Así, sin más, al salir del cole. Le cojo la manita y antes de que me diera tiempo a preguntarle qué tal el día me salió con esa frase:
– Mamá, ¿verdad que tú te quieres morir?
– ¡¿Yo?! No, Adela, ¡mamá no se quiere morir! ¿Por qué dices eso?
– Sí, mami.. ¿no te acuerdas? ¡Pero si lo dices muchos días!
Un escalofrío me recorrió el cuerpo, me quedé helada e inmóvil delante de ella y no sabía qué decirle. Cómo explicarle a una niña de 4 años que los mayores nos quejamos demasiado, de cosas por las que no deberíamos y casi siempre sin razón.
– Verás Adela, ¿recuerdas cuando haces tonterías y mamá te dice de broma “Pero bueno, ¡si estás loquita!” y nos reímos?
– Sí
– ¿A que tú no estás loquita y sólo lo decimos porque nos hace risa?
– Sí
– Pues cuando mami, a veces, dice “me quiero morir” es igual, de broma. ¿Lo entiendes? Lo digo sólo porque estoy muy cansada y tengo muchas cosas que hacer y lo digo de broma!
Mientras seguíamos en marcha hacia la salida del cole el sentimiento de culpa se apoderaba de mi. ¿Cómo había podido actuar así y no darme cuenta del mensaje que estaba lanzando a mi hija? ¡Menuda lección me acababa de llevar!
No quiero dramatizar con este capítulo, sólo quiero sacar el aprendizaje que esto lleva y es que ser madre es agotador, qué duda cabe, pero además de ser el mejor regalo de la vida, ser padres nos hace intentar ser mejores cada día sólo para que ellos tengan un buen referente y buen ejemplo de esto fue la situación que viví yo ayer. Se acabó quejarse, se acabó dramatizar. Al menos voy a intentarlo. Si me lo hubiera planteado como un reto personal, seguramente no lo lograría, pero exigirme a mi misma cambiar de actitud, si es por el bien de mis hijos, es garantía de éxito.
¿Os apuntáis al reto, queridas madres?
Buen fin de semana y que empecéis la siguiente con las cargas mínimas para no desear “morir”. 😉