Hay un tipo de político que me llama la atención: aquel que es capaz de soportar las embestidas de su propio grupo. En el PP, me admira Rajoy y en el PSOE, Jorge Alarte. Ambos son, a mis ojos, unos supervivientes. Parece mentira el aguante que tienen a pesar de estar continuamente bombardeados por sus correligionarios. En el reality show en el que se ha convertido la vida política, son claramente vencedores aunque la audiencia haya decidido que, por muy nominados que estén, es mejor que abandonen la casa.
Me admira porque yo hubiera mandado a esos colegas que les hacen la vida imposible a tomar pollo boliviano hace mucho tiempo y sin embargo ellos resisten con estoica paciencia pantojil, esto es, mostrando dientes, dientes, que es lo que les jode (sic).
Rajoy cuenta con la inestimable colaboración de Esperanza Aguirre anunciando a la prensa continuamente lo que, a su juicio, debería hacer un líder del PP mucho antes de que el propio Rajoy se haya sentado a dilucidarlo. O sea, marcándole el territorio: si lo hace, parece dominado por la lideresa; si no, cuestionado por ella.
Alarte, el pobre, tiene que lidiar con algo peor que lo de Rajoy: los enemigos externos y los internos. Contra lo que pueda pensarse, los externos no son ajenos al PSOE. Es el PSOE. Los internos, en cambio, también lo son. O no. No sé. Me refiero al PSPV. No me hagan definirme porque no sé donde colocarlo.
Entre Pajín y los secuaces que en Blanquerías quisieran recluir a Alarte en su Alacuás del alma han hecho una pinza de ésas que cogen el pan de molde y le dan tres vueltas. La última ocasión de demostrarlo fue en la votación del Estatuto manchego.
La desganada Serna parecía un pelín desmotivada no sé si porque le había tocado el papelón de la suplencia o porque estaba deseando acabar para irse a hacer las mechas. Era como si hubiera cogido turno en la carnicería y Alfonso Guerra le estuviera pidiendo la vez: “a ver, ¿quién es la última?” A lo que Serna, con su indolente gesto, respondiera rauda y veloz: “servidora”.