
Fuentes de la lucha antidroga cifran en una decena los clanes que operan en la actualidad en la ciudad de Valencia. El abastecimiento de droga por parte de estos grupos sólo se interrumpe por las constantes operaciones de la Unidad contra la Delincuencia y el Crimen Organizado (UDYCO) de la Policía Nacional. Las investigaciones duran varios meses en algunos casos hasta que los agentes recopilan pruebas suficientes para que los jueces envíen a prisión a los detenidos.
Los principales focos de distribución de droga se encuentran en el cruce de las cuatro esquinas en Velluters (calle Viana con Torno del Hospital) y varios puntos del distrito Marítmo, concretamente en las fincas conocidas como las Casitas Rosa en la Malvarrosa, el barrio de Nazaret y el entorno de la calle Islas Canarias con la avenida del Puerto.
Otras zonas de trapicheo se localizan en Benicalap, entre las calles Padre Barranco y el Garbí; en la zona de las calles Sagunto y avenida de Burjassot; y algunas calles del barrio de Patraix.
Nuevos «camellos»
La crisis económica y la escasez de trabajo también afectan al mundillo de la droga. Las bandas que trapichean con cocaína y drogas de diseño en Valencia han captado en los últimos meses a jóvenes desempleados. Así se desprende de algunas investigaciones policiales que continúan abiertas.
Toxicómanos que sólo consumían de tarde en tarde y conocían a quien le suministraba la sustancia estupefaciente, ahora se ofrecen como «camellos» para vender droga en su entorno y su barrio, incluso en su finca o desde su propia casa. Allí acuden sus conocidos a comprar un gramo de coca, a veces fiado, hasta conseguir el dinero para saldar la deuda. De no pagar a tiempo, los problemas no tardan en llegarle en forma de advertencia seria: un toque de atención con agresión incluida, amenazas de muerte o la quema del coche.
Y si persiste en mantener la deuda, algunos traficantes no dudan a la hora de apretar el gatillo o esgrimir una navaja. Estos crímenes suelen ser una demostración de fuerza para disuadir a otros posibles deudores. En el mundo de la droga parece que todo vale. O casi todo. Venganzas, asesinatos para robar un alijo, apuñalamientos por una simple dosis… Y luego se impone la ley del silencio. Los testigos enmudencen. Nadie ha visto nada.
Una veintena de crímenes cometidos en la Comunitat Valenciana en los últimos cinco años guardan alguna relación con el narcotráfico. El último de ellos fue perpetrado el 17 de septiembre de 2009 en la calle Luis García-Berlanga Martí, junto a l”Oceanogràfic.
El dueño de un pub de Massanassa, José Luis G., de 43 años, fue asesinado de un disparo en la cabeza en su Audi A3. Tras una ardua investigación, el Grupo de Homicidios de la Policía Nacional apresó en Alginet a tres hombres por su implicación en el crimen. El juez que instruye el caso ordenó el ingreso en prisión de los tres detenidos por los delitos de asesinato, tráfico de drogas, robo con violencia y tenencia ilícita de armas. El robo de un alijo de cocaína desencadenó esta muerte violenta.
Otros que se lucran con el dinero del narcotráfico son los correos o «mulas», personas que transportan droga en su cuerpo o equipaje. Suelen ganar unos 3.000 euros por viaje realizado. Un «trabajito» al mes será suficiente para mantener la hipoteca, la mensualidad del gimnasio y el alto tren de vida -con ropas de marca, coches de lujo y otros caprichos- que llevan algunos de los incipientes narcos.
Pero todos los jóvenes no pueden iniciarse en el mundo de la droga como correos. Las bandas organizadas seleccionan muy bien a sus «mulas». Buscan a personas sin antecedentes delictivos para no levantar sospechas en los controles de aeropuertos, estaciones de trenes y fronteras.
Además de poner en peligro su libertad, pues acaban con sus huesos en la cárcel si son descubiertos, los correos también arriesgan su vida en algunas ocasiones. Los narcos introducen los estupefacientes en envoltorios de huevos Kinder o similares, que son utilizados como bolsas marsupiales para minimizar riesgos de intoxicación.
Luego son los propios jóvenes quienes ocultan la droga en su organismo, en el estómago, ano o vagina principalmente, aunque también se han dado casos en los que se realizan implantes de estupefacientes en los pechos a modo de silicona. La defecación o una presión corporal hace que los pequeños recipientes de plástico sean expulsados y las sustancias pasen a las manos de los «camellos».
Pero si el envoltorio se rompe en el estómago, la intoxicación puede causar la muerte. En agosto del año pasado, un «mulero» falleció en Cádiz al sufrir complicaciones cuando expulsaba en su casa 66 bellotas de hachís que había ingerido.