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Javier Martínez

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Crímenes en familia

 

Los crímenes cometidos por dos o más miembros de una misma familia se repiten a lo largo de la historia negra de España con cierta frecuencia alarmante. Desde la masacre de Puerto Hurraco (26 de agosto de 1990), algunos de estos asesinatos conmocionaron a la sociedad y otros quedaron en el olvido pocos días después. Los criminólogos e investigadores policiales aseveran que cuantas más personas participan en un delito de sangre hay más posibilidades de resolver el caso, porque dos o tres individuos cometen más errores que uno. El razonamiento obvio tiene su gran excepción cuando los implicados se culpan mutuamente del crimen, y entonces puede resultar más complicado averiguar quién es el autor material, así como en los casos en los que no hay testigos. Pero en los asesinatos cometidos por personas que tienen una gran afinidad es muy probable que preparen con antelación el crimen, sus coartadas e incluso sus declaraciones ante la posibilidad de que hubiera detenciones inmediatas, como en el caso del crimen de León, o interrogatorios de sospechosos.

Estos secretos o promesas de sangre, hasta que la muerte los separe o la policía lo descubra, también trascienden antes de lo que se podrían imaginar los propios implicados. Los guardias civiles que resolvieron el caso de la dulce Neus tardaron menos de cuatro meses en descubrir el plan criminal de Neus Soldevila y sus cuatro hijos. Primero confesó la criada y, poco después, lo hicieron los chicos. Declararon que su padre les amenazaba con matarlos si apoyaban a su madre en el divorcio y explicaron cómo habían decidido asesinarle. Poco menos de un año después del crimen, el 2 de junio de 1982, Neus era condenada a 28 años de cárcel por un delito de parricidio con alevosía y premeditación; Nieves, a 12 años de prisión; y los gemelos (Juan y Luis), a 10 años de cárcel. Marisol, que tenía 15 años cuando mató a su padre de un disparo en la nuca, pasó a disposición del Tribunal Tutelar de Menores.

La policía y los sanitarios junto al cadáver de Isabel Carrasco. Foto de Carlos S. Campillo.

Si el policía jubilado no hubiese seguido a la presunta asesina Montserrat González Fernández, quizás el crimen de León no se hubiese resuelto tan pronto y el pacto de silencio entre madre e hija seguiría sellado con sangre inocente. La confesión de Montserrat arroja un poco más de luz sobre la autoría de este horrendo asesinato, aunque su testimonio es una corroboración más de algo que los investigadores ya tenían claro.

La complicidad de madre e hija está también más que demostrada. El crimen fue planificado durante semanas por la madre, y posiblemente la hija, que estudiaron al detalle cómo matar a Isabel Carrasco, pero no tuvieron en cuenta un elemento clave: los testigos. Todo parece indicar que las mujeres hicieron varias esperas a su víctima en las proximidades de su casa para elegir el lugar y el momento del crimen. Según el relato del policía jubilado, la asesina se giró y comenzó a caminar con la única precaución de taparse la cara con un pañuelo. Montserrat no salió corriendo para no levantar sospechas, y actuó con una sangre fría propia de criminales expertos. Cuando fueron detenidas, la coartada de una supuesta compra de pasteles en un establecimiento cercano fue desmontada por el testigo, que no perdió a la madre de vista durante el seguimiento, y por el hecho comprobado de que la pastelería estaba cerrada.

Rosario Porto sale de su domicilio tras un registro policial. Efe.

En el caso Asunta, otro crimen en familia, sorprende la serenidad y frialdad que mostraron los padres de la niña en las horas posteriores al hallazgo del cadáver. Dicen los expertos en criminología que matar no es fácil, y menos aún si el que dispara, apuñala o asfixia no tiene experiencia criminal. Por ello, los autores de estos asesinatos planifican muy bien algunos detalles, pero luego cometen errores de principiantes o dejan algunas pruebas por los momentos de nerviosismo que genera acabar con la vida de una persona. Esto explicaría el hallazgo de un ovillo de cuerda en la casa de campo de Rosario Porto (que coincide con las ataduras que tenía el cadáver), la extraña desaparición y aparición del ordenador de Alfonso Basterra, la compra de tranquilizantes que hizo el padre en varias farmacias o las contradicciones en las que incurrieron los dos sospechosos cuando fueron interrogados por separado.

Sobre el autor

Javier Martínez Fernández nació en Granada, aunque reside en Valencia desde que tenía ocho años. Hijo de padres jienenses (naturales de Beas de Segura), también vivió en Almuñécar, Pilar de la Horadada y Elche. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, redactor del periódico Las Provincias desde 1989 y colaborador de varios programas de televisión y radio. Es un apasionado de su profesión pero a veces se queja de que le toca bailar con la más fea: la crónica negra. Desde que se especializó en la crónica de sucesos, ha participado en tres seminarios de la Universidad CEU Cardenal Herrera (como ponente y organizador) sobre el periodismo de sucesos, es coautor de cuatro libros de formación para policías y guardias civiles, fue profesor del Máster de Periodismo de Las Provincias-CEU Universidad Cardenal Herrera y conferenciante en el Coloquio Internacional para una Comunicación Libre de Violencia celebrado en México en 2010. El autor de este blog ha intervenido también en numerosos programas de televisión y radio ('Horizonte', 'Espejo Público', 'Más vale tarde', 'Cuarto Milenio', 'Equipo de Investigación', 'Bona vesprada', 'Informe DEC', 'Sabor a ti', 'Esta noche cruzamos el Mississipi', 'Milenio 3', 'Abierto a Mediodía' y 'El rastro del crimen') y publicó 30 reportajes en la revista especializada 'Así son las cosas' entre 2003 y 2007.


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