La odorología forense, una técnica de investigación criminal conocida también como peritaje del olor, tiene un alto grado de efectividad en la identificación de un sospechoso en una rueda de reconocimiento, aunque sigue siendo objeto de recelo entre algunos criminólogos y expertos policiales.
El Centro de Investigación Príncipe Felipe acogió el pasado lunes en Valencia una conferencia sobre las denominadas huellas olorosas con la asistencia de un grupo de guías caninos, policías y guardias civiles. El instructor de guías canino Javier Cano y el veterinario argentino Mario Rosillo, uno de los mayores expertos en odorología forense, explicaron cómo se aplica esta técnica policial en Estados Unidos, Argentina y Colombia, entre otros países.
Para utilizar esta herramienta de investigación criminal lo primero que hay que hacer es detectar los sitios donde estuvo el autor del delito o encontrar los objetos que manipuló, las prendas que abandonó durante su fuga o el coche que utilizó para escapar. Luego, con una pinza se coloca una gasa de algodón sobre la superficie que tuvo contacto con el sospechoso (para que se impregne de su olor durante 24 horas), y esa prueba se guarda en un frasco estéril. Días, meses o años después, la huella olorosa se puede utilizar en una rueda de reconocimiento en la que participa el perro adiestrado.
Según los expertos, el olor corporal proporciona un rastro reconocible de cada individuo, que se puede detectar y recoger con sofisticados aparatos (como los que utiliza el FBI) o con una simple gasa en contacto con la prueba durante 24 horas. Es fundamental aplicar de forma correcta la técnica en la escena del crimen o el lugar donde desapareció la víctima; y por ende, se deben utilizar pinzas y frascos esterelizados para no contaminar la prueba y compararla después con el olor de los sospechosos del delito.
¿Pero cómo se hace la rueda de reconocimiento con un perro adiestrado? Primero se abre el frasco para que el perro pueda olfatear (durante un minuto aproximadamente) la gasa que se guardó con el olor del autor del crimen, y después se colocan otras cinco gasas alineadas con las que cuatro voluntarios y un sospechoso se han frotado las manos entre 10 y 15 minutos. Y por último, el can marcará la gasa que esté impregnada del mismo olor recogido durante la inspección policial que se realizó en la escena del crimen.
Los perros tienen entre 125 y 220 millones de células olfativas frente a los cinco millones de este tipo de células que tienen los humanos. El bulbo olfatorio de un can es unas 40 veces mayor que el de una persona en proporción al tamaño total del cerebro. Por ello, un perro es capaz de reconocer a una persona antes por su olor que por su aspecto; al contrario que los seres humanos, que identificamos más de forma visual. Y si el can tiene un adiestramiento específico para detectar el olor humano, los resultados de la prueba pericial son aún más fiables.