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María José Pou

iPou 3.0

La cuota del gimnasio

¿Pagaría usted por estar suscrito a una revista alemana si no sabe una palabra de alemán? Puede que le entusiasme tanto lo germánico que quiera colaborar con la cultura de ese país pero, a excepción de ese caso, la respuesta lógica es “no”. Es decir, tendemos a eliminar los gastos innecesarios derivados de actividades que no atendemos.

Es cierto que luego hay excepciones, por ejemplo, hay quien cree que pagar la cuota del gimnasio adelgaza y, aunque no vaya por allí durante meses, se resiste a darse de baja por miedo a subir de talla. Es casi una superstición de indudable ineficacia pero comprensible impacto en quien tiene fe dietética, que no es mi caso. Yo soy una atea convencida en ese terreno.

Todo esto viene por la decisión del Consell de eliminar entidades públicas, empresas y fundaciones, para reducir gastos. Más de 100 millones de euros en tres años por suprimir apenas 15 entidades de un total de 80. Y yo me pregunto: ¿por qué no eliminan las 80?

Hace un mes esas 15 eran necesarias. Tanto que los contribuyentes teníamos que detraer dinero de nuestras vacaciones, nuestro ropero o nuestro carro de la compra para alimentar a esos dinosaurios. Hoy, sin embargo, los mismos que las pusieron en marcha y que nos vampirizaban anualmente para sostenerlas, dicen que pueden ser suprimidas sin perder nada esencial. ¿Qué ha cambiado? Solo una cosa: que ahora el objetivo del gobierno valenciano es la austeridad.

La pregunta es evidente: ¿Por qué no es la austeridad una máxima permanente en cualquier gobierno o entidad que maneje dinero público?

Estamos viviendo una etapa de “sacrificios”. Por doquier escuchamos hablar de la necesidad de apretarse el cinturón pero eso debería ser lo habitual en la Administración y, sin embargo, es justo al revés.

Culpamos a los grandes tiburones financieros de la crisis pero también el gasto público se debe a una clase política acostumbrada a ver lo público como “lo de nadie” en lugar de lo que es: “lo de todos”.

Por eso, insisto: quiero que el Gobierno valenciano elimine todas las entidades públicas. Y me pensaré si pedir el harakiri.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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