Los experimentados pilotos y mecánicos de las unidades de helicópteros de la Guardia Civil son conscientes del peligro de su labor, pero algunos montañeros o senderistas que asumen y corren riesgos innecesarios deberían de reflexionar sobre las graves consecuencias que puede acarrear una acción imprudente. El trágico accidente de León dejó sumidos en una profunda tristeza a los familiares y compañeros de las tres víctimas: el capitán Emilio Pérez Peláez, el teniente Marcos Antonio Benito Rodríguez, ambos pilotos, de 55 y 48 años, y el guardia civil miembro del Grupo de Rescate Especial de Intervención de Montaña (Greim) José Martínez Conejo, de 49 años. Catorce guardias civiles y una espeleóloga inglesa han muerto en los accidentes de helicópteros de la Guardia Civil registrados en España desde el año 1982. En esta negra estadística están incluidas las tres víctimas del siniestro ocurrido el pasado 24 de agosto en León.
Afirmar que algunas de estas muertes se podrían haber evitado es, seguramente, una aseveración oportunista, pero es la pura verdad. El último accidente ha reabierto el debate sobre los riesgos derivados de los deportes extremos en la montaña y las imprudencias que cometen algunas de las personas rescatadas. La exigencia de alcanzar un adecuado nivel de seguridad nacional ya propició en 1973 que se le encomendara a la Guardia Civil la misión de velar por los ciudadanos desde el aire. Con lluvia, viento traicionero o niebla, el ‘Cuco’ ha levantado el vuelo en numerosas ocasiones para rescatar a personas accidentas o perdidas en la montaña. En el argot policial, ‘Cuco’ es un nombre en clave para referirse al helicóptero de la Guardia Civil en las comunicaciones policiales.
Algunos de los salvamentos son muy peligrosos debido a las condiciones meteorológicas adversas. En diciembre de 2004, los agentes de la Unidad de Helicópteros de Valencia (UHEL 31) localizaron en el barranco del Infierno en la Vall d’Ebo a cuatro personas que estaban aisladas en un peñasco y a punto de ser arrastradas por las crecidas aguas. La tripulación del helicóptero fue condecorada por aquel complicado rescate con escasa visibilidad. Otro servicio destacado tuvo lugar en diciembre de 2000 cuando la aeronave de la Guardia Civil colaboró en la detención de dos atracadores en Moncofa. Los agentes recuperaron 80 millones de las antiguas pesetas (el botín) y dos armas de fuego. Y en mayo de 2006, dos helicópteros de la UHEL 31 persiguieron y posibilitaron la captura de otro peligroso ladrón que huyó de forma temeraria con un coche por la A-3.
Con sofisticados aparatos de grabación, nada o casi nada se escapa a vista de pájaro. Plantaciones de marihuana, vertidos ilegales en espacios protegidos, lanchas neumáticas con alijos de hachís, atracadores que huyen a toda velocidad con un coche de alta gama… Toda actividad delictiva que detecta la tripulación del helicóptero puede ser fotografiada o grabada desde el aire. Las imágenes quedan inmortalizadas en las cámaras digitales y se convierten en las pruebas del delito. La mayoría de los vuelos se realizan de día, pero el ‘Cuco’ también vigila el litoral de noche para impedir los frecuentes desembarcos de droga y localizar pateras. Un potente foco de rastreo y otros elementos optrónicos aumentan las posibilidades de éxito de estos servicios nocturnos.
Las aeronaves de la Guardia Civil están dotadas de la más moderna tecnología. Disponen de radares, visores con sistema de infrarrojos y cámaras fotográficas de alta resolución. También cuentan con dispositivos de vídeo que graban y transmiten imágenes en tiempo real. El Servicio Aéreo de la Guardia Civil tiene encomendadas misiones heterogéneas; por un lado, el apoyo desde el aire a las unidades del cuerpo, y por otro, la seguridad de instalaciones, pasajeros, y equipajes del transporte aéreo civil. Una hora de vuelo puede costar hasta 3.000 euros en función del consumo de combustible, el mantenimiento de la aeronave y de otros gastos, y para algunas operaciones de salvamento en alta montaña suelen ser necesarias hasta tres horas desde la salida hasta el regreso a la base.
Como homenaje póstumo a las tres víctimas del accidente de León, el capitán Peláez, el teniente Marcos Antonio Benito Rodríguez y el guardia civil José Martínez Conejo, publicamos en este blog la carta que fue leída en la misa de difuntos que se celebró en Nouadhibou (Mauritania), donde hay comisionado un helicóptero de la Guardia Civil, dos patrulleras del Servicio Marítimo y su personal de apoyo y enlace..
“Este domingo, tras despedir al helicóptero en su servicio diario buscando cayucos, llegaba la noticia… Un mazazo.
Pedro, uno de los mecánicos, intentando contener las lágrimas nos preguntaba a Javi y a mí: ¿Sabéis que Emilio y Benito se han matado?
Seguidamente un escalofrío. ¿Qué dices?
-Sí, han tenido un accidente, han tocado palas contra una pared en Picos.
-No fastidies.
Siguieron las llamadas telefónicas, intentando desmentir o hablar con alguien que nos negara que eso había ocurrido. Desgraciadamente, los teléfonos iban confirmando la terrible noticia y nuestro contacto con España mediante internet no albergaba dudas. Las identidades ya las sabíamos: Emilio, Benito y José (a este último no lo he llegado a conocer). Han perdido la vida haciendo lo que tanto les llenaba: ayudar, ayudar y ayudar. Esta vez intentaron sacar a un corredor de montaña herido, pero no lo consiguieron y dejaron lo más preciado en el empeño. Han muerto pero no han perdido la vida, porque la han disfrutado con su esposa, hijos, nietos y amigos. Su pasión era volar ¿Qué más se puede pedir?
Mientras Correa avisaba al resto del contingente, me ha correspondido a mí notificar a Ángel (al igual que Pedro está destinado en la Unidad Aérea de León) y a Carlos la suerte de nuestros compañeros. Lo confieso, no ha sido fácil. Ángel y Carlos regresaban de un vuelo cuyo fin primordial es evitar que los inmigrantes se maten en el mar intentando alcanzar el sueño de Europa. Emilio y Benito también ejercieron esta labor aquí, en Mauritania, la última vez en 2008 el primero, y en octubre de 2013 el segundo.
Para una comunidad tan pequeña como la nuestra, el Servicio Aéreo de la Guardia Civil, en la que todos nos conocemos, la muerte del capitán Emilio Pérez Peláez, jefe de la Unidad Aérea de León, y del teniente Marcos Antonio Benito Rodríguez ha supuesto un efecto desgarrador, y nuestras familias se ven reflejadas en esta tragedia. También ha fallecido el guardia civil del Equipo de Montaña de Sabero José Martínez Conejo. Grandes profesionales, experimentados pilotos y montañeros. Grandes personas. Todos ellos han sido conscientes del peligro de su labor, siempre correspondida con esa mirada de agradecimiento que sólo las personas auxiliadas saben emitir. Son incontables los malos ratos que habéis evitado y no son pocos los que os deben la vida. Habéis cumplido y habéis dejado huella.
¿Qué podemos ofrecer como homenaje? ¿Qué podemos hacer desde Mauritania? ¿Cómo podemos ayudar a sus familias? De momento nada. Mandar una corona, buscar símbolos de lo que nos une, como una bandera de España, un tricornio, un par de fotos y una misa de difuntos en francés organizada a toda prisa, en la que los de los “molinillos” nos vemos arropados por nuestros compañeros del Servicio Marítimo, patrullas mixtas y el oficial de enlace. A su vez todos nosotros, guardias civiles-, nos vemos arropados por nuestros compañeros y amigos de la Policía Nacional y del Consulado y gente de la colonia española en Nouadhibou. Gracias por estar ahí. Pedro y Ángel, vosotros lo habéis tratado en profundidad. Lo sentimos y estamos con vosotros. Desde Nouadhibou, un mensaje de aliento para sus familias”.
F. Uceda