Si Fernando Alonso asegura sus pulgares por diez millones de euros, yo voy a asegurar mis neuronas por el doble. Lo malo es que no hay banco que me lo regale básicamente porque el fruto de mis células cerebrales no proporciona miles de millones a ninguna empresa.

A alguna –quiero pensar- le ofrece tal vez ingresos, tal vez prestigio, tal vez maldecaps. Pero todo ello no vale lo que valen los pulgares de Fernando Alonso. Ni las piernas de Jennifer López ni la voz de Luis Miguel o el cuerpazo de David Beckham, que también han sido asegurados por sus respectivos dueños.

Es una pena. Y no lo digo por mí sino por aquellos cuya materia gris es el resultado de miles de años de evolución humana y solo se repetirá dentro de otros miles de años. De ésos hay pocos. No es mi caso. Ya me gustaría.

Lo siento por los aficionados pero hay algo obsceno en ese gesto del Santander. Ya sé que es su niña bonita; que hace negocios en el mundo gracias a él; que su reto personal con Hamilton le abre a Botín el mercado anglosajón. Sé todo eso pero me sigue pareciendo obscena la relación del dinero y el espectáculo en lugar de haber logrado en este país que el dinero sustente la cultura. Tampoco es un problema exclusivo de España sino del mundo en general, pero entristece. No conozco universidad alguna que haya asegurado los cerebros de sus mejores catedráticos.

Y, sin embargo, lo podrían hacer. Una servidora, si quiere, puede asegurarse el cerebro, así como cualquier otra parte del cuerpo. De hecho las aseguradoras ofrecen pólizas de tipo profesional para quienes quieren proteger su herramienta de trabajo: las manos, los cirujanos o la voz, un cantante de ópera.

Yo, por eso, voy a sugerir en Las Provincias que me aseguren la vista. No la física, que también, sino la otra, el ojo clínico, para entendernos. La capacidad de ver donde otros no ven y descubrir claves de interés para los valencianos.

Que Santa Lucía te conserve la vista, habrá que decir. ¡Ahora entiendo el refrán más que nunca!