Por Javier Martínez (25 de marzo de 2010)
La torpeza de dos ladrones, la valentía de una joyera y la colaboración de un grupo de vecinos frustraron un atraco junto a la estación de tren de Picanya. Los delincuentes acabaron con sus huesos en la cárcel tras ser encerrados por la víctima con la ayuda de cuatro ciudadanos.
El reloj marcaba las once de la mañana cuando una mujer de unos 45 años de edad entró en la joyería Sant Vicent, situada en el número 6 de la avenida Santa María del Puig. Los alrededores del comercio estaban repletos de gente por la cercanía del mercadillo de los jueves.
La supuesta clienta se interesó por unas joyas para regalar a una niña que iba a tomar la primera comunión. María José Ferriz, la propietaria del establecimiento, la atendió con amabilidad y le enseñó una bandeja con pendientes y medallas.
Segundos después entró en escena el segundo ladrón: un hombre de mediana edad que también se hizo pasar por un cliente. Además, el individuo fingió que no conocía a la mujer, pero la joyera comenzó a dudar de las intenciones de la pareja. El hombre llevaba una bolsa de deporte en la mano, lo que levantó las sospechas de María José.
Y cuando se disponían a cometer el atraco, una anciana abrió la puerta del establecimiento. Era una conocida clienta que apareció en el momento más inoportuno para los delincuentes. Todo fue muy rápido y tenso. La ladrona cogió por el cuello a la mujer de avanzada edad, y el individuo se abalanzó sobre la joyera.
A María José le dio tiempo a pulsar el mando a distancia de la alarma. Luego forcejeó con el malhechor, pero logró zafarse de él. «Me desgarró el cuello de la rebeca», explicó con el rostro cariacontecido.
Pero el delincuente se quedó con la prenda en la mano, y la joyera salió a la calle. ¡Llamad a la policía! ¡Llamad a la policía! ¡Me están atracando!», gritó varias veces la víctima.
Tras unos instantes de nerviosismo y duda, los ladrones comenzaron a hacer gala de su torpeza. En lugar de escapar, la pareja prefirió apoderarse de algunas joyas. Y la codicia rompió el saco. Para entonces, María José ya estaba empujando la puerta de la joyería desde fuera con la ayuda de cuatro vecinos.
Su intención era encerrar a los atracadores hasta la llegada de las primeras patrulla policiales. Y lo consiguieron. El ladrón propinó varias patadas a la puerta en un intento desesperado de abrirla. Su compinche se tiró al suelo y simuló un ataque de epilepsia.
«Estaba fingiendo. Se notaba mucho. Además, se levantó en seguida cuando llegó la policía», sostiene María José. Mientras los delincuentes trataban de huir, la anciana respondía a una llamada telefónica en la trastienda, donde la habían encerrado. Era un operador de la central de alarmas. «¡Están atracando la joyería!», exclamó la clienta con histerismo.
Los gritos en la calle llamaron la atención de numerosos vecinos. «Había por lo menos 50 personas detrás de la joyera, una mujer y los tres hombres que empujaban la puerta», afirmó Amparo Bermell, propietaria y dependienta de una óptica cercana. «Todo el mundo quería ayudar», añadió.
Los primeros agentes de la Policía Local de Picanya que llegaron al lugar se quedaron perplejos al ver a la multitud en la puerta del comercio. «Con esta colaboración ciudadana seguro que convertimos Picanya en el pueblo más seguro de España», bromeó un agente.
A los pocos segundos apareció también la Guardia Civil de Paiporta. Los agentes arrestaron a la pareja de ladrones y les leyeron sus derechos antes de trasladarlos a un calabozo. María José comenzó entonces a tranquilizarse. En su rostro ya se dibujaba una media sonrisa. Los vecinos no paraban de animarla y de comentar su valentía.
Sin embargo, la joyera restaba importancia a su acción. «La unión hace la fuerza, y el barrio ha demostrado que está muy unido contra la delincuencia», aseveró con firmeza.